En la política venezolana no hay nada más tangible que el régimen. El mismo es la causa omnipresente de nuestra miseria diaria, sea cual sea el agravio. Esto lo reconocen y concientizan, por lo menos, 90% de los venezolanos. Lo que no queda tan claro, para la mayoría que se opone a este sistema, es el cómo salir de esta situación de una buena vez por todas.
Ciertamente, dadas las circunstancias, han surgido propuestas para resolver el conflicto venezolano. Lo peculiar de todas es que, por lo que se ve, ninguna se salva de ser considerada inviable por segmentos de la gran mayoría que aspira a ser libre. Es como si estuviéramos atrapados en la dimensión desconocida; una especie de juego truncado en donde todas las vías concluyen en la permanencia de la usurpación.
Ahora bien, participar de dicha percepción equivale, por lógica, a que admitamos que perdimos irremediablemente al país. El derrotismo en tal aseveración es algo que tenemos que prevenir, no solo por los estragos que genera en nuestras mentes, sino porque tampoco nos deja ver las cosas con claridad.
La verdad del caso es que no nos podemos quedar en ese laberinto de decepciones creado por el régimen y sus colaboradores variopintos. Para ello, debemos dejar de caer en las mismas trampas y contradicciones, a su vez que no podemos seguir tragándonos los mismos anzuelos del buenismo. En Venezuela hay una realidad objetiva y ponderable donde la naturaleza de las cosas se vuelve manifiesta; lo hace bajo la forma de fracasos, tragedias y horrores.
Sin embargo, en nuestro país pareciera que la realidad rodase sin detenerse en un carril mientras que el debate público yace varado, sin moverse un centímetro, ensimismado en discusiones estériles erigidas sobre premisas erradas y dicotomías inoficiosas. Seguimos descalificándonos entre nosotros, tal cual idiotas útiles, mientras que los opresores se deleitan ante el espectáculo.
Tenemos una ciudadanía que, a la fecha, sigue en esa desgraciada discusión entre idealismo y realismo de cara a la liberación de Venezuela. Llegando, incluso, a relativizarse cuáles acciones son de una u otra naturaleza. Para algunos, una elección, por ejemplo, es un camino realista para el cambio de régimen, mientras que para otros el mismo método es idealista o ilusorio dadas las circunstancias. Lo mismo pasa con las tesis de la rebelión militar interna o la coalición internacional interventora.
El asunto es que hay un límite en qué tanto puede relativizarse la pertinencia de determinada ruta estratégica. Ese límite es nuestra propia historia que nos dice, sin pelos en la lengua, que no todos los caminos llevan a Roma, pues es sobre la base de los hechos patrios y el entendimiento real de la naturaleza del enemigo que los métodos de lucha se decantan. Siendo que en Venezuela la alta política es la que pueda marcar la diferencia entre la salvación o la mengua de millones, es que puede afirmarse que no hay espacio para toderos acomodaticios. El país, en tal sentido, necesita uniformidad de criterio, integridad en la acción, consciencia histórica y, sobre estas cosas, claridad intelectual y altura moral.
A todos los conciudadanos de bien que, por convicciones republicanas y democráticas, sostienen a la vía electoralista como el camino hacia el país de libertades con que todos soñamos, debo instarles a que observen a la realidad por lo que es. Que la vean sin barnices, ni idealismos institucionales que, lamentablemente, no vienen al caso en un país de organismos arrasados y de soberanía territorial cuestionada.
Vamos a hablarnos claro, Venezuela en su historia jamás ha salido de regímenes dictatoriales por vías democráticas. Además, la maldición que hoy nos aflige es algo mucho más perverso, totalitario y delincuencial que cualquier otra cosa que la nación haya enfrentado antes. No hay afán republicano que pueda convivir con la malevolencia que el régimen ha desplegado y sigue desplegando contra el venezolano. No hay convicción democrática que pueda perdonar la purulencia de un movimiento delincuencial que erosionó todas las bases de nuestra sociedad.
Igualmente, los resultados del electoralismo a mansalva hablan por sí mismos. En donde la fuerza es lo que realmente manda, manifestar una opinión con una papeleta es inservible por cuanto las instituciones no ostentan poder real. Lo hemos visto ya suficientes veces. El régimen perpetra fraudes electorales como primera opción, piénsese en las últimas que ha habido. Si no lo logra, entonces socava a las instituciones fuera de su control y genera organismos paralelos que usurpan las funciones. A las gobernaciones les generan protectorados, a la Asamblea Nacional les crean una constituyente y, si fuera necesario, hasta crearían una figura superior a la de presidente de la República.
También, estimados conciudadanos, aceptemos que dadas las redes de corrupción en el país y el nivel de secuestro sobre la sociedad, las elecciones se han transformado en un negocio estacional para seudoopositores y lambucios de la política. Estos vividores de oficio son aquellos que poco les importa convalidar al régimen, con tal de que este les dé prebendas. En una circunstancia así, el voto es un chiste mientras que un cargo de elección popular es una pantomima.
Sé que, a pesar de todo lo expresado hasta ahora, igual habrá ciudadanos que insistirán en la ruta electoral, aduciendo que no tenemos más opciones y que el voto es el arma más poderosa del hombre libre. A estos debo decirles, con todo respeto, que deben dejar de vivir de eslóganes y consignas para así ponerse a pensar de verdad. Además, les pido que distingan entre la presunta inviabilidad de otras estrategias y la falta de voluntad política para llevarlas a cabo.
Sea como sea, esta discusión vana y redundante debe culminar. No puede seguir habiendo lugar a dudas, la historia es clara y los antecedentes son demoledores. Simplemente hay males con los que no se puede convivir al final del día, sin importar qué tanto se trate. Roma no pudo cohabitar con Calígula o Nerón. Europa no pudo coexistir con los nazis y los fascistas. Por tal razón, estando frente a sujetos de carácter similar, no podemos seguir creyendo que la salida será fácil. No podemos tener el tupé de invertir tiempo, esfuerzos y esperanzas en rutas cuya inefectividad es comprobada. El camino es otro, de mucha mayor altura y liderazgo. Debemos desprendernos de lo conocido, como lo hicieron los padres de la patria alguna vez, para transitar el camino hacia nuevas fronteras.
@jrvizca
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