«Hablan poco los árboles, se sabe. Pasan la vida entera meditando» (EUGENIO MONTEJO)
La sociedad avanzada del siglo XXI vive un momento inquietante en el cual se impone el poder del dedo. La realidad virtual hace posible que seamos víctimas del dedo que pulsa accidentalmente el botón de encendido del micrófono. La conversación privada, si fuese el caso, queda grabada. Si el azar se pone caprichoso, quizás ese minuto de sinceridad espontánea que creemos confidencial, revele nuestro parecer más íntimo y comprometa nuestra credibilidad ante una audiencia para bien o para mal. La tecnología digital invade nuestra privacidad, nuestra libertad para criticar a quien nos disgusta. La tiranía del dedo sobre el teclado o la pantalla coacciona nuestra libertad para comentar sin ser notados, por ejemplo, la belleza de una mujer con ‘honestidad brutal’ (con permiso, Calamaro).
El poder del dedo hace que cualquier individuo con teléfono y conexión a la red siga, persiga, grabe, fotografíe, acose a quien le venga en gana cuando quiera. Un dedo consigue que un chaval se crea estrella de cine al protagonizar películas de guion simple en las que delinque, hace daño o presume de sus hazañas para volcarlas en una red social, sumar likes (me gusta) y volverse famoso rápido durante un tiempo.
A pesar de no darnos cuenta, la sociedad actual ha renunciado al esfuerzo de levantarse del sofá para encender el televisor. Muchos son incapaces de no saber dónde está su pareja a todas horas o con quién habla en el WhatsApp. Hoy mucha gente no está dispuesta a perder el tiempo, a no hacer nada, a pensar con calma. Estos días aparecía en la red del pájaro azul un tuit irónico de Tom Hicks que decía «I was deeply disappointed to learn that my Universal Remote Control does not, in fact, control the Universe … not even remotely»; que en nuestra lengua significa: «Me sentí profundamente decepcionado al darme cuenta de que el control remoto universal [el mando del televisor] no controla el Universo, de hecho, ni siquiera remotamente». Y creo que aquí pone de manifiesto la ingenuidad de los que conceden poder absoluto a la tecnología digital.
Hoy en día, utilizar papel está mal visto. Hoy se recomienda no imprimir apenas nada y las pantallas de los televisores, tabletas, ordenadores/computadoras, ebooks y celulares ocupan el territorio de las librerías y kioscos, las bibliotecas y las calles, las aulas y el trabajo de los profesores. La actitud del estudiante que se esforzaba a diario, leía libros y consultaba enciclopedias está desapareciendo. Ahora no se ven diccionarios en clase. La lentitud indispensable para reflexionar, el tiempo de reposo para asimilar conceptos, la calma necesaria para pensar abiertamente se desvanece.
Cuando un alumno no sabe algo prefiere buscarlo en su dispositivo electrónico en lugar de preguntarle al profesor. Un dedo, un solo dedo, desafía la autoridad del profesor de cualquier asignatura en cualquier centro educativo del mundo. Desgraciadamente, el destino de muchos hombres depende estos días del capricho de un tirano nervioso que quiera pulsar el botón rojo con su omnipotente dedo.
* «La vida de cada hombre es un cuento de hadas escrito con los dedos de Dios» (HANS CHRISTIAN ANDERSEN)