
Jacobo Penzo durante la filmación de La Casa de Agua, con Doris Wells y Franklin Virgüez / Foto @virguezfranklin
Participé emocionado en la serie de entrevistas que hizo Sergio Curiel para rendir homenaje a Jacobo Penzo (Carora 1949-Caracas 2020), cineasta, escritor, pintor y autor de importante obra cinematográfica y recordé la manera tan singular como lo conocí. Se proyectaba en una de las naves de la Catedral el cortometraje Reverón de Margot Benacerraf y escuché a alguien pronunciar la palabra «bizarro» al referirse al carácter insólito del acto . Era cierto, resultaba algo absurdo e incongruente proyectar ese documental en plena Catedral y no puse en duda que quien pronunciaba la palabra «bizarro» tenía que ser alguien conocedor del idioma y acertar en el buen uso de las palabras. Me le acerqué. Era Jacobo Penzo y así comenzó una amable amistad basada en una mutua admiración, igualmente bizarra, porque en ella no intervino el cine siendo él cineasta y yo maltrecho conocedor de las imágenes, sino el valor de la palabra.
Tiempo después, Penzo enriqueció su filmografía con El Afinque de Marín, un portentoso cortometraje sobre el célebre grupo musical Madera que iba a naufragar, pocos años más tarde (1980) en aguas del Orinoco en una catástrofe en la que perdieron la vida once de sus jóvenes miembros, 70% del grupo, un triste y lamentable episodio que llenó de consternación a todo el país.
Afincar significa enraizar, fijar, establecer definitivamente, pero también alude a la estrecha cercanía corporal de la pareja cuando baila. En el caso del documental de Jacobo el título reúne diversas acepciones. Afinca la vida en el barrio y da libertad a la pareja al fatigarse en el ritmo de la música que ofrece el grupo Madera.
Penzo me explicó que para filmar en el barrio tuvo que darse a conocer, hacer amigos, familiarizarse con el grupo de jóvenes músicos y una vez cumplida a satisfacción esta etapa pudo entrar con las cámaras y el equipo humano, porque de lo contrario el barrio los habría rechazado. Es decir, aprendió que el barrio le exige al cine, no obstante el poder que éste asegura tener, que le pida permiso para entrar y el barrio sabrá qué hacer una vez que entren. Penzo lo entendió y así actuó en vida, como el cine que él sigue siendo y como el ser humano que supo hasta dónde pueden llegar, sin hacer daño, la ironía y el sarcasmo que se arrastran detrás de cualquier palabra bizarra.
Logró en La Casa de Agua, 1984, un filme sobresaliente ambientado en tiempos de Juan Vicente Gómez que trata sobre el comportamiento que el compadre de don Cipriano tuvo con los presos políticos; un largometraje apoyado en un reparto de relevantes figuras como Franklin Virgüez, Elba Escobar, Doris Wells, una película que corre junto a la memoria de Cruz Salmerón Acosta (1892-1929) , el poeta de Azul que vivió y murió en enferma soledad víctima del mal de Hansen y antes de morir anunció una lluvia torrencial en Manicuare donde no llueve nunca y durante su entierro, para colosal asombro del mundo, se desplomó una épica y bochornosa tormenta.
La obra cinematográfica de Jacobo Penzo es mayoritariamente documental y forma parte de lo que se llamó entonces «el cine que nos ve», es decir, el cine que explora, observa y refiere los numerosos y variados aspectos, zonas y circunstancias del país: la minería, las riquezas del mar, los desafíos de la cultura, su gente, costumbres y tradiciones. Es un cine que nos ve, pero que nosotros no vimos en salas de cine porque en el tiempo de Jacobo no visitaba ni frecuentaba las salas de cine pese a los intentos que hicimos para que ocupara un espacio en las pantallas. Nunca coexistió con la publicidad que se activaba antes de la proyección de la película programada. Tampoco han existido en el país asociaciones gremiales, universitarias, sindicales, ligas campesinas o ateneos y casas de cultura interesados en el cine que podrían haber servido como vías y espacios adecuados para la difusión y exhibición del documental, tanto de largo como de corto metraje. ¡Un cine que nos ve pero que nosotros no vimos! Lo siento por cineastas como Jacobo Penzo. Pueden hoy en todo caso mostrar sus filmes en las redes, pero en tiempos de Penzo esto no era posible.
Es lo que explica por qué solo he alcanzado a visionar en su tiempo a Congo Mirador sin llegar a ver lo que fue una admirable comunidad palafítica en el sur del lago de Maracaibo, porque el documental de Jacobo nunca llegó a ninguna pantalla y menos a Congo Mirador, jamás abandonó la barca o lancha desde donde registraba lo que veían los ojos de la cámara acostumbrados a sustituir a los del propio Jacobo y aunque parezca absurdo la notoria ausencia de Congo Mirador, es una de las mayores virtudes del filme porque así se comporta el propio país: nunca llega a ninguna parte y queda detenido justo allí donde aparece alguna nueva y perversa circunstancia política. Creemos que vamos hacia adelante, hacia los palafitos de Congo Mirador, pero nos percatamos de que por el contrario vamos hacia atrás, hacia ninguna parte. ¿Llegaremos algún día a conocerlo?
He llegado a una edad avanzada y aún no conozco la democracia. Antes de Simón Bolívar y de Juan Vicente Gómez no se hablaba de democracia y ninguno de aquellos abogados militares de bigotudo y de espesas barbas sabía de qué se trataba, ávidos todos de sentarse en el poder. Desde entonces, el país venezolano sigue buscándola y cuando cree haberla encontrado y comienza a conocerla y a entenderla aparece algún militar rencoroso y nos separa de ella y entonces decimos que hay que esperar que escampe o que Dios nos agarre confesados o escuchar a Teodoro Petkoff decir, siendo ministro de Caldera, que «estamos mal, pero vamos bien»; o a Carlos Andrés siendo presidente expresar que «ni esto ni aquello, sino todo lo contrario» o escuchar a Herrera Campins exclamar: «¡Piaste tarde, pajarito!» y oír al al propio Maduro decir que «Dios proveerá», significando que una de estas tardes Dios en persona dejará en la puerta de mi casa el mercado de la semana. Pero, ¡un momento bachiller, que estamos olvidando al pobre que en su choza se la pasa pidiendo libertad! ¿Qué puede hacer con la libertad si sigue siendo pobre y en un rancho? ¿Viajar? ¿Mudarse a una urbanización? ¿Formar una bella familia? ¿Comprar ropa, zapatos? ¿Comer caliente?
Maduro, allí le dejo al pobre y a su destartalado rancho mientras sigo viaje sin saber si voy a llegar algún día al Congo Mirador, el idílico lugar de los palafitos donde reina la democracia… mirarla a los ojos… ¡conocerla! … ¡Y enamorarme de ella!