Otra vez hay guerra en Medio Oriente. A casi ya un mes desde que los militantes de Hamás arrasaran brutalmente los territorios israelíes, las represalias militares de Israel continúan, con una ofensiva por tierra cada vez más intensa en el territorio de Gaza controlado por Hamás. Para quienes viven en Israel o tienen familiares allí —y me incluyo— esto implica una profunda crisis personal; al mismo tiempo, mucha gente en todo el mundo se identifica con los miles de palestinos que murieron por los ataques aéreos israelíes; pero, más allá de las conexiones personales, también estamos ante una crisis geopolítica, tal vez incluso más profunda que la guerra de Ucrania y con un impacto mayor para el planeta.
Las consecuencias más inmediatas serán en Medio Oriente. Durante años el primer ministro israelí Benjamín Netanyahu operó con ilusiones que ahora quedaron destruidas (la más significativa era la expectativa de que Israel pudiera normalizar sus vínculos con el mundo árabe sin ocuparse de la cuestión palestina que, aparentemente para él, podía desaparecer a fuerza de deseos).
Ahora es imposible ignorar esa cuestión. Independientemente del resultado de su ofensiva en Gaza, Israel tendrá que hacer una introspección importante y, probablemente, repensar por completo su estrategia para el moribundo proceso de paz de Medio Oriente. Es probable que Arabia Saudita, que estaba a punto de normalizar sus relaciones con Israel, exija ahora algunas concesiones para los palestinos antes de continuar, por miedo a incurrir en la ira de su población y del mundo musulmán en términos más amplios.
Israel tiene el derecho indisputable a defenderse, pero el riesgo es que, en su desesperación por recuperar el control de la narrativa y mantener su posición política, Netanyahu prolongue la guerra o aliente una escalada regional. Considerando que sus aliados nominales del golfo están indecisos, es posible que Netanyahu pretenda recuperar su constelación geopolítica preferida: Israel y los estados árabes suníes frente al «eje de resistencia» iraní, y los palestinos reducidos nuevamente a una cuestión secundaria dentro de un enfrentamiento mucho más amplio.
El conflicto tendrá además graves consecuencias más allá de Medio Oriente, uno de los mayores perdedores será Ucrania. La violencia y el sufrimiento por el que atraviesan sus habitantes ya no se ven tan excepcionales como antes: las imágenes que llegan desde Gaza son tan desgarradoras como cualquiera de las provenientes de Járkov o Mariúpol. Para muchos, la guerra de Gaza hace que la de Ucrania parezca un conflicto europeo «local».
Dado que la supervivencia ucraniana depende de que la comunidad internacional mantenga su apoyo, todo lo que la distraiga de esa lucha es una mala noticia. Además, si la guerra entre Israel y Hamás recrudece e Irán ingresa a la refriega, el impacto sobre los precios del petróleo podría dificultar las sanciones de Occidente sobre la energía rusa.
Para Europa en términos más amplios, la crisis de Gaza crea varios desafíos: en primer lugar, expuso las profundas fracturas entre Francia, Alemania y el Reino Unido. En Francia, por ejemplo, se registraron más incidentes antisemitas en las últimas tres semanas que durante todo el año anterior. Al mismo tiempo, la guerra entre Israel y Hamás alentó la fragmentación de otros estados miembros de la Unión Europea.
Después de la invasión rusa a gran escala del año pasado en Ucrania, los países europeos mostraron una unidad tremenda, pero la atención de los líderes de la UE se encuentra ahora dividida entre Ucrania, el Alto Karabaj (que Azerbaiyán reclamó recientemente después de una ofensiva militar de 24 horas) y Gaza. La semana pasada, cuando se votó una resolución en la Asamblea General de las Naciones Unidas para solicitar el cese del fuego humanitario en Gaza, los distintos estados miembros de la UE se inclinaron por tres opciones diferentes.
La caótica respuesta de la UE ante la guerra entre Israel y Hamás llevó a que la contundente reacción China destacara aún más: a diferencia de los intentos que hizo por mostrarse neutral frente a la invasión rusa de Ucrania, China expresó rápidamente su apoyo a los palestinos en una respuesta que forma parte de su acercamiento al Sur Global. Y los diplomáticos chinos, indudablemente, están ansiosos por resaltar el doble estándar occidental —las distinciones entre Israel y Rusia, y entre palestinos y ucranianos— en los próximos meses.
Pero tomar partido podría complicar a China. El problema más obvio es que una confrontación regional más amplia podría trastornar la frágil paz que logró negociar entre Irán y Arabia Saudita.
En cuanto a Estados Unidos, ya es común usar una frase de El padrino, parte III para describir su experiencia en Medio Oriente: «Justo cuando pensaba que había logrado salir, me obligan a volver». Es una frase especialmente adecuada para hoy, ya que el gobierno del presidente Joe Biden mostró mucha más disciplina y determinación para avanzar en el redireccionamiento de la política exterior de Medio Oriente a Asia que sus predecesores, Barack Obama y Donald Trump; pero ahora la región vuelve a los primeros puestos de la agenda de los responsables de las políticas de su país.
Hasta ahora Biden logró equilibrar su apoyo a Israel con pedidos para que los israelíes limiten su respuesta al ataque de Hamás. Y su decisión de combinar la asistencia a Ucrania con el apoyo a Israel en el mismo paquete de seguridad nacional le permitiría superar la resistencia de los legisladores republicanos a apoyar a Ucrania.
De todas maneras, Biden está en la cuerda floja. Ucrania ya era una distracción indeseada de la principal prioridad para su país: la competencia estratégica con China. En ese sentido, lo que menos necesita Estados Unidos es ampliar su participación en Medio Oriente.
Nadie —excepto, tal vez, Hamás y Netanyahu— está interesado en prolongar o ampliar el conflicto actual de Gaza. Esperemos (tal vez, contra todas las señales) que los actores relevantes reconozcan los intereses que comparten y trabajen juntos para defenderlos. Eso implica que lo más urgente es evitar que el conflicto crezca, y ponerle fin. Y una vez que se haya desmantelado el ala militar de Hamás y los rehenes israelíes estén libres, eso implica impulsar una solución política al conflicto israelí-palestino. No existe otra manera de garantizar la seguridad de Israel en el largo plazo.
Traducción al español por Ant-Translation
Mark Leonard es director del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores y autor de The Age of Unpeace: How Connectivity Causes Conflict [La era sin paz: los conflictos de la conectividad] (Bantam Press, 2021).
Copyright: Project Syndicate, 2023.
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