El mundillo político, en cualquier lugar del mundo, supera la desmesura del realismo mágico latinoamericano.
En la América hispana, nuestros políticos nos han acostumbrado a oír mentiras más grandes que nuestro inconmensurable Amazonas, sus posturas no están comprometidas, ni ética ni moralmente.
Ideológicamente son tan cambiantes como el tiempo, un día pueden vestir de traje, chaleco y corbata, defender el libre mercado; y al día siguiente pueden rasgar sus vestiduras, tirar la corbata, hacerse una coleta al mejor estilo progre, pregonar la utopía socialista, ser ateos furibundos, pueden arrodillarse ante el Papa, lucir una cruz ortodoxa, ser luteranos, musulmanes o santeros y después volver a ser, sin sonrojarse, los cruzados del libre mercado y la globalización.
Pueden ser liberales, marxistas leninistas, antiimperialistas, adoradores del Tío Sam, pueden decir que ser rico es malo y ofrendar sus vidas por los pobres mientras acumulan grandes y espontáneas fortunas. Su verbo gira siempre en busca del proprium lucrum.
Los políticos en Hispanoamérica practican un sincretismo político que le permite abrazar todas las posturas, aunque se pregonen de derecha o de izquierda, su autopercepción es absolutamente cambiante.
Quizás por eso no me sorprende ver