OPINIÓN

El destino de los judíos

por Guy Sorman Guy Sorman

Una vez más, y no es de extrañar si tenemos en cuenta su historia milenaria, los judíos de Europa y de Estados Unidos tienen miedo; los ataques antisemitas se multiplican como consecuencia directa del conflicto en Gaza. No hay nada racional en estos ataques, que confunden a los judíos de la diáspora con el Ejército israelí, pero así ha sido durante 2.000 años; en la Atenas clásica anterior a Cristo, ya era patente la hostilidad hacia los hebreos monoteístas en un mundo politeísta. Los judíos, aunque no son solidarios entre ellos e incluso suelen estar en profundo desacuerdo, son considerados por los no judíos como un pueblo unitario. Por mi parte, nacido de padres judíos que sobrevivieron milagrosamente al exterminio a manos de los nazis, siempre he sabido que el miedo es parte integrante de la identidad judía.

El hecho de que yo no sea religioso ni practicante, esté poco familiarizado con mis tradiciones, me haya casado con una católica y sea padre de hijos bautizados, no cambia nada; a ojos del resto del mundo, nací judío, por lo que sigo siéndolo. Como todos los judíos en Israel o en el exilio, soy perfectamente consciente de ello. Este destino sigue siendo inexplicable.

El gran etnólogo francés Claude Lévi-Strauss, también de origen judío, señalaba que, en el curso de la historia de la humanidad, miles de tribus, naciones y civilizaciones habían desaparecido sin dejar rastro. Lévi Strauss no se granjeó la popularidad entre los suyos, ni entre la opinión pública, cuando declaró que el Holocausto, iniciado por Adolf Hitler, podría perfectamente haber eliminado a los judíos de la tierra, al igual que habían sido eliminados otros pueblos en el pasado. El misterio, pues, es la supervivencia del pueblo judío a lo largo de los siglos.

Nos preguntamos por las razones de esta continuidad, sin dar una respuesta definitiva, porque ni siquiera sabemos realmente qué es un judío. Durante más de veinte siglos, la mayoría de los judíos han vivido en el exilio, y no porque los reinos originales, Judea e Israel, hubieran sido conquistados por los babilonios, los griegos y luego los romanos, sino por elección. Durante el Imperio Romano, había más judíos en Atenas y en Roma que en Jerusalén. Así que siempre ha habido judíos con Estado, Estados sin judíos y, mayoritariamente, judíos sin Estado, la diáspora. El destino de Israel no coincide con el destino de los judíos. La recreación del Estado de Israel no está escrita en ninguna parte; es consecuencia del antisemitismo en Europa y del Holocausto nazi. El Estado de Israel es un producto de la historia, y lo que la historia ha hecho, la historia puede deshacer; la supervivencia de Israel como Estado nunca puede considerarse garantizada.

Por otro lado, es difícil ver cómo podría desaparecer el pueblo judío, teniendo en cuenta todo lo que ya ha sufrido y podría sufrir todavía. Pero, ¿qué es el pueblo judío? ¿Es cultural, étnica y religiosamente homogéneo? Algunos son rubios con ojos azules y otros, los de Etiopía en particular, son completamente negros. Hay judíos chinos, indios y árabes. ¿Es la Biblia lo que une a los judíos? La mayoría de ellos, aunque se reconocen como judíos, se consideran no creyentes. De hecho, la propia Biblia es más fuente de disputas que de unidad.

Durante la formación religiosa, a todo joven judío se le invita no a aceptar los textos, sino a debatirlos; en la llamada tradición talmúdica, los discípulos llegan a discutir sobre la existencia de Dios. Los judíos ni siquiera se ponen de acuerdo entre ellos sobre la resurrección o sobre lo que ocurre después de la muerte, un debate que dura ya 2.000 años. Los judíos no tienen un idioma común. El Estado de Israel ha reinventado el hebreo, que ya no hablaba nadie cuando se fundó el Estado; pero casi todos los judíos que están fuera de Israel, es decir, la mayoría, únicamente hablan el idioma del país donde viven.

Puesto que el ser judío se presenta como algo sin definir, el filósofo Jean-Paul Sartre dedujo de ello que el judío solo existía como tal en la medida en que hubiera antisemitas. El antisemita sería quien hace al judío, una tesis fascinante, pero absurda. Hay antisemitas que nunca han conocido a un judío, y tampoco es necesario que un judío conozca a un antisemita para sentirse judío. En última instancia, ¿qué nos une? Sin duda el vago sentimiento de una experiencia compartida siglo tras siglo y cuyo conocimiento intentamos transmitir. Ser judío no es pertenecer a una religión singular o a una raza singular o a una civilización singular, sino sentirse heredero de una historia larga e incomprensible.

Quizás este carácter incomprensible del judaísmo explique el antisemitismo y la perplejidad de los no judíos hacia los judíos. Puede que las sociedades occidentales hayan concedido a los judíos todos los derechos que durante siglos se les habían arrebatado, pero sigue existiendo un sentimiento de culpa u hostilidad hacia ellos. Esto se demuestra en el conflicto de Gaza. La «comunidad internacional», es decir, los dirigentes occidentales, esperan de los israelíes un comportamiento ejemplar y «humanitario», pero en ningún momento han pedido lo mismo a los rusos que han invadido Ucrania.

Permítanme concluir con una anécdota que me parece significativa. Hace poco me encontraba en un plató de televisión hablando de Israel -que no es un tema que conozca especialmente bien- y comenté que, dado que el Estado de Israel nació de la historia reciente, su eternidad no está garantizada y es menos segura que la del pueblo judío, una teoría que ya he desarrollado al principio de esta columna. Este enfoque histórico provocó airadas objeciones de los periodistas y analistas presentes. Tratando de salir de este apuro, intenté concluir diciendo que, al final, será el propio Dios quien decida.

No soy religioso, pero no se puede hablar del destino de los judíos sin tener en cuenta su dimensión metafísica. Para mi gran sorpresa, un famoso intelectual judío, que se define como tal, censuró mi análisis y preguntó qué tenía que ver Dios en este debate. Sin embargo, sin Dios no habría judíos. Tampoco habría conflicto con el islam. Si hay paz o guerra en Israel, Dios lo decidirá. Aunque Dios no exista.

Artículo publicado en el diario ABC de España