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El último gran error de Maduro

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juramentación Maduro

Foto: EFE

El 10 de enero por la mañana Maduro y sus cómplices, con el amparo funesto de la cúpula militar traidora comandada por Padrino López, terminaron de consumar su anunciado golpe contra la República. El bochornoso acto de “investir” a un usurpador como presidente tuvo su momento más grotesco al juramentar Maduro su defensa de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela (¡¡!!). Y peor todavía, sin percatarse –o no afectarle— que cinismo tan vergonzoso lo degrada aún más ante los venezolanos, anunció su intención de reformar la constitución, ¡como si a semejante bribón y los “jueces” abyectos que le validan sus desmanes desde el tsj, respetasen lo contenido en un ordenamiento legal! Con la presencia de los déspotas Daniel Ortega y Miguel Díaz-Canel, la franquicia comprada de diputados alacranes, la bancada fascista y algunos ministros, un hemiciclo originalmente previsto para alojar debates de una representación popular democráticamente electa, fue vilmente mancillado. Ninguno de los presentes de tan despreciable aglomeración de individuos ignoraba que Maduro fue derrotado por una abrumadora mayoría de venezolanos que eligió presidente a Edmundo González Urrutia. Sin moral ni principios, convalidaron el fraude para continuar con sus expolios a la nación. Y ese resultado, público y notorio, es inobjetable, recogido en la casi totalidad de actas oficiales que pudieron recogerse. EE.UU., Europa, Canadá, Japón y la mayoría de los países de la región así lo reconocen.

Escaldado por derrota política tan contundente, Maduro decidió imponerse por la fuerza. Los millones que votaron por su salida están desarmados. Fracasado su intento por convencer a los venezolanos, de llegar a sus corazones y alimentar sus sueños, abandona la política como escenario de lucha. Opta por la imposición militar, aprovechándose de los oficiales y funcionarios corruptos que ha colocado al mando de la FAN y al frente de las instituciones del Estado. Abdicó de toda posibilidad de legitimarse, no sólo en el plano político e institucional, sino también en el plano económico, social, moral, con relación a los valores patrios y con respecto a las normas de convivencia democrática y pacífica con que aspira a regirse el mundo. Su aparente supremacía, fundada en la fuerza, oculta una enorme debilidad. Su ilegitimidad profundiza el estado de anomia, con graves implicaciones para sus intentos de perpetuarse en el poder:

  1. Plantea un insuperable problema de gobernanza por la pérdida de toda credibilidad. Se le esfumó su capacidad para el control social;
  2. Destruye la confianza de potenciales inversionistas, tan necesitados para reactivar la economía, ante la ausencia del Estado de derecho, con sus garantías procesales y de respeto a la propiedad;
  3. Estimula, eso sí, las acciones especulativas y las corruptelas que desangran a la nación. Éstas pululan ante la discrecionalidad decisoria de un marco institucional corroído;
  4. Anula toda eventualidad de reestructurar la deuda externa y, con ello, de reincorporarse a los mercados financieros internacionales para acceder a créditos;
  5. Atenta contra las posibilidades de atraer las cuantiosas inversiones requeridas para recuperar la producción petrolera, estimadas en 100.000 millones de dólares para la próxima década;
  6. Propicia la suspensión de las licencias que habilitan la producción petrolera en Venezuela de las empresas Chevron, Eni, Repsol y Maurel & Prom;
  7. Impide el usufructo de los 5.000 millones de dólares en DEG que el FMI tiene retenidos a Venezuela, así como de las 31 toneladas de oro de la nación depositadas en el Bank of England;
  8. Hace al Estado venezolano aún más vulnerable a embargos de activos externos (fletes de petróleo, Citgo, otros) por parte de acreedores buscando recompensar sus pérdidas por confiscación;
  9. Aísla al país de la obtención de préstamos de los multilaterales para coadyuvar con la estabilización macroeconómica y las reformas estructurales requeridas para la recuperación económica;
  10. Genera condiciones muy poco propicias para reemprender el crecimiento económico y la generación de empleo productivo. En una economía cuyo tamaño se ha reducido en más de 70% desde que Maduro está en el poder, condena irremediablemente a la población a subsistir en la pobreza; 
  11. Alienta una mayor migración de venezolanos, descapitalizando al país de talentos y fuerza de trabajo productivo, en particular, al sector público, por los sueldos miserables devengados;
  12. La salida de empleados agravará aún más el deplorable estado de los servicios públicos, de la salud, la educación, la seguridad, la cultura y el bienestar ambiental;
  13. Dificulta la gestión pública, limitando sus ingresos. Los gastos mínimos imprescindibles que requiere la maquinaria del Estado habrán de perpetuar la brecha (déficit) fiscal;
  14. Lo anterior obligará el financiamiento monetario del gasto público, aumentando la inestabilidad de precios y del tipo de cambio, como muestra el salto del dólar paralelo en estos días;
  15. Destruye las posibilidades de derrotar las presiones inflacionarias con el marco actual de políticas contractivas. Esfuerzos por reforzar éstas sólo retroalimentarán la contracción económica;
  16. Disuade o impide la participación en acuerdos internacionales en prosecución de objetivos comunes con otros países y descalifica a Venezuela para participar en acuerdos de cooperación con ellos, así como con la banca multilateral y las agencias de desarrollo;
  17. Invita a mayores sanciones contra los señalados por violar derechos humanos y el tráfico de drogas de parte de Estados Unidos, la UE y otros países; 
  18. Hace más imperioso la necesidad de acelerar la imposición de sanciones penales y las órdenes de captura de Maduro y a sus esbirros que puedan resultar de las investigaciones por crímenes de lesa humanidad que realizan la CPI y el CDH de la ONU, con el fin de detener la ola represiva desatada; 
  19. Coloca a Venezuela en condición de paria y de país forajido, vulnerable a la imposición de todo tipo de puniciones, a la exclusión de avances y a un mayor aislamiento internacional.

