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Abril 23, 2025


El sufrimiento como elección legítima

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Como alguien que ha ahondado un poco en los preceptos de los distintos “caminos de la liberación” (hinduismo, budismo y taoísmo) del Lejano Oriente, ha sido un reto asumir, irónicamente, el desprendimiento necesario sobre principios fundamentales que, a mi parecer, son ciertos. Específicamente, los pertinentes a la naturaleza del sufrimiento bajo el prisma budista: 1. la vida como sufrimiento, 2. el apego como el origen de tal sufrimiento, 3. el hecho de que el apego es resoluble y 4. el budismo como medio para resolver el problema. Esto, motivado por una cuestión que no ha dejado de pulular en mi mente: “¿qué tal si hay sufrimientos cuya extinción no nos conviene?”. Esta pregunta me ha hecho ver que el budismo asume que deberíamos querer liberarnos del sufrimiento en todo momento, por cuanto su existencia implica nuestra participación en una ratonera en donde corremos en círculos por una saciedad definitiva que nos elude. En tal sentido, esta publicación abarca el argumento en contrario: el sufrimiento como elección legítima de cara a ciertos fines. Para ello, se profundizará sobre qué es el sufrimiento, la condición humana y su relación con la insatisfacción y la adversidad y, por último, el significado como factor de legitimación del sufrimiento.

Para empezar, definamos al protagonista en cuestión: el sufrimiento es aquel dolor interiorizado que se reitera en el tiempo, producto de la negación de determinado estado de cosas. Con esta definición, podemos desglosar los distintivos del sufrimiento: 1. no es un dolor fisiológico, sino psicológico. 2. No es un dolor reactivo o del momento; es proactivo y vuelve a manifestarse con contenidos emocionales parecidos ante circunstancias relativamente similares. 3. Tiene su raíz en las valoraciones necesarias para negar una situación fáctica en nombre de una situación ideal. Algunos ejemplos llanos que podríamos dar son: sufrir por la pérdida de un ser querido debido a que se anhela un reencuentro que nunca podrá ser, sufrir porque nuestros seres queridos no son lo que quisiéramos que fueran, sufrir porque amamos una vida que tiene como contrapartida la muerte, etcétera.

Vistas las cosas así, podemos ver que detrás de la negación que da pie al sufrimiento hay una gran insatisfacción o inconformidad que rehúsa irse, lo que los budistas llamarían apego. El problema está en que la insatisfacción tiene un rol fundamental en la naturaleza humana, pues es el elemento catalizador de nuestras vidas ordinarias: nos impulsa a salir de una “situación A” para así llegar a una “situación B” con un espíritu de progresión imbuido en nosotros. Corolario a esto, a pesar de que, en términos budistas, el eterno aquí y ahora es la fibra misma de la realidad, los seres humanos operan, por naturaleza, con el concepto de futuro. O, puesto de otra manera, siempre buscan saltar hacia la nueva situación deseada que, desde el presente, es intangible. Este mecanismo es criticado por los budistas porque su función puede deteriorarse muy rápido, perdiendo su función de mantenernos curiosos y avanzando hacia nuevos horizontes para degenerar en una clase de hastío por el mundo y por nosotros mismos.

Ya hemos visto cómo la insatisfacción es un catalizador que nos mueve de una situación presente hacia una situación distinta. Pero hay otro elemento que, incluso siendo externo, nos hemos adaptado a él de tal manera que no podríamos desarrollarnos sin su presencia: la adversidad. Imaginemos por un momento que el tránsito de una situación a otra siempre fuese fácil y nunca hubiera resistencias. Probablemente, al principio, esto nos encantaría hasta que, lento pero seguro, empezaríamos a sentir ese aburrimiento adormecedor llamado complacencia. La razón por la cual la adversidad existe es porque la fricción, la aleatoriedad y las necesidades infinitas son inherentes a la experiencia de vivir. La vida se encarga, para nuestro beneficio e incluso sin saberlo, de darnos circunstancias donde no hay camino fácil para la obtención de lo deseado, cosa que enaltece al deseo y le da un peso que no podría tener si solo hubiese sido otorgado sin ton ni son.

Habiendo dicho lo anterior, la insatisfacción y la adversidad no son valiosas en sí mismas. Nadie está conscientemente buscando despreciar cuanto tiene y encontrar cuanto dolor y conflicto pueda haber por lo productivo de una experiencia masoquista. La insatisfacción como un fin en sí mismo no es más, como planteó Alan Watts, que la admisión persistente de la carencia bajo la promesa de una plenitud futura que jamás llega. Para romper con un bucle tan pernicioso, hemos de entender que hay sufrimientos legítimos e ilegítimos o, dicho de otra manera, insatisfacciones productivas e improductivas. La línea divisoria entre una cosa y la otra nos la da nuestra capacidad (o no) de darle significado a nuestro sufrimiento. Dar significado equivale a valorar o juzgar que determinado sufrimiento es bueno porque es necesario de cara a un bien superior en el cual uno cree sinceramente.

Para entender esto, vale la pena precisar que los ejemplos que dimos anteriormente son casos de sufrimiento ilegítimo a los cuales difícilmente se les puede dar significado más allá de que, eventualmente, uno se percate de la imperiosa necesidad de extinguirlos por su sabotaje a nuestra sanidad. Igualmente, estos nos demuestran que el sufrimiento innecesario al cual estamos sujetos no es poca cosa; es un ancla atada a nuestros pies que nos lleva a la neurosis y la disfuncionalidad.

Siendo esto así, entonces toca precisar el sufrimiento legítimo. Lo que lo destaca es que el mismo se asume de forma consciente. No es un dolor reiterativo que no sabemos de dónde proviene o que sea producto del resentimiento producido por la disparidad entre lo ideal y lo real. Es el costo que se está dispuesto a pagar por un proyecto de vida que uno ha asumido. A este proyecto es al que hacemos referencia cuando hablamos de un “bien superior en el cual uno cree sinceramente”. Lo describimos en esos términos dado que dicho proyecto es de naturaleza eminentemente personal. Este no es el proyecto de nuestros padres, amigos o amantes; es el proyecto en donde, tras la lucha de años que ha de librarse para encontrarse a uno mismo, se da respuesta a nuestro destino, a lo que estamos llamados a hacer conforme a esa unión única de aspectos que dio lugar a nuestra perspectiva sobre el mundo.

La consecución de dicha respuesta es la máxima expresión de la individualidad del ser humano e implica sufrimiento, por cuanto la definición tan clara respecto a lo que se es trae consigo implícito la negación de todas las demás influencias y opiniones en contrario. Muchas veces querremos recibir una comprensión que nunca llegará. Muchas veces insistiremos en aquellas cosas que no serán más que criticadas. Muchas veces sentiremos que, respecto a lo que tengamos que decir, no hay oído dispuesto a escuchar. Pero así es el camino para alcanzar el destino: lleno de dudas, miedos, detractores e indiferencia. Indistintamente de todo ello, persistamos, pues la transformación por la cual pasaremos nos llevará, de formas insospechadas, a encontrar a nuestra audiencia: los testigos de todo lo que teníamos que dar en esta vida.

@jrvizca

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