“La historia ofrece muy pocas recetas, por no decir ninguna, para el futuro. Lo que sí sugiere, sin embargo, es que la perspectiva de dejar la política en manos de personalidades poderosas que afirman conocer la panacea llamada a curar los males presentes y que ofrecen un cambio global destinado a generar una drástica mejoría rara vez resulta deseable”. Ian Kershaw, Personalidad y poder.
Cada transición es distinta por la sencilla razón de que la historia está hecha de individualidades, de fenómenos únicos e irrepetibles. Como dice la máxima de Heráclito, “no nos bañamos dos veces en el mismo río”. No obstante, los hechos relevantes en el suceder de acontecimientos de un país, su cultura política, la fortaleza variable de sus instituciones y la personalidad de los dirigentes que han disfrutado del poder, algo tienen que enseñarnos. En este sentido, nuestra historia moderna y contemporánea como nación constituye un fértil campo de cuya experiencia debemos aprender.
Venezuela nos ofrece dos ensayos recientes de sumo interés sobre el tema que deseo exponer: el llamado “trienio adeco” de los años 1945-1948, y la experiencia democrática a partir de 1958, simbolizada por el Pacto de Puntofijo. La primera naufragó ante las pretensiones hegemónicas de los gobernantes, el sectarismo, la incapacidad y el desinterés por llegar a acuerdos entre el gobierno y la oposición, el no reconocimiento y estímulo al pluralismo político y social, el exceso de ideología, entre otros importantes factores que contribuyeron a la ingobernabilidad y caída del precoz ensayo. Por el contrario, y consecuencia del duro aprendizaje del decenio dictatorial, la búsqueda del consenso, el respeto y confianza a las reglas de juego, el gobierno compartido, la defensa como prioridad de la democracia fatigosamente conseguida, el fomento al pluralismo, coadyuvaron a la estabilidad y fortaleza institucional, en suma, a su relativa durabilidad, excepcional en nuestra accidentada historia.
Ante una hipotética transición, que tarde o temprano tendrá que producirse y que todos los demócratas con fervor deseamos, el acuerdo político y social no es solo una conveniencia, sino algo más profundo, una necesidad, pues los retos a afrontar son demasiado poderosos para ser abordados por una solitaria fuerza política, y menos por una fuerte personalidad representada en el primer mandatario nacional, exigiendo necesariamente la unidad de todos, el mundo de los movimientos políticos, los empresarios, los trabajadores, la sociedad civil en sus variadas expresiones, el sector militar.
Esos acuerdos básicos deben ya irse elaborando y consensuando entre todos los actores de la sociedad y la política, comenzando por las diversas candidaturas que pretenden entrar en las primarias, sin descartar a los partidarios del consenso político, en la medida en que revelen ser actores que con su testimonio han demostrado ser genuinamente democráticos.
Los pretendientes, personalidades y partidos, a la conducción del complejo proceso de la transición, deben deslastrarse de actitudes arrogantes y abrirse al diálogo y la concertación política y social. No existen panaceas. La obra exitosa es del conjunto, no de mí sino de nosotros. No hay alternativa, imperdonable defraudar a la nación. El tiempo apremia. ¡Manos a la obra!
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!
Apoya a El Nacional