OPINIÓN

El Qatargate

por Ignacio Ávalos Ignacio Ávalos

 

Foto EFE

El deporte es un fenómeno social que se perfila con cada vez más fuerza en la vida humana.  Entre sus diferentes disciplinas se destaca el fútbol, como el más global, el más practicado y el que cuenta con mayor audiencia a lo largo y ancho del planeta. Además, y sobre todo, es el más importante desde el punto de vista comercial, origen de distintos negocios suelen ocurrir de maneras no muy santas.

Para alguien como yo, que desde los 4 años ha transitado la vida con un balón a su lado y que por estos días hasta le prende velitas al entrenador José Pekerman para que haga un milagro con la Vinotinto, resulta difícil y hasta desagradable ponerse el sombrero de sociólogo para meterle la uña y analizar los aspectos que degradan al balompié.

El gobierno del fútbol

Creada en París, año 1904, la longeva Federación Internacional de Fútbol Asociado (FIFA por sus iniciales en inglés) es el organismo que rige el balompié en el mundo, en todas sus categorías y niveles, además de que vigila el cumplimiento de las reglas con las que se debe jugar, una suerte de catecismo que ha tenido pocos cambios y todos contando siempre con su sagrada bendición.

Históricamente, la corrupción en sus distintos formatos ha caracterizado su desempeño, replicado también en todos sus organismos subalternos. Me viene a la memoria el que hace unos pocos años destapó el FBI  y que comenzó siendo una investigación sobre la evasión de impuestos y el blanqueo de dinero de procedencia incierta y terminó revelando un gran escándalo a propósito de asuntos tales como elecciones manoseadas y tramposas, sobornos en la designación de la distintas sedes para eventos internacionales, manejos turbios en la firma de patrocinios con grandes corporaciones, sospechas en la contratación de los derechos comerciales para la televisión y como estas, otras cuantas menudencias, que por cierto ocurren en una institución que lleva el ropaje inocente de una ONG sin fines de lucro (?), cuando en realidad es una multinacional que actúa casi a sus anchas en todo el globo terráqueo.

El Qatargate 

Un informe publicado hace algún tiempo reveló que en 2010 hubo una conversación en el Palacio del Elíseo entre el presidente de Francia, Nicolas Sarkozy; el príncipe heredero de Qatar; Michel Platini, entonces presidente de la UEFA y Sebastián Bazin, propietario del París Saint Germain. En la reunión se acordó que Platini votaría a favor de Qatar y que a cambio de ello su gobierno ayudaría a superar la grave crisis financiera que sufría el PSG. Dicho y hecho, el país árabe alcanzó la sede para el Mundial 2022 y pocas semanas después, el fondo Qatar Investment Authority adquirió el 70% de las acciones del PSG. Se ratificó, así, una práctica que viene dándose desde hace casi una eternidad, como lo ejemplifica Benito Mussolini, quien logró el apoyo al Mundial de 1934 con el fin de legitimar su dictadura militar en Italia. Es este, reitero, apenas un caso de una lista muy extensa.

Qatar no es, ni mucho menos, una potencia en el escenario del balompié, aunque tiene algunos pergaminos, por ejemplo, el haber ganado en 2019 la Copa de Asia. Sin embargo, ha cobrado una enorme influencia en el fútbol, dada su riqueza natural (cuenta con el ingreso per cápita más alto del planeta), consecuencia, sobre todo, de la exportación del gas, lo que le ha permitido ser un actor muy importante en el espacio deportivo, en especial en el del fútbol.

Se entiende, entonces, que en 2010 Qatar haya sido designado por la FIFA como el país sede del próximo Campeonato Mundial. Sus grandes recursos le han permitido echar la casa por la ventana y no me refiero solo a los imponentes estadios, sino a la mejora notable de Doha, su capital, mediante la construcción de hoteles y edificios y la renovación de buena parte de su red de transporte, incluida la construcción de un nuevo sistema ferroviario de metro.