La abdicación de toda legitimidad para perpetuarse en el poder, a cuenta de contar con unos generales traidores dispuestos a reprimir a la población, es lo más suicida que se le ha podido ocurrir a la casta fascista que controla al Estado. En una exhibición asombrosa de estulticia, el energúmeno del mazo se empeña en espantar lo que queda de sus antiguos aliados, emplazando al presidente Petro de Colombia por haber reclamado la detención de Enrique Márquez, excandidato presidencial, y de Carlos Correa, director de la ONG Espacio Público, “terroristas” según él. “Estulticia”, Diosdado, es otra manera de decir estupidez. Tales bravuconadas son silbidos en la oscuridad de quien busca controlar sus miedos. Conscientes de su prontuario y temerosos por la suerte de sus fortunas mal habidas, los integrantes del núcleo fascista que depreda a la nación nunca confiaron, lamentablemente, en que había una disposición auténtica de Edmundo González Urrutia y de su equipo por negociar condiciones que permitiesen una transición pacífica y democrática en cumplimiento de la voluntad popular; su mejor oportunidad de irse. Ahora Maduro y Cabello tendrán que pasar la noche en vela, con un ojo abierto, por temor a que, desde su círculo íntimo, los entreguen a la justicia a cambio de los 25 millones de dólares ofrecidos por Estados Unidos por cada uno. Por Padrino López, los gringos ofrecen 10 millones de dólares. “Peanuts” en comparación con las inmensas fortunas que buscan conservar los personeros más pesados del régimen, pero no así para la mayoría de los oficiales y funcionarios que les sirven de sustento. Porque, por más que alardeen de la misión de su supuesta “revolución”, socialista, bolivariana y antiimperialista, nadie les cree. 

Lejos de haber salido airosos, han creado las peores condiciones para su futuro. Porque el liderazgo de Maduro, en vez de proporcionar una máscara civilizada que encubriese los crímenes y corruptelas de sus allegados, representa, con su golpe de Estado, un fardo insoportable que, más temprano que tarde, habrá de enterrarlos. La pregunta no es si habrán de salir, sino cuándo. Con Maduro no hay futuro.

Paradójicamente, el único capaz de salvarlo, dado su carácter atrabiliario e impredecible, es Donald Trump, quien tan pronto anuncia que “todas las opciones están sobre la mesa” para sacarlo, como se sienta a negociar con él como mejor “nuevo amigo”, desplazando a Kim Jong-un. 

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