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Identidades, separaciones y valores

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Una vez agotada la consigna de la lucha de clases como el motor histórico del cambio social, los socialistas, prolíficos como siempre, forjan nuevos terrenos o espacios de diferencias que alimentan la contienda entre los seres humanos vivos en este planeta. Hasta la Revolución cubana podríamos decir que el enfrentamiento manejado por los comunistas se basaba en los preceptos del Manifiesto Comunista: 

“Toda la historia de la humanidad ha sido una historia de lucha de clases, de lucha entre explotadores y explotados, entre clases dominantes y clases oprimidas; que la historia de esas luchas de clases es una serie de evoluciones, que ha alcanzado en el presente un grado tal de desarrollo en que la clase explotada y oprimida — el proletariado — no puede ya emanciparse del yugo de la clase explotadora y dominante — la burguesía — sin emancipar al mismo tiempo, y para siempre, a toda la sociedad de toda explotación, opresión, división en clases y lucha de clases”.

Una prédica que ha bañado de sangre a la humanidad, infiltrada en la conciencia de personas inocentes, víctimas de las consecuencias fatales de este manojo de ideas negativas, que impone el concepto de lucha entre masas y borra todo vestigio de responsabilidad individual.

Con el avance de los últimos tiempos, la potencia del desarrollo tecnológico, la aparición de la inteligencia artificial cuya punta de lanza en lugar de ser la fuerza física del trabajador son sus capacidades, destrezas, su dominio tecnológico, impulsora del imparable avance científico que experimenta la humanidad hoy. En este nuevo escenario ha emergido una realidad distinta que ha provocado lo que algunos llaman el “Adiós al proletariado” supuestamente sometido y condenado históricamente a las peores condiciones de vida. Un nuevo contexto que borra la primacía del enfrentamiento entre los “capitalistas” dueños de los medios de producción y los que aportaban sólo su fuerza física. El nuevo vórtice del avance son las ideas, las capacidades y la infinita posibilidad de plasmar proyectos que emergen como privilegios de los seres humanos en el planeta Tierra. 

Una buena muestra es conocer el lugar donde Steve Jobs  ha creado la tecnología que ha revolucionado el mundo, en lugar de inmensas edificaciones simplemente  ha sido “en el garaje de su casa” sin armas, sin despliegue de fuerzas, en una onda contraria al objetivo de controlar a otros seres humanos. Una creación del ser humano parida desde sus ilimitadas capacidades creativas.

Frente a esta debacle del concepto motriz de “la lucha de clases” que funcionaba como el ícono propulsor de la guerra dentro de los pueblos y que aún permanece en sitios rezagados, los comunistas se ven conminados a crear una nueva fraseología instigadora del enfrentamiento y por ahí surge una manera distinta de dividir, separar y enfrentar a los seres humanos como son las nombradas “identidades”. Según las enciclopedistas estas son definidas como «un conjunto de características propias de una persona o un grupo y que permiten distinguirlos del resto”. En otras palabras, enfrascarse en lo que nos separa desechando lo que nos une en el azaroso marco de nuestras existencias.

Sin embargo, identidad también es la cualidad de ser idéntico. Por ejemplo, en matemáticas, identidad es una igualdad entre dos expresiones que se verifica independientemente del valor de las variables. La identidad se puede entender también como la concepción que tiene una persona o un colectivo sobre sí mismo en relación con otros. Hace referencia a la información o los datos que identifican y distinguen oficialmente a un ente o persona de otra.

Estas suelen fundarse en atributos físicos o en circunstancias, la mayor parte de las veces no escogidas libremente por las personas,  sino heredadas, nadie decide desde el vientre materno nacer hombre, mujer o transexual, tampoco se escoge el fenotipo racial, blanco, asiático, negro. Todas estas condiciones son herencias que se superponen a cualquier decisión voluntaria.

Ahora bien, estas identidades nos sustraen de nuestra condición original y real cual es ser un “ser humano”, lo que nos define, abre fronteras, nos proyecta, es el espectro desde el cual insurgimos, adquirimos un lenguaje, la capacidad de comunicarnos, amar, odiar, aspirar y todo lo que puede ser esa entidad indefinible e ilimitada que es “ser humano”.

Las identidades operan como una demarcación de territorios internos, quiere imponerse como límites que se atribuyen a la voluntad de poder y ser de los humanos. Curiosamente quienes proponen y aplican el concepto de identidades son aquellos que quieren arroparse con un manto ético que pretende hacerlos superiores moralmente, frente aquellos que creen en el ser humano tal como nos ha enseñado la Escuela Austriaca centrada en el individuo, en el impulso  de quienes definitivamente actúan, cuya actividad expresa deseos, preferencias y sus escalas de valoraciones personales, de allí que el valor de las cosas no se derive de la cantidad de trabajo incorporada al objeto,  de lo que cueste producir sino de la apreciación subjetiva del que decide consumir. El ser que se mueve aspira, sueña y desea. Un concepto en las antípodas de la visión identitaria donde la persona no lucha para definir su proyecto de vida sino para superar las limitaciones que se derivan de su sexo, color de piel, bienes materiales o lugar de nacimiento. 

Ludwig von Mises, economista, historiador, filósofo y escritor que tuvo una gran influencia en la escuela austriaca de economía y en el movimiento libertario define al ser humano como un actor que toma decisiones conscientes basadas en su propia valoración subjetiva de las circunstancias, es decir, que actúa intencionalmente para alcanzar objetivos específicos, lo que se conoce como «acción humana». El ser humano decide que no es marioneta de ideologías ni de poderes externos que lo esclavizan.

