«Nos queda la palabra» (Blas de Otero)
Un rapero es detenido por la policía autonómica de Cataluña en el rectorado de la Universidad de Lleida tras haber sido condenado a nueve meses de prisión por la Audiencia Nacional. Había buscado refugio en ese lugar porque, según él mismo dijo a los medios, contaba con el respaldo de los estudiantes. A Pablo Hasél se le acusa de injurias a la Corona y enaltecimiento del terrorismo. Junta palabras en raps de dudosa calidad, rima fácil y certero mal gusto. Critica a la sociedad española, a los políticos, a los jueces, a la policía, al rey emérito, al rey. Según parece, él es un revolucionario rompedor. Publica raps en un canal de YouTube que tiene 100 000 suscriptores. Cuenta además con más de 130 000 seguidores en Twitter. Es popular.
Tras su detención salieron a la calle los defensores de la libertad de expresión a gritar que no es justo, que Pablo Hasél no ha matado a nadie. Creen que la libertad de expresión es el derecho que tenemos todos a decir lo que nos dé la gana.
Y no es así. Cualquiera explica a los quinceañeros hoy qué significa la libertad de expresión cuando desconocen qué es la libertad. Los chavales han nacido en una sociedad libre y, desgraciadamente, consentida. Nadie les ha hablado de respeto y templanza. Uno no puede ir por ahí diciendo barbaridades, despotricar contra todo y creerse impune a la llamada de atención de un padre o una persona adulta. Los chavales que salen a la calle a volcar contenedores y romper escaparates exigen insultar, destrozar, golpear sin que nadie les diga no. Creen ser los elegidos para la lucha de una causa perdida. No se habla de libertad sin haber visto el otro lado, la cara de la contención. Un caballo salvaje no es más libre que un caballo que conoce la disciplina.
A consecuencia de la detención de Pablo Hasél, las calles de varias ciudades catalanas se han convertido en una especie de zona de guerra. La mayoría de los participantes en las protestas que demandan libertad de expresión y la liberación del rapero probablemente no supere los 20 años. Los informativos de televisión captan imágenes de menores con capucha lanzando piedras a la policía, buscando qué quemar, ebrios de rabia y furia.
Pablo Hasél escribe raps cargados de odio. Sus letras hablan de explotar coches, poner bombas y clavar piolets en la cabeza de un político. Toda esa gente que lo sigue en redes sociales, le escucha y le anima piensa como él. He oído a gente decir que solo son palabras, letras de rap, tuits. Las palabras no son solo palabras. Las palabras sirven para comunicar ideas, pensamiento, razón, emoción. Si alguien cree que la libertad de expresión es esto, juntar palabras se equivoca. Uno habla para decir algo. Hay, sí es verdad, gente que utiliza las palabras, el lenguaje, para engañar, mentir, aprovecharse de la validez de la palabra bien dicha.
Quien se acerque y le diga algo ofensivo, le está haciendo daño. ¿Acaso no se considera esto un ataque a la libertad? Quien le amenaza de muerte, le miente y le grita, quien abusa, quien roba, quien pega, ¿no ataca la ataca la libertad, su libertad?
Ciertos animales como los cocodrilos, las hienas o, por ejemplo, los mosquitos tigre pasan al ataque sin más, desentendiéndose de nuestros valores morales y el aprecio que sentimos por nuestras libertades individuales. Ellos nos muerden porque tienen hambre, necesidad de sangre o simplemente porque les hemos mirado mal. Oiga, mire que solo son animales. Pensará que qué estoy diciendo, por qué salto con esta tontería. Bueno, para que entienda que las palabras importan por su significado. Aunque, la verdad, para ser sincero, me parece que sí he querido hacer uso de mi libertad de expresión sirviéndome de un ejemplo alocado.
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