Momentos históricos críticos tanto para la humanidad como para nuestro continente y para Venezuela ponen a la dirigencia ante la imperiosa necesidad de tomar cruciales decisiones en las que es difícil lograr la ecuación ideal de ganar-ganar.
Ya en varias partes del mundo se enfrenta la disyuntiva planteada entre la continuación de la encerrona colectiva que destruye la economía frente a la necesidad –más que conveniencia– de arrancar al menos provisionalmente los procesos de producción, transporte, comercio, etc., a fin de garantizar de la mejor manera posible el regreso a una nueva “normalidad”.
En Venezuela se afrontan retos adicionales como es el caso de que una posible decisión de reactivar la economía encontrará la triste realidad de que ya casi no hay economía que reactivar como consecuencia de su previa destrucción luego de veinte años de locura. El segundo conflicto es el que se desata con el regreso de numerosos emigrantes que se ven obligados a retornar habida cuenta de las penosas situaciones que están teniendo que afrontar en los países en los que en su momento se afincaron.
En ambos casos el dilema que se plantea es fundamentalmente moral, pero también tiene un ángulo político y hasta jurídico. Se trata de la protección de los derechos humanos individuales de quienes regresan frente a la protección de los derechos humanos colectivos de quienes habitan las áreas de frontera que –con sobrada razón– temen por la posibilidad de contagio traído por los retornados.
Es obvio que en el ámbito moral, como religioso de toda denominación, como político y legal, no hay duda de que los derechos humanos tanto individuales como colectivos son absolutos e imprescriptibles. En consecuencia privilegiar unos sobre otros siempre estará muy lejos de promover la ecuación ganar-ganar, sino mas bien invitar la casi segura ruta a opciones ganar-perder o perder-perder. Esas son las cruciales decisiones que enfrentan quienes dirigen los destinos del mundo, de la región y también los de Venezuela, que en esta coyuntura no puede afrontar el pasivo de intereses políticos mezquinos de arte ni parte.
En el mundo, particularmente el más desarrollado, la presión de la escasez, el desempleo y sus consecuencias políticas se evidencian por ejemplo en Estados Unidos, donde ya se ha planteado una fuerte discusión entre el presidente Trump y un buen número de gobernadores estadales siendo que el primero, posiblemente con buena intención pero con el tema de su reelección en cuenta, quiere aflojar las restricciones mientras los segundos (tanto republicanos como demócratas) prefieren privilegiar primero la detención radical de los contagios.
Lo mismo ocurre con las fuertes discusiones que hay en España, donde Pedro Sánchez –cuya posición política es precaria– busca flexibilizar las normas de cuarentena, mientras sus opositores se inclinan por mantener los severos controles sanitarios que llevan ya varias semanas con las consecuencias que son de suponer.
El otro asunto insinuado al inicio de estas líneas es la controversia suscitada en Táchira, donde parte de la población local rechaza el ingreso y cuarentena en instituciones locales de los emigrantes que regresan al país después de que les fue mal en Colombia , Ecuador, Perú, etc.
En primer lugar es necesario dejar claro que todo compatriota, cualquiera sea su situación sanitaria, migratoria, judicial, etc., tiene el “derecho humano” de regresar sin ninguna otra condición que la de atenerse y respetar las normas aplicables a todos los demás venezolanos. Haber emigrado en condiciones de emergencia no es un delito sino más bien una desgracia que en pocos meses arropó a más de 6 millones de personas según estadísticas confiables. Regresar no merece un castigo ni un rechazo. El sufrimiento que esos seres arrastran seguramente excede al de los que se quedaron. ¿Acaso no hemos condenado la xenofobia cuando en Cúcuta, Lima o Roraima hostigaban a los venezolanos?
Llevando ahora el argumento al punto de vista de quienes en Táchira u otros lugares fronterizos expresan su temor a través del rechazo, es comprensible que esos lugareños se preocupen decididamente y al hacerlo protejan el “derecho humano colectivo” de preservar el nivel sanitario de sus comunidades.
Para quien esto escribe, habiendo dedicado toda una vida a los temas internacionales, incluyendo la protección de los derechos humanos, pudiera resultar más coherente inclinarse en favor de la protección de los derechos humanos colectivos.
Sin embargo, con igual énfasis y sentido cristiano no podríamos hacernos los desentendidos cuando un ser humano acosado al unísono por todas las desgracias requiera la aplicación concreta del Evangelio que tanto nos han enseñado y tanto repetimos (Mateo 25 versículos 36-40). «Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. Entonces los justos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te sustentamos, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos forastero, y te recogimos, o desnudo, y te cubrimos? ¿O cuándo te vimos enfermo, o en la cárcel, y vinimos a ti? Y respondiendo el Rey, les dirá: De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis. Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui forastero, y no me recogisteis; estuve desnudo, y no me cubristeis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis. Entonces también ellos le responderán diciendo: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo, o en la cárcel, y no te servimos? Entonces les responderá diciendo: De cierto os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de estos más pequeños, tampoco a mí lo hicisteis. E irán estos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna”.