Aunque es a finales de 1877 cuando Thomas Alva Edison anuncia la creación del fonógrafo, ese curioso instrumento para grabar y reproducir sonidos, su invención no comienza a comercializarse como “máquina de entretenimiento” sino a partir de mil ochocientos noventa y uno. En sus inicios se concibió como un aparato para transcribir cartas y dictados, hacer grabaciones en familia y de discursos, etc. Se trata, indudablemente, del antecesor del moderno tocadiscos.

Según nos relata la historiadora Mirla Alcibíades (El Nacional, 5 de diciembre de 2015), en 1890 llega a Caracas Andrau Moral, agente comercial de Alva Edison, con el propósito de introducir el fonógrafo. Solicita entonces una audiencia especial con el doctor Raimundo Andueza Palacio, presidente de turno, que le es concedida convirtiéndose en una muy concurrida reunión en la misma Casa Amarilla, a la que asisten Andueza Palacio, su esposa, el cuerpo ministerial y las familias de los ministros, entre otros. Moral, explica Alcibíades, organizó muy hábilmente la sesión que comenzó con el Himno Nacional y abarcó 21 piezas entre oratoria y música, con el exhorto final al presidente de que dejara oír su voz para que quedara grabada, lo que presume la historiadora ocurrió. Estos intentos de introducir el novedoso aparato no se concentraron únicamente en Caracas, pues en el periódico valenciano El Artesano, del 1º de julio de 1890, aparece una nota en la que un cronista agradece la caballerosidad del señor Conde Valeri, quien le había obsequiado una tarjeta para asistir a una tenida fonográfica en el Hotel del Comercio, permitiéndole así conocer la invención del misterioso aparato. El cronista señalaba que música, discursos y pensamientos todo era reproducido con pasmosa precisión por aquella máquina, para luego rematar señalando que llegaría un día en que el fonógrafo más sencillo y menos costoso, como el teléfono, estaría al alcance de todos los bolsillos. No se equivocaba el cronista al vaticinar las potencialidades de aquel invento, lo que no atinó a adivinar fue cuán rápido estaría al alcance del público en general, ya que al año siguiente comenzaría su masificación, como bien lo documentara Henrique Avril en una fotografía que registra una de esas tenidas fonográficas en la provincia, publicada en la revista literaria El Cojo Ilustrado (1896).

En enero de 1892 llegan a Puerto Cabello los señores Antonio Soleri y Enrique Campos, quienes traen para su exhibición un fonógrafo; el 30 de enero se harían algunas pruebas en un club –presumimos se trató de “El Recreo”– en todo caso una sesión de carácter privado, para luego organizar una pública en el Teatro Municipal, aun cuando los empresarios ofrecían presentaciones privadas en casa de los particulares.

La prensa local se hace eco de la opinión de personas fidedignas que habiendo escuchado el aparato fonográfico de Soleri y Campos, dan fe de la “perfección con que emite todo lo que por el se repercute”. La función pública en el teatro local no se concretó, en cambio, El Comercio, del 4 de febrero de 1892, señala: «Esta gran maravilla del mundo se exhibe en el botiquín y fábrica de Hielo del señor Ricardo Zuloaga calle de Colombia./ Tan solo por dos días./ No hay, pues, que perder la ocasión de ir á admirar los prodigios de esta asombrosa máquina que ofrece cantos, música, &, de los artistas más notables./ Tan solo un bolívar cuesta para asistir, á cada sección de tres piezas./ Nota: se exhibe desde las 10 de la mañana, hasta las 10 de la noche, y se lleva á domicilio, precio convencional». Los porteños tienen ahora una nueva distracción, que no es la habitual retreta en la plaza Salom, por la Banda “Concepción” bajo la dirección del maestro A. Landaeta, o la función teatral a cargo de la compañía de visita que, por aquellos días, representaba el drama Los pobres de Madrid.

Ese mágico aparato, además, servirá no solo para tempranamente reproducir sino también grabar la voz de muchos y, a veces, importantes personajes. Tal fue el caso del célebre actor español Antonio Vico –quien actuará en la función inaugural del Teatro Municipal de Valencia– que visita Venezuela en 1894. El barco que lo transporta con destino a La Guaira, hace una parada en Puerto Cabello para cargar café, oportunidad que Vico aprovecha para desembarcar, conocer los alrededores y asistir a una función teatral. En sus Memorias, publicadas el año 1902 en Madrid, dejará constancia de que antes de volver a bordo complació a «unos señores que me invitaron á recitar algunos trozos de obras dramáticas en un fonógrafo que tenían; allí quedó grabada la hermosa descripción de las perdices de García del Castañar, la del banquete en La muerte de César, y las décimas de Segismundo de La vida es sueño. A los tres meses tuve el gusto de escucharme en La Habana, en el mismo prodigioso aparato que las recité en Puerto Cabello». Interesante, de verdad, sería poder hallar esa temprana e histórica grabación.

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@PepeSabatino

 

 


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