Afirmar que la humanidad es la misma que aquella de las épocas antiguas no deja de ser una apreciación mendaz. Pero no es tan así si nos detuviéramos en los trazos reveladores de los logros desde entonces por alcanzar. Y mucho más si pensamos en la felicidad individual y colectiva en cuya materialización proseguimos y generaciones tras generaciones, a la fecha ya unas cuantas. Algo tan importante como nuestros propios ciclos existenciales. Las metodologías han sido diversas y hasta contradictorias pero “el bienestar individual y colectivo”, la meta invariable. Y, además, de la misma esencia.

Un mundo perfecto, la maximización del deseo, bastante lejano, una quimera. La geografía universal casi descrita en la canción popular “Un, dos, tres, un pasito pa’lante, María y un pasito pa’trás”. ¿Una humanidad vivible?, para el optimista sí, pero los pesimistas unos cuantos. Sin dudas la mayoría. El estudio de los genes y de la presunta transferencia de características de padres a hijos, circunstancia para algunos científicos que ha privado en las conformaciones humanas de pueblos conquistados. En las Américas han pretendido encontrarse las causas en la colonización por parte de los españoles. Y el surgimiento de las denominadas “castas”, entre otras: 1. Los individuos nacidos en España, llamados vulgarmente gachupines; 2. Los españoles criollos, o los blancos de raza europeos nacidos en América; 3. Los mestizos descendientes de blancos y de indios; 4. Los mulatos herederos de mulatos y negros y 5. Los zambos descendientes de negros y una indígena americana (A los últimos se les llamaba “cafuzo en Brasil, lobo en México y garífuna en Honduras, Nicaragua, Guatemala y Belice”). En lo que respecta a Venezuela suele acudirse, entre otros, a los libros Los amos del Valle, La huella perenne y Los viajeros de indias, del escritor y psiquiatra Francisco Herrera Luque y Del buen salvaje al buen revolucionario, Mitos y Falacias sobre América y Marx y los socialismos reales, del historiador Carlos Rangel, pero, también, Las revoluciones terribles, del profesor de leyes Ángel Bernardo Viso.  Es en este contexto que pareciera imponerse que el mundo es un laberinto y que Venezuela no escapa de él, ni de sus consecuencias. Se hace referencia en lo tocante a la época colonial a la monopolización de las instituciones políticas teniendo a las relaciones familiares como fuente, deviniendo en grupos oligárquicos y una clase privilegiada, cuyas contradicciones internas, inclusive, de índole económica, camino para la lucha por el poder político. E in extremis se acota, todavía, que la guerra de independencia no fue contra los españoles, sino entre castas.

En el prólogo a Los orígenes del totalitarismo, de Hannah Arendt, leemos lo que se escribió en 1950: “Jamás ha sido tan imprevisible nuestro futuro, jamás hemos dependido tanto de las fuerzas políticas, fuerzas que parecen pura insania y en las que no puede confiarse si se atiene uno al sentido común y al propio interés. Es como si la humanidad se hubiera dividido entre quienes creen en la omnipotencia humana (Los que piensan que todo es posible si uno sabe organizar a las masas para lograr ese fin) y aquellos para los que la impotencia ha sido la experiencia más importante de sus vidas. Una verdad irrefutable pareciera, si se deseara concluir en algo, es que, no obstante, los esfuerzos, “nuestras diferencias prosiguen. Y en algunos lados más intensas que otros. Y que esa humanidad ha generado lideres, ídolos y otras deidades. Y entre ellos se guarece y hasta nuestros días”. ¿Lo hará bien?, la respuesta difícil.

Los escritores españoles José Luis Corral y Antonio Piñero nos dejan unas cuantas páginas relativas al tirano Herodes el Grande, cuya muerte genera en la Corte de Israel una truculenta historia de pasiones, perfidia, violencia y traición para ascender al poder. Y que en medio de ella aparece Jesus de Nazaret, quien revoluciona al pueblo judío cuestionando los planes de Augusto, el cesionario del poder y cuyo plan para remediar al mundo, como su muerte, son harto conocidos. No obstante, proseguimos preguntándonos si fue “el Mesías o no, el enviado de Dios o un Zelote más”, de los que con relativa frecuencia aparecían para componer al mundo. Las páginas de Corral y Piñero ilustran, no obstante, que hasta unas de las últimas expresiones de Jesús ¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado? se interpretó por algunos como “la dolorosa y frustrada constatación de su fracaso”. Y para otros, que Jesús no pierde la confianza en el Dios de Israel, que vengará su muerte y llevará a cabo la obra iniciada por él”. Pero una gran verdad deriva de su corta vida y ejecutorias, sí, la de un mundo anarquizado. Bastaría mirar a los capítulos subsiguientes en las páginas de tan interesante libro (Trono maldito), concernientes al “mundo después de Cristo”, entre ellos: La suerte de los enemigos, Las aventuras de Julio Agripa, Agripa ante Tiberio, La decisión de Calígula, El Final de Pilato, La ambición de Herodías y El Mundo de Rut, con respecto a los cuales pareciera volverse a las enseñanzas del Nazareno, particularmente, si se toma en cuenta que para unos cuantos priva la expresión “No ha muerto. Sólo se ha marchado para vivir eternamente junto al Señor”. Y desde allá velará por una humanidad mejor.

