La izquierda mundial tiene nuevo mártir. El elegido esta vez es Evo Morales, quien hasta hace poco pretendía ser el presidente vitalicio de Bolivia, pero tras manipular de manera vulgar los resultados electorales de la elección del pasado 21 de octubre, fue invitado cordialmente a abandonar el poder, invitación la cual aceptó. Inmediatamente se activó el aparato de propaganda de la izquierda, por cierto, apoyado por los grandes medios de la progresía mundial. Titulares van y titulares vienen criticando el nuevo gobierno de transición. Es injusto, cuánto hubiesen querido los bolivianos tener ese mismo centimetraje durante los 14 años que estuvieron, sin mayor repercusión internacional, las derivas dictatoriales de Morales.
Evo es para la izquierda lo que para Delia Fiallo era la joven pobre que se casaba con el millonario, el perfecto cliché. Para ellos el “presidente indígena” ha sido víctima de un complot de la “ultraderecha blanca y racista”. Como si en Latinoamérica hubiese un tal cosa llamada “raza aria” capaz de enarbolar las banderas del nazismo. Lo que sí hay es gente que aún viste franelas con una hoz y un martillo, una ideología que junto al fascismo debería estar proscrita de toda la faz de la Tierra. Han llegado hasta al punto de decir que a Evo lo “tumbaron” porque era indígena. Dos mentiras en una misma frase, no lo tumbaron porque renunció y lo hizo porque quedó descubierto ante el mundo su gran patraña electoral.
No es extraño que este sea el nuevo héroe de la izquierda latinoamericana y mundial. Esta es la misma gente que idolatra a un asesino como el Che Guevara o que le prende velas al carnicero de Joseph Stalin. Que ahora suban a su altar a un ex presidente que se burló de la voluntad popular al menos dos veces para perpetuarse en el poder no es nada extraordinario. Los que hoy gritan “golpe” nunca les interesó Bolivia, ni les interesa. Es más, si usted les muestra un mapa de Latinoamérica, no sabrían ubicarla. Solo la ven como parte de su tablero de enfrentamiento entre izquierdas y derechas, como si la gente que vive allí no importara, no tuviera derechos.
Para ellos lo que cuenta es ser de izquierda. Si eres de izquierda, eso te da derecho a todo, destruir ciudades enteras, saquear iglesias, incluso morir en el poder. Por el contrario, si no comulgas con estas ideas, eres no solamente golpista, sino que no tienes derecho a nada, ni siquiera de quejarte. Es la hipocresía de la izquierda, la misma que vende mentiras como verdades y victimarios como víctimas.
@BrianFincheltub