OPINIÓN

Esta y todas las noches son buenas

por Alejandra Jiménez Pomárico Alejandra Jiménez Pomárico

La Navidad se caracteriza por ser una  temporada de reflexión, todos piensan en algo desde lo más trivial hasta las bases del festejo y proyectan sus anhelos más profundos para el año entrante. La familia se reúne y comparten muchas palabras, algunos silencios incómodos y en general, mientras puedan comerán en exceso para luego sentirse un poco culpables. Entre una y otra situación se generan muchas anécdotas y recuerdos que pasan a ser parte de las historias propias de la familia y se contarán vez tras vez en reuniones futuras.

Medito en la concepción misma del nacimiento de Jesús y me pregunto si culturalmente tiene algún sentido tanta cosa. En lo personal me resulta más impactante su tiempo de adulto, muerte y resurrección que la condición humilde de su nacimiento, sin tomar en cuenta que no se celebra en la fecha correcta. Cuánto de lo que se hace en estas temporadas es más por costumbre cultural, la oportunidad de compartir en familia, usar ropa elegante o salir de fiesta y ver reír a los niños, que por entendimiento profundo y real de lo que significa.

En tiempos bíblicos, el anuncio de la venida del Salvador y el cumplimiento profético de lo que eso significaba para su pueblo, lo constituye todo un acontecimiento. Causa curiosidad que ni en aquel entonces, ni ahora, parece que los corazones se mueven del todo al entendimiento profundo de lo que significó y aún significa la vida muerte y resurrección de Jesús. Si en lugar de tantos presentes, adornos y comilonas, las familias se juntan a compartir la historia de Jesús y cómo vivió, quizás los niños no tendrían que investigar por sí mismos que Santa no es tan mágico como parece y suele adaptarse al bolsillo paterno, los adolescentes estarían menos concentrados en una apariencia prolija de última moda con amarguras de último minuto, y seguramente no habría tanto desgaste por cocinar platos y dulces en exceso.

Imagino cientos de familias compartiendo la verdad de Cristo quien desde la cuna a la cruz resulta un ejemplo de humildad, no por escasez sino por contentamiento en las diversidades de momentos de la vida. El ilustrador perfecto de dominio propio quien fue capaz de soportar todo por amor y cumplir el propósito por el cual se hizo hombre, en lugar de aferrarse a su naturaleza divina. La personificación de entrega total, quien renunció a sí mismo, para adoptar a toda la humanidad y ser un filtro justo ante el Padre. ¿Cómo serían las reuniones familiares y el resto del año con momentos navideños así?.

Elucubro que los diciembres serían aún más meditabundos y significativos, la industria del comercio cambiaría, y los principios de año no serían en terapia intensiva o depresión, sino optimistas y renovadores de fe y esperanza. Lejos de pretender criticar algo de lo que quizás también he participado una y otra vez, procuro espolvorear algunas ideas que sumerjan en lo que realmente importa y engalanen los encuentros en familia motivando a momentos de oración profunda. Si a ese Jesús que un día nació, se hizo hombre y murió para resucitar al tercer día dándonos acceso al Padre, le preguntamos: ¿cómo estoy contigo Jesús?, ¿estamos bien?, ¿somos cercanos?, ¿tiene sentido este día para ambos?, ¿cuál crees que sería su respuesta?

Estas quizás no sean las palabras que se quieren leer en estas festividades, en las que nos acostumbramos a deseos y prácticas superficiales, pero de seguro son las que dan sentido en la celebración a destiempo del nacimiento de aquel que partió la historia en dos, para hacerse el único camino al Padre. El mismo que se nombra en bodas y funerales, ese cuyo nombre se susurra en los finales agónicos o cuando ya no hay a qué aferrarse. Por ello, mi único aporte en estás felicidades es la profunda afirmación de que ¡esta y todas las noches son buenas para mirarlo a Él y hacerle parte de tu historia!

@alelinssey20