Resulta por tanto muy valioso tener presente los conceptos de ser humano que nos orientan en la vida. Preguntarnos si somos sólo animales racionales, lo cual significaría que nuestros limites los pone la razón sobre nuestra condición animal, una razón que algunos definen como tautológica, es decir, que la definición o conclusión está en las premisas. O quizás sería más fértil pensarse al modo de Heidegger: Ser humano. “Solo, una posibilidad de ser”. Un vaticinio que nos coloca frente al más importante desafío, el reto moral de decidir, no acogerse a las falsas protecciones de entes poderosos que nos indican hasta dónde podemos llegar sin abrirnos a las posibilidades de horizontes abiertos mientras estemos vivos. 

Ya sabemos que los socialistas son incansables, suelen aprovechar cualquier resquicio o margen para introducirse, imponer sus ideas, convencer hasta el más incrédulo.  Esta incursión reciente de las identidades alimenta la hoguera del odio, que sustituye la “lucha de clases” desata el resquemor frente a todo lo que es diferente así mismo, hace brotar peligrosas animadversiones que limitan la potencialidad creativa de cualquier ser humano, sea hombre, mujer, blanco, cobrizo, asiático o negro. En realidad, somos lo que decidimos ser desde el fondo de nuestro corazón y en ello empleamos la capacidad de razonar, la valoración moral y nuestro espíritu como únicos límites válidos. 

La proposición de las identidades como forma de separar grupos humanos es tan letal como el modelo chino que impulsan los comunistas,  que no es más que desarmar la posibilidad de ser libre, amar y escoger, obliga a optar por una obediencia o sumisión que anula todo el privilegio y el riesgo que comporta “ser humano” 

En estos inicios del año 2025 cuando nuestro planeta se agita, aun con focos en guerras, pueblos que no han logrado crear condiciones para que los humanos expandan todas sus posibilidades, surgen, sin embargo, nuevas fronteras para la expansión de muestra humanidad. Sabemos hoy que el ser humano tiene una capacidad y poder indiscutible en medio de todos los ocupantes de la tierra, la posibilidad única de decidir, optar, seleccionar, un poder que solo tiene el ser humano entre todas las especies y entes que pueblan nuestro planeta. De allí surge una convicción y quizás un reto, una inquisición que no podemos evadir ¿cuáles son las partes, los elementos que confluyen para tomar una decisión, un rumbo, un camino? Sabemos que probablemente sea imposible tener en la mano todas las opciones, enumerarlas, valorarlas, pero si podríamos proponernos en estos tiempos que recién comienzan, intentar conocer, identificar las vallas que se oponen para que podemos vivir con la convicción de que estamos tomando el mejor camino, sabiendo que para lograrlo hay que esforzarse, conocer, ilustrarse, comparar y comenzar por desechar lo que se opones u obstaculiza nuestras mejores aspiraciones.

Aun pareciendo repetitiva quizás el primer hito en este camino sea asumir la repetida frase de Arturo Pérez Reverte “no tengo ideologías solo tengo una biblioteca”. Una posición que nos lleva a valorar, sopesar encontrar que podría ser lo mejor y cuáles son los obstáculos para lograrlo. Venezuela comienza una nueva etapa de su historia, casi única en Latinoamérica, su gente decide, escoge, lo hace en medio de una inusitada libertad de conciencia que supera todas nuestras hazañas históricas. Con una educación en crisis, un clima de escasez que ahoga nuestras aspiraciones materiales, la gente estira el pescuezo y defiende de una manera silenciosa sus verdades, respaldados sólo por su conciencia “la gente decide”.

Es la etapa que comienza a desplegarse en este primer cuarto del siglo XXI, no somos colonia de ideas ajenas ni de poderes aplastantes, no somos territorio ideológico de nadie ni de nada, sólo somos un pueblo que asume sus responsabilidades y emerge en Latinoamérica como un territorio de libertad, de paz y de consagración de valores humanos.

 Más que un país minero- petrolero comenzamos a vivir como seres humanos que optaron por “decidir”.  Este camino impone grandes retos, no depender de tesoros ocultos, de minas, oro, petróleo, sino concentrarnos y ligarnos a lo que podamos crear, aprovechar las ventajas fantásticas que nos otorga estar en el norte de Suramérica, frente al mar Caribe, quizás el agua marina más tibia y benevolente del planeta. Por lo pronto tenemos grandes responsabilidades que asumir con valor, diría que la primera es reconstruir una educación capaz de generar personas libres, sanas, éticas, curiosas por aprender, convencidas que la única manera de convivir es siendo responsables y confiando en los otros. Es un salto del subsidio, la dádiva, lo gratis, a lo que podemos realmente construir. Es urgente cambiar nuestra definición, no ser sólo un país petrolero más en el planeta que vive de extraer, para convertirnos en seres creadores de riqueza. Esto es posible porque hemos recibido regalos divinos: el río Orinoco, Guayana, los Andes, Maracaibo, la infinita llanura como un marco para crear una sociedad de seres humanos que convivan en paz, libres, conscientes y responsables de nuestras tareas. Bienvenido este retazo nuevo del siglo XXI que apenas comienza. 

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