No dudamos de que las consideraciones de este ensayo, además de ariscas, trascienden lo que pudiera calificarse como “las apreciaciones usuales”. Pero, tal vez no, en lo concerniente a la aceptación universal de que el desarrollo de una “humanidad equitativa” ha dependido y prosigue haciéndolo del liderazgo, no únicamente, político, sino de aquel presente en las diversas áreas atinentes al desarrollo de los pueblos, a efectos de que su materialización se haga realidad y de la manera más cónsona posible. Y particularmente, en un clima de democracia y de la libertad que le sirve de fundamento. A manera de ilustración en lo atinente a este aserto nos encontramos con la interrogante ¿cuál es la diferencia entre un ídolo y un líder?, pero, también, con la respuesta ¡Un ídolo es a quien admiras, un líder es a quien sigues por el camino que traza! En lo atinente a otras “deidades” es ilustrativo el Diccionario de la Lengua Española (DRAE), en cuyas páginas está escrito que la palabra proviene del latín “deitas, -atis y denota “ser divino o de esencia divina”. Asimismo, que los sinónimos de deidad son “dios, divinidad, divo”. Una interrogante en pendencia, tanto para los lectores, como para el escribidor, ¿Hemos tenido líderes, ídolos o deidades? ¿El criterio para precisar? El nivel de desarrollo alcanzado durante las diferentes épocas y desde la antigüedad hasta ahora.

No podemos, como se ha escrito, “proseguir ascendiendo y descendiendo en la situaciones angustiosas que generan las crisis políticas” (Juan Rivas, El Repitiente, Cyngular, Caracas, 2015). Una mirada al mundo induce a pensar, por lo menos, en lo que respecta a este escribidor, si será acaso que somos pesimistas y que en un futuro inmediato, que Dios quiera que vivamos, nos enfrentaremos con la especie opuesta, esto es, con “los optimistas”. Y que en esa especie de vaivén se desarrollarán nuestras vidas.

Es duro repetirlo, pero “el sube y baja latinoamericano” obliga a manifestar, como lo hacen los académicos Peter Hakin y Abraham F. Lowenthal, que “la realidad es que se necesitarán años de lucha para asegurar la estabilidad de la democracia en la mayoría de los países de América Latina. En algunos lugares habrá reveses, incluso fracasos rotundos. A pesar de que se logren avances, las instituciones democráticas seguirán siendo vulnerables durante las próximas décadas”. Y prosiguen, “la idea democrática ha ido ganando terreno importante en el hemisferio occidental, como en otras regiones del mundo, pero todavía está por lograrse un gobierno democrático vigoroso y consolidado”. Finalizan puntualizando que “esta ha de ser la meta de los años 1990” (The Global Resurgence of Democracy, The Johns Hopkins University Press, Baltimore and London, 1993). Treinta y cuatro años han transcurrido y la desesperanza reina.

El lector, por favor, que opine primero. Una invitación a leer juntos las páginas del libro Líderes, de Richard Nixon, tal vez sea una buena idea, pues el expresidente de Estados Unidos, no obstante lo que pueda criticársele, acopia en sus páginas las ejecutorias que distinguieron a Winston Churchill, Charles De Gaulle, Douglas MacArthur, en dupla con Shigeru Yoshida y con la mención en lo que a los dos respecta “El encuentro de Oriente y Occidente”, Konrad Adenauer (El telón de acero de Occidente), Nikita Jrushchov (La brutal voluntad del poder), Zhou Enlai (El mandarín revolucionario). Un capitulo determinante en la obra “Un nuevo mundo. Nuevos líderes en tiempos de cambio”. Y la pregunta ¿Dependemos de nosotros o de quienes nos conducen? Y de otra: ¿serán líderes, ídolos u otras deidades?

Comentarios, bienvenidos.

@LuisBGuerra


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