A la memoria del eximio maestro Nuccio Ordine, recientemente fallecido, quien inspiró estas líneas.
La palabra maestro proviene del latín “magister”, el que enseña. Sin embargo, no todo el que enseña puede ser considerado maestro. En mi consideración un maestro es una persona que deja huella en algún momento o período de nuestra existencia como seres humanos. Surge de un proceso de enseñanza, digámos la relación profesor-alumno, pero ello no es suficiente. Esa huella puede referirse a actos de preocupación por el discípulo, al ejemplo de una actitud ante la vida, el sentimiento de la trasmisión de uno valores, el agradecimiento por una lección, una irradiación carismática, incluso la consecuencia de un acto sutil que intuitivamente se graba en nuestro corazón. En suma, la relación maestro-discípulo es una relación profundamente subjetiva que llevamos dentro de nosotros, a veces secretamente, con orgullo y pundonor. Les confieso la aridez del alma que presiento deben cargar las pocas personas que sostienen que nunca tuvieron un maestro. La explicación es sencilla: se han perdido algo profundamente humano, un efluvio exquisito de nuestra dignidad.
En cualquier etapa de nuestra vida puede surgir un maestro: en la niñez, en la juventud, en la adultez. Me considero afortunado por las cinco personas que me han alumbrado como maestros en mi ya larga vida, y que tratándose de un asunto personal prefiero en ello no abundar. Cada etapa de la vida es distinta en lo que se refiere a la impronta del maestro sobre el discípulo: el niño requiere de mucho amor y sensibilidad por parte del maestro. En esta etapa tan importante para la formación de la personalidad sin excepción los profesores deben procurar ser auténticos maestros, pues el niño lo anhela, lo necesita, lo requiere. De allí la gran relevancia del maestro de escuela. La adolescencia exige el ejemplo moral y una ayuda particular del maestro en la definición vocacional, mientras que en el adulto el perfil del maestro va unido a factores de diversa índole (intelectual, ético, profesional), con los que termina identificándose el discípulo al darle a la persona la jerarquía de maestro.
Uno de los temas más interesantes de la historia de las ideas y el pensamiento en todas las ramas del saber es el de los maestros intelectuales. Esta es mi explicación: el maestro, normalmente un pensador original, crea una escuela con sus respectivas reglas, en torno a la cual selecciona y forma sus discípulos: el caso de Sócrates y Platón, Platón y Aristóteles, Heidegger y Arendt, Freud y Jung, Russell y Wittgenstein, para solo citar algunos. En determinadas situaciones suele suceder que el discípulo comienza a cuestionar las lecciones del maestro, y se abre entre ellos una fuerte conflictividad. Ello es patente en la relación Freud-Jung; el rebelde es expulsado de la escuela y del círculo de discípulos del maestro, obligado en consecuencia a formar, si está en sus posibilidades creativas, una nueva escuela, como fue el caso de Jung. George Steiner en un hermoso libro, Lecciones de los maestros, ha estudiado las vicisitudes de esta compleja relación, que va desde la sumisión absoluta (los maestros autoritarios que no aceptan ninguna clase de disidencia, como fue el caso de Newton), hasta los maestros carismáticos que no tuvieron ningún interés en formar escuela.
Otro punto fascinante es el de los maestros espirituales, sobre lo cual cabe una aclaración. En mi definición de maestro espiritual solo entran las personas de carne y hueso, personas vivas que comparten en tanto maestros o discípulos una experiencia vital común. El ejemplo que inmediatamente surge en mi memoria es el de los gurús de la India, recipiendarios de una fe que origina un seguimiento absoluto e indiscutido por parte de sus discípulos. Pero, ¡ojo!, en todas las religiones, sin excepción, uno se encuentra con maestros espirituales, con el siempre amenazante peligro del fanatismo dado el seguimiento sin límites que exige el maestro.
Para los muertos prefiero la denominación de guías espirituales, no maestros, pues estos son seres tangibles, mientras aquellos están revestidos de la intangibilidad de la vida eterna, o en una percepción inmanentista, el mensaje imperecedero de una vida ejemplar. Vale el ejemplo de Confucio, pues hoy sigue siendo un guía espiritual del pueblo chino, dada su influencia ética y educativa, que ha permanecido con el paso del tiempo y que el marxismo maoísta, pese a intentarlo, nunca pudo erradicar.
Tema apasionante pues es el del maestro y su relación con sus discípulos. Una relación que ha movido al mundo desde que afloraron las culturas civilizatorias, en la mayoría de las situaciones para bien, sin desdeñar que en otras para mal.