El pasado 22 de julio de 2019, a las 4:30 de la tarde, hubo a escala nacional un nuevo apagón que dejó a gran parte del país, por muchas horas, sin el servicio eléctrico. El sistema, dependiendo de cada localidad y sus características geográficas, se fue restableciendo paulatinamente. A esto hay que sumarle los efectos colaterales, es decir, fallas en la telefonía celular, suspensión del sistema de transporte Metro de Caracas, opacidad total y absoluta, miedo y desconcierto, zozobra y desinformación.
Ese fantasma de la oscuridad volvió a aparecer. Luego de tres meses se encontraba en un estado aletargado, latente, donde desde el último evento, aparentemente, no se tomaron los correctivos necesarios para mejorar la prestación del servicio energético. Por esto, varios expertos venían anunciando una nueva e inexorable falla, ya que los problemas que originaron los hechos de marzo y abril no se habían solucionado de forma eficiente.
Cuál fue la explicación más viable y supuestamente creíble que ofreció el gobierno central. No es otra que la culpa, no es por la falta de inversión y la contratación de personal, no, experto en el sistema eléctrico. No, no, no. La causa del apagón es culpa del imperio norteamericano y de sus lacayos, que utilizaron un impulso de ondas electromagnéticas para causar el sabotaje del servicio eléctrico, todo con el fin de maltratar al noble pueblo venezolano, ya que la revolución bolivariana es un faro para las naciones del mundo, pues representa la emancipación de un país ante las apetencias expansionistas para apoderarse de nuestros recursos naturales; entiéndase, Estados Unidos, la Unión Europea y la Colonia Tovar.
Es una lástima que muchos crean esa explicación, que dista desmesuradamente de la realidad. Pero hay que hacer memoria porque todo esto comenzó en el año 1998, cuando se eligió a un militar golpista, empezando, así, el trazado del camino irremediable hacia una dictadura. Hugo Chávez nunca tuvo un proyecto de país, tuvo un proyecto de poder. Hizo hasta lo imposible en esos días y lo logró, para disfrazar su autoritarismo, cabalgando sobre el gran desconcierto, arrechera y frustración que tenía el pueblo venezolano, en búsqueda de una supuesta estabilidad y paz, y persiguiendo afanosamente un cambio profundo en la manera de dirigir los hilos del Estado.
Los venezolanos cometieron un error, en su ceguera, de inclinarse por la opción de un vengador quien pudiera venir a solucionar la situación del país, no se dieron cuenta en el momento de que el paladín de Sabaneta hundiría, como lo hizo, mucho más a Venezuela, sin arreglar problema alguno, sino más bien de acrecentar los que existían y de crear nuevos, los cuales han ahogado a la nación en la peor miseria que haya existido.
Dinamitaron y destruyeron todo el entramado institucional de la patria, llevándolo a la locura extrema de una lucha fratricida, donde la tolerancia es casi nula por quien piensa diferente, ideologizando a toda una sociedad, con el fin de preservar su parcela de poder, entregando dádivas al pueblo, distribuyendo de forma equitativa la desgracia, a través de bonos y bolsas de comida, convirtiendo canciones de protesta en dogmas de fe y buscando culpables a los errores cometidos por ellos mismos, dado que todo el tiempo es crear una coartada política, con el fin de esconder su realidad vergonzosa, porque ese es el legado del comandante supremo, puesto que se pasean en la desidia, la ineptitud y la sumisión total y absoluta, con una forma de pensar que nos ha llevado al siglo XIX, a un paso de vivir de la caza, la pesca y la recolección. No hay que olvidar que estamos en socialismo, el real y verdadero, el único posible, porque nos encontramos a un paso detrás de la esperanza.
Hemos llegado abajo, más bien. No, más abajo del fondo, donde la ley es aplicada de manera discrecional, la libertad de expresión condicionada por esa entelequia que llaman ley del odio y la ley de responsabilidad social en radio y televisión. No les tembló el pulso para abrir de par en par las puertas de las cárceles para aquellos que disienten del proyecto revolucionario. Todos vivimos en un estado general de sospecha, donde las órdenes de búsqueda y captura se dictan a través de un programa de televisión. Ya se castiga por intenciones. En la realidad venezolana, el pensamiento delinque.
Ya no somos ciudadanos, somos borregos para vestirnos de milicianos y acatar órdenes, donde la filiación a través del carnet de la patria representa esa sumisión total y absoluta, puesto que está prohibido pensar, comparar y reclamar nuestros derechos. Porque el que ose levantar la voz es un traidor a la patria. El que ose reclamar la ineficiencia del gobierno es un contrarrevolucionario. Muchos prefieren callar para sobrevivir.
Los apóstoles del proceso bolivariano ya carecen de vergüenza, porque con el devenir de los años los hemos visto llegar a la palestra pública como mendigos, para luego comportarse como ladrones, y además se creen señores.
A pesar de que en estos últimos años tratamos de embellecer algunos recuerdos y procuramos olvidar otros, como sociedad no hemos podido mejorar el olor que emanaba la pobreza humana, por un lado, y la maldad, por el otro. Estamos acostumbrados a sufrir de antemano por las desgracias que posiblemente ocurrirán, pues no se vislumbra a corto ni a mediano plazo solución alguna a la realidad venezolana.
En esta nueva etapa de la revolución, luego del fallecimiento de Hugo Chávez en marzo de 2013, continuamos en la senda del populismo, que golpea con fuerza el estómago de nuestra sociedad con la escasez, la devaluación y la hiperinflación. El régimen bolivariano lo que pretende es mantenernos en la ignorancia, para poder, así, adoctrinar y mermar la capacidad de comparación a fin de no confrontar la realidad. Son 20 años de historias tristes y de penurias, de estrechez y necesidades. Procurando siempre crear un ambiente público de agresión y crispación, pues su prioridad es eludir sus obligaciones.
Nuestro principal problema es que el futuro no es lo que era. Estamos obligados a comer mierda sin hacer gestos de repugnancia. A pesar de ello, estos improvisados no pueden ocultar su descalabro, dado que todos saben que son responsables de los actuales problemas de la nación; su incompetencia raya en lo asombroso.
El camino por seguir, para que Venezuela salga de este atolladero y se inserte de nuevo en el concierto mundial de los países en desarrollo es rescatar a la nación por la vía democrática, generar las condiciones para volver a confiar en el sistema de libertades, promover y apoyar el voto como alternativa para dirimir diferencias políticas, creer y fomentar la paz y la tolerancia entre los venezolanos, rescatar la autonomía de los poderes públicos, que reine el imperio de la ley y que seamos capaces, como ciudadanos, de luchar por nuestros derechos y de cumplir con nuestros deberes. Así y solo así construiremos el país que todos nos merecemos.
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