La lucha venezolana es una que se le ha comparado con el combate bíblico de David contra Goliat. Y, sí, tiene sentido su uso, por cuanto en esa analogía podemos encarnar fácilmente a nuestro pueblo, aguerrido pero desarmado, en el primero y a la dictadura, minoritaria pero armada, en el segundo. Sin embargo, tal comparación, aun cuando es válida, realmente no es ni la más apta ni la más precisa para describir nuestra situación.
En cuanto a lo que este autor respecta, un escenario clásico de David contra Goliat sería el enfrentamiento de los pueblos latinoamericanos contra las dictaduras militares del siglo XX. En ese entonces, el conflicto era claro y dicotómico: dictadura versus democracia, militar versus pueblo, autoritarismo versus libertad. Viendo hacia atrás, da la impresión de que fue una época más sencilla para describir semejantes realidades políticas.
No obstante, el siglo XX se acabó y estamos en estos instantes viviendo en un nuevo milenio cuyas realidades, tanto para el bien como para el mal, son mucho más complejas. Ejemplo de ello, en cuanto a lo trágico, es lo que ha ocurrido en Venezuela debido a ese error histórico denominado “revolución bolivariana”.
El proceso chavista ha sido insidioso y perverso en unos niveles que la región americana jamás ha visto. Más allá de erigir un statu quo corrupto como los autoritarismos de antaño, el mismo lo que ha hecho es desmantelar la fábrica de la sociedad venezolana hasta dejarla irreconocible y aliarse a las peores causas de la humanidad para garantizarse alguna forma de apoyo.
Por ello, la historia bíblica de David contra Goliat es insuficiente para describir lo que ha pasado. Más apropiada que esta e incluso más épica sería comparar la lucha venezolana con aquella emprendida por Hércules contra esa malvada bestia conocida como la Hidra de Lerna.
El referido mito viene al caso porque identifica, de una forma u otra, tanto el problema en el que estamos inmersos como su solución.
Si el régimen es la Hidra, entonces este no es un simple gigantón cuya única ventaja es la fuerza bruta. Por el contrario, es algo más macabro y multifacético. Si seguimos al mito nos percataremos de que la Hidra es una monstruosidad venenosa que cuenta con muchas cabezas y, por ende, muchos rostros. Siendo lo peor que si se decapita una de ellas, otra más dura la reemplazará.
Eso justamente es lo que es el régimen que enfrentamos. Lo que nosotros llamamos “régimen” va más allá del “chavismo” o de un simple movimiento político. El régimen es una red delincuencial que cuenta con representación en la cúpula chavista, la cúpula “opositora”, el paramilitarismo, el narcotráfico y el terrorismo internacional.
Por ello, debemos admitir, tal como le tocó al mismísimo Hércules hacerlo, que para poder derrotar a la nefasta Hidra se requerirán dos cosas: estrategia, por una parte, y apoyo de alguien más, por la otra.
En cuanto a lo que estrategia se refiere ya sabemos que apaciguarla no funcionará. Incluso, como ya hemos visto múltiples veces, tampoco funcionará tratar de confundirla a través de un dialogo entre sus propias cabezas. La única solución es sacarla de donde está y darle muerte para que no vuelva más nunca.
He ahí nuestro problema. He ahí lo que nos ocupa. Venezuela necesita un cambio sistémico total que no puede darse si el régimen, con todo lo que representa, no es extirpado. A la Hidra se le puede lacerar por aquí y por allá, incluso decapitar alguna de sus cabezas, pero siempre regresará y lo hará justo cuando se cree que se tiene la victoria a la mano.
Para poder vencer, se debe tener una estrategia de cara a la Hidra como un todo. La Hidra es el chavismo, la Hidra es mucho de la oposición formal, la Hidra es la complacencia y la complicidad con todos los males que nos han mutilado; sea la corrupción rampante o la delincuencia organizada.
Entonces, considerando la naturaleza de lo que enfrentamos, debemos ser tajantes, absolutos y sin contemplaciones. Debemos cortar todas las cabezas de la Hidra y quemar sus cuellos sangrantes. Debemos cauterizar todas esas fuentes corrosivas que solo emanan más pus y desgracia.
Ahora bien, como se dijo anteriormente, para ejecutar tal labor se requerirá de ayuda. En tal sentido, debemos saber quiénes serán los participantes y el rol de cada uno.
Remitiéndonos al mito, la Hidra fue derrotada por las manos de Hércules, quien se encargó de decapitar cada una de las cabezas, y las de Yolao, quien se encargó de quemar cada uno de los cuellos de la bestia.
En nuestro caso, sé que de fondo quisiéramos ser Hércules, pero la realidad es que, como pueblo atrapado y desarmado que somos, no estamos en la capacidad de serlo. Este rol, aun si todavía no se quiere asumir, le corresponde a una coalición de los países más afectados por nuestra tragedia. Ellos tienen la “espada”. Ellos tienen el aparato militar que sí puede disuadir a las fuerzas delincuenciales.
Sin embargo, nosotros no nos quedamos atrás. Nos tocará ser Yolao y, por lo tanto, los garantes de la derrota de la Hidra. Este rol, de cierta manera, puede ser considerado más importante que el del famoso Hércules. Depende de nosotros identificar cada una de las cabezas que Hércules debe cortar, asegurar el verdadero fin de la monstruosidad serpentina e inaugurar un nuevo país que perdure en el tiempo.
Para que ese sea nuestro rol y nuestro destino debo insistir, entonces, encarecidamente que realicemos las siguientes acciones:
Tengamos los ojos bien abiertos, veamos con claridad las diferentes facetas del régimen, revelemos sus mentiras, coartemos su alcance, liberemos nuestras consciencias y, en definitiva, reconozcamos de una vez por todas al monstruo que enfrentamos.
@jrvizca