«Sometimes, you love a poem so much, you… / Every time you read it, you learn something new and you feel transformed by it«.
(Bill Dobson, The Chair, 2021)
Hay muchas maneras de entender la vida o no entenderla. Antes de empezar esta reflexión por escrito, he de aclarar que vaya usted a saber si entendemos algo de la vida o esto no tiene sentido. Quizás sea verdad que la vida es sueño como escribía Calderón en el siglo XVII.
Hay gente que pasa por la vida corriendo de un lado a otro, con prisa, sin pararse ni un minuto a pensar qué carajo está haciendo o qué va a hacer mañana. Hay gente a la que no le preocupa el prójimo, gente que no lee literatura ni prensa ni nada de nada.
Otra gente hay que tiene en cuenta a los otros, que intenta entender de qué va esto. A pesar de vivir inmersos en mares de incertidumbre, cada cual trata de vivir a su manera. Yo creo que no se puede tener todo. No podemos hacer lo que nos da la gana. Creo que no somos libres. La vida no la decidimos nosotros. No elegimos qué nos gusta y qué nos disgusta. Y, sin embargo, sabemos qué es lo que nos agrada y qué nos desagrada.
Cuando aprendemos a leer, entramos en una dimensión superior intangible. Somos capaces de ver pensamientos en el aire, retenerlos en la cabeza, copiarlos todas las veces que queramos en papel y creernos dueños de las letras, las palabras y los versos. Las palabras vuelan, las cosas escritas permanecen –verba volant, scripta manent (Tito Flavio Vespasiano)- .
En fin, en el mundo hay gente que no deja de darle vueltas a las cosas, al sentido de la vida, al significado de la muerte, a la fealdad y la belleza, a la juventud y la vejez, a la poesía.
Yo soy de esa clase de gente que lee el periódico, discute y cuestiona noticias, compra literatura, subraya líneas enteras en los libros y recita en voz baja versos de poesía. Esta preocupación mía por la literatura me viene hoy al haber estado viendo una serie de televisión sobre un profesor de literatura en una universidad americana. Ayer acabé de verla y el final de la serie me pareció revelador. La historia cuenta cómo un grupo de alumnos malinterpretan un gesto del profesor en en el aula y deciden boicotear su clase. Finalmente, también quieren que sea expulsado de la facultad. Los alumnos se declaran víctimas de un abuso inexistente y al profesor lo convierten en criminal. El profesor -Jay Duplass, Bill Dobson en la serie- se encuentra en una situación tan injusta y difícil como absurda en la cual la junta directiva de la facultad pretende despedirle, dejarle sin empleo y sueldo. Lo peor del caso es que no hay ninguna razón para ello. La presión social, los presupuestos de la universidad y la opinión pública colocan a la facultad y su directiva en una posición incómoda. Incapaces de resolverla, citan al profesor a un a reunión para justificar lo injustificable. Se oyen gritos en el campus contra el profesor de literatura. Tras una exposición de esta situación kafkiana, la directora ofrece al profesor la oportunidad de hablar en su defensa y este hace un alegato maravilloso de la literatura. Lo que sigue a continuación es una paráfrasis de la apología de la literatura. Habla entre otras cosas del «valor de la literatura por encima de la opresión de determinadas situaciones en las que uno se ve envuelto, del amor que un profesor de literatura siente por las historias. Dice que el texto es algo vivo, un baile, una conversación del texto con el lector»… La serie de televisión a la que me refiero se titula La directora (The Chair).
Un amigo mío y yo hablamos a menudo de nuestras lecturas. Solemos interesarnos el uno y el otro por los libros que estamos leyendo. Este amigo mío también lee poesía. Dice que abre un libro de, digamos Cernuda, por cualquier página y lee. Si le gusta, vuelve a leerlo. Otro día coge el mismo libro y empieza a leer dondequiera que el azar le lleve. Discutimos. Yo le digo que no, que no soy capaz de leer de esa manera, que me gusta empezar a leer por la primera página y seguir leyendo hasta la última página y el último verso.