La doble moral de la FIFA

Me parece que desde que, en 2016, Giovanni Infantino asumió la presidencia como sucesor de Joseph Blatter, la FIFA ha subrayado como parte de su discurso oficial el respeto a los derechos humanos, lo que no alcanzó a impedir que se optara por Qatar como sede del Mundial. Se trata de una nación gobernada por una monarquía parlamentaria, en la que no hay democracia ni libertad de expresión ni de pensamiento ni de culto, las mujeres no son enteramente libres y existe la esclavitud. Se ha llamado la atención particularmente sobre las muy precarias condiciones de trabajo de miles de obreros, en su inmensa mayoría migrantes, que han participado en las labores de construcción emprendidas con motivo del evento, habiendo muerto alrededor de 6.000 de ellos, de acuerdo con estimaciones que algunos consideran conservadoras.

En suma, la lista de abusos no es corta, a pesar de ciertas reformas más o menos recientes y que sirven para barnizar en cierta medida la situación del país. Human Rights Watch ha declarado al respecto en un informe reciente, que “…los flujos del deporte globalizado vinculan a atletas, fanáticos, instituciones deportivas, órganos de gobierno, medios y financiamiento a través de las fronteras, sin que importen los mapas morales que se dibujan desde los derechos humanos, permitiendo que sus violadores remodelen su imagen como anfitriones deportivos glamorosos”.

El poder blando

Se sabe, por obvio, que el concepto de poder es fundamental en las relaciones internacionales. Aparte de este, en el marco de la politología se formuló, en los años noventa, una distinción entre “poder duro” y “poder blando”. El primero supone el uso de medios económicos y militares por parte de un país, para hacer que otros hagan lo que él quiere, en tanto que el segundo, opinan los especialistas, radica en conseguir el mismo resultado mediante un efecto de atracción, de influencia y de persuasión. Es, en otras palabras,el atractivo, la imagen positiva, la popularidad… Durante décadas ese papel lo ocupó la cultura, por ejemplo, a través de Hollywood y de canciones. Ahora es más el deporte y especialmente el fútbol».

Últimamente el fútbol ha cobrado fuerza y aumentado su espacio como herramienta política. Nuevos actores y nuevas estrategias han puesto el tema sobre el tapete, sobresaliendo en esa tarea, aunque no son los únicos, ni mucho menos, los Estados autoritarios de Oriente Medio –sobre todo Qatar, Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudí– a los que ya no les basta con organizar grandes eventos deportivos, sino que están comprando equipos de fútbol en las mejores ligas del mundo, sobre todo en la europea.

El fútbol más allá del Qatargate

Fuera de la cancha ocurre todo lo que he descrito y más. Pero ya sobre la grama verde es otra cosa. El balón es redondo y rueda libremente sin más interferencia que las piernas de los jugadores, los hábiles y los no tanto. El fútbol se vuelve, entonces, una metáfora de la vida durante noventa minutos, aun si se lo mira en una pantalla.

En ningún sitio aprendía tanto de mí y de los demás como en una cancha, señaló Jorge Valdano. Aprendí todo en la vida con una pelota en los pies, ha repetido mil veces Ronaldinho. En lo personal, siento que poner un pie sobre el terreno de juego o sentarme frente al televisor equivale a la recuperación semanal de la infancia, según lo escribió el novelista español Javier Marías.

Harina de otro costal

La semana pasada Nicolás Maduro, haciéndose eco del club de presidentes latinoamericanos que se califican de progresistas (?), se sumó al reclamo que varios de ellos han formulado contra los españoles, haciéndolos responsables de una lista larga y variada de crímenes contra nuestra población indígena. Luego de haber transcurrido quinientos años pienso que semejante demanda de justicia luce ilógica, por decir lo menos, y que, con buena suerte y viento a favor, dará lugar a un breve memorándum en el que algún funcionario del gobierno de España pedirá perdón, sin entrar en mayores detalles, dando por terminado el asunto.

Ojalá que Maduro y los que lo asesoran en el tema observen lo que está ocurriendo durante los últimos años en algunas zonas de nuestro país. Que vean las condiciones de vida por las que pasan los indígenas venezolanos, tanto niños como mujeres y hombres. Que observen cómo son violados sus derechos y reparen en sus frecuentes protestas contra la destrucción del ambiente. Que imaginen que lo pueden esperar del futuro. Y que se pregunten, por no dejar, si alivia las cosas el hecho de que le cambien el nombre a una autopista de Caracas.

Ojalá que encaren, así pues, un problema seguramente menos épico que el litigio con los conquistadores españoles, pero cuya solución es urgente, necesaria y factible.