Apóyanos

Igual que en Venezuela pero en inglés

    • X
    • Facebook
    • Whatsapp
    • Telegram
    • Linkedin
    • Email
  • X
  • Facebook
  • Whatsapp
  • Telegram
  • Linkedin
  • Email
Capitolio, Trump, impeachment

REUTERS

En este mundo globalizado, guste o no, las vaivenes de la política norteamericana –nacional e internacional– influyen de alguna manera en los acontecimientos mundiales, por eso es que hay que tomarlos en cuenta. De paso, en la semana que termina hemos visto que la lucha política en el Norte puede revestir rasgos de primitivismo que por lo general solemos considerar como de práctica más difundida en nuestros países latinoamericanos.

No se trata en estas líneas de tomar partido ni por la tendencia trumpista ni por la liberal sumidas en una diatriba que viene produciendo negativas consecuencias en la armonía de la sociedad norteamericana. Procuramos anotar algunos comentarios basados en la observación.

El primer rasgo que se constata es la irrupción de pasiones que desde hace muchas décadas parecían superadas en una sociedad que se precia –con justa razón– de ser poseedora de un alto nivel de civismo con el cual en muchas ocasiones pretende aleccionar a otros colectivos menos dados a esos preciosismos. Ello genera tensiones que mucho nos recuerdan las profundas grietas que anidan en el tejido político latinoamericano: chavistas vs “escuálidos”, peronistas vs antiperonistas, sandinistas vs liberales, que solo sirven para dificultar la convivencia y retrasar la armonía necesaria para que las sociedades transiten en paz el camino hacia sus metas.

Ha concluido ya el cuatrienio Trump caracterizado por el estilo personal altisonante propio del mandatario saliente. Sin embargo, las tensiones generadas por el  exmandatario, reacio a aceptar su derrota, han llevado a amplios sectores del país a abrazar y sostener teorías conspirativas que en todos los casos carecieron de sustento, según veredicto de decenas de tribunales que revisaron reclamos que no pudieron ser probados. El resultado no abona a la reconciliación.

Ese mismo cuatrienio fue testigo de la lucha canibalística del partido de oposición que con el mismo fervor e insistencia que sus oponentes no perdieron oportunidad de hacer uso de todos los recursos disponibles para minar la gestión del Ejecutivo llegando a producir no solo una sino dos acusaciones (impeachments) contra el presidente, las cuales –como era anticipable– no prosperaron. La primera por aparente debilidad del caso y la segunda –ya finalizado el mandato–  fundada en el inusitado asalto al Capitolio del pasado 6 de enero. Los  senadores de la tolda del Partido Republicano que tuvieron a su cargo actuar como jurados prefirieron con su voto anteponer el interés político personal  de cara a sus propias campañas de reelección. Es cierto que de un total de 100, solo 57 senadores (entre ellos 7 republicanos) votaron por condenar a Trump y 43 por absolverlo, pero las reglas vigentes para ese tipo de situación requerían la aprobación de dos tercios (67) que se sabía muy de antemano no se iban a alcanzar. El nivel de odio de parte y parte dicen los entendidos que no se veía desde la época de la Guerra de Secesión (1861-1865). Mientras tanto, el presidente Biden ha preferido dejar hacer a fin de –según  él mismo afirma– no distraer las energías que se requieren para llevar adelante su agenda al menos mientras mantenga, como en la actualidad, su precaria mayoría en ambas cámaras legislativas, así sea por escasísima ventaja.

En medio de esas tensiones quedan atrapados principios hasta ahora intocables en la vida norteamericana, como la libertad de prensa consagrada constitucionalmente. En Estados Unidos, donde la Corte Suprema reconoce que quemar la Bandera Nacional o arrodillarse en señal de repudio mientras se ejecuta el Himno Nacional en espectáculos públicos masivos es parte del ejercicio de ese derecho, tal criterio –extrañamente– parece coexistir con decisiones corporativas de Facebook o Twitter que expulsan al presidente/candidato Trump de sus plataformas censurando sus mensajes que –ciertamente– no son muy amigables pero son expresión de sus opiniones por las que debe asumir personal responsabilidad. Paralelamente, en Venezuela se da a conocer que en 2020 Conatel cerró 38 emisoras de radio y el gobierno ahogó a los pocos periódicos aún existentes que no acompañan su destructora gestión sin que muchos se rasguen las vestiduras. Ello da pie a un amigo que nos comentó –con un toque de irónica exageración– que en Estados Unidos es igual que en Venezuela pero en inglés.

Quienes por edad conocimos a personajes gratos de antaño como Renny Ottolina, Musiú Lacavalerie y los Sábados Sensacionales de Amador Bendayán, aún tenemos presente la mucho mayor jerarquía del debate político de los cuarenta años de democracia puntofijista por sobre la actual. Se oponían ideologías y estilos dentro de un marco de bastante respeto. Las campañas procuraban resaltar  las cualidades de los candidatos y sus equipos. No era una confrontación de “mercadeo”, tal vez porque los medios de comunicación entonces no eran tan masivos como para recurrir a las bajezas que hoy apuntalan casi todos los discursos políticos.

Es en ese marco de lucha a cuchillo entre los actores políticos norteamericanos cuando el comisionado (canciller) Borges encuentra apropiado iniciar un viaje para conversar y esclarecer a los nuevos dirigentes de Washington. No parece el mejor momento para emprender tal gestión, que sí es necesaria pero extemporánea. El posible diálogo entre la administración Biden y el usurpador Maduro seguramente no quedará condicionado por las explicaciones que pueda dar un dirigente político venezolano –plenamente respetable, sí, pero cuya representatividad no queda muy clara frente a sus posibles contertulios–.

Sin embargo, cuando todo parece conducirnos a oscuros escenarios aún podemos ver bolsones de optimismo en donde el respeto, la civilidad y el progreso dan testimonio de las bondades de algunas sociedades: Nueva Zelanda, Taiwán, Costa Rica, Suiza, Alemania etc. Pero… como lo dijo nuestro muy apreciado –fallecido amigo– Manuelito Peñalver: no somos suizos… y agrega este columnista: ¡gringos y venezolanos podríamos copiar algunas cosas!

 

El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!

Apoya a El Nacional