Emilia Pérez de Jacques Audiard es una historia atípica que utiliza el musical para profundizar en el amor, la violencia y hasta en una cirugía de reafirmación de género. Pero más allá de sus indudables virtudes, el guion se debate con su cualidad de espectáculo idealizado, que intenta profundizar en un dilema complicado, todo con México como escenario.
En Emilia Pérez (2024) Jacques Audiard reflexiona acerca de la violencia, la naturaleza de lo femenino y el poder decidir. Todo en medio de un musical que también es un melodrama sensible acerca de las formas en que nuestra cultura interpreta la diferencia, el deseo y la esperanza. Lo que da incluso para profundizar en el escenario de un cartel del narcotráfico, una cirugía de reafirmación de género y hasta la muerte, siempre al son de pegadizas melodías y una complicada puesta en escena. Por supuesto, se trata de una osadía y el francés lo asume de ese modo. Tanto, que buena parte de la cinta es un experimento a gran escala, una audacia sin pausa ni tampoco límites, que intenta ser tanto provocadora como íntima.
Solo que la película tiene plomo en el ala y esa es la incapacidad del director para realmente utilizar los elementos que maneja con propiedad. A pesar de que Emilia Pérez en toda su rareza es un vehículo para sacudir conciencias y profundizar en distintos puntos de vista. Audiard no es tímido al dejar claro que lo suyo no es el realismo y que tampoco le interesa demasiado que su película sea verídica. De hecho, desde las primeras escenas — y canciones— el argumento deja claro que su cometido es crear una fantasía grotesca, dolorosa y a la vez tan frontal y honesta, como para provocar alguna reacción en el público. ¿Cuál? Por supuesto, la de empatizar con sus complejos personajes. Con los territorios en que se mueven y la angustia profunda que les provoca las situaciones que enfrentan.
Por lo que, en principio, Emilia Pérez parece cumplir su cometido. Que no es otro que el de conmover y explorar en temas complicados, a partir de un escenario que haga necesario el debate y la confrontación. No es para menos: la historia de un narcotraficante que decide, finalmente, encontrar su verdadera identidad de género, es audaz. Pero mucho más, la forma de contarla del director, al unir todo tipo de hilos distintos. De la feminidad, el corazón y el espíritu de las mujeres, pasando por cómo puede expresarse el amor, la pasión y el perdón. La cinta es ambiciosa al extender su trama en todas direcciones. Hacerla cada vez más llena de matices, belleza y un escenario para reír y llorar. Solo que, Emilia Pérez se queda corta a partir de cierto punto.
Un escenario superficial para un contexto complicado
Eso, debido a que el contexto de Emilia Pérez es lo suficientemente específico como para requerir, al menos, un punto de vista informado. La violencia en México no es un asunto sencillo y tampoco uno que acepte simplificaciones. Incluso, si esa perspectiva tiene el objetivo de hacerla más digerible para un público más universal. En particular, cuando esa cualidad compleja, cada vez más dura y casi siempre desoladora, termina por ser parte de una perspectiva muy frontal y cruda sobre el sufrimiento de generaciones enteras.
Jacques Audiard, que está más interesado en crear una fantasía retorcida con el corazón que un drama que contar una historia verídica, ignora lo anterior para construir un espectáculo sobre cualquier consideración sobre lo que realmente ocurre en México y por extensión, en Latinoamérica. Por lo que la cinta parece una puesta en escena colorida que apenas se sostiene sobre las estructuras de algo más oscuro y mayor. El relato sobre Juan “Manitas” Del Monte (Karla Sofia Gascón), que termina por mostrar la bondad de su corazón cuando finalmente encuentra su lugar en el mundo, puede parecer utópica y una reafirmación de la necesidad del objetivo espiritual. Un tema que la película profundiza de manera adecuada y al que brinda, una dimensión cuidadosa acerca de la capacidad de cada persona en el mundo de sentirse satisfecha en su propia piel.
Pero nuevo, todo lo anterior sabe a poco cuando la estructura entera del argumento se sostiene en un escenario trivializado para ser parte de un espectáculo bondadoso. El México que muestra Emilia Pérez es una combinación entre los habituales clichés sobre latinos, con una visión acerca de lo regional que resulta endeble y poco creíble. Podría decirse que como obra enfocada en el espectáculo y el drama musical que es la cinta no necesita convertirse en una reflexión documental sobre el narcotráfico y los estragos que provoca. Y hasta cierto punto esa visión de las cosas es comprensible.
No obstante, a medida que avanza la trama, es evidente que Emilia Pérez necesita de mucho más para funcionar. En específico, cuando su mensaje central sigue siendo la importancia y el valor del sentido del propósito. Mucho más cuando la titular Emilia (también interpretada por Gascón), alcanza la felicidad y la realización al hacer el bien. ¿Y cómo lo hace? Tratando de enmendar los horrores que la violencia narco deja a su paso. Por lo que sí, es esencial entender la forma en que esa violencia impacta, destroza y deja huellas a futuro. Algo que Emilia Pérez simplemente ignora en beneficio del artificio y la necesidad de no centrar el interés en un punto realista, controvertido e incómodo para el que no puede ofrecer suficientes respuestas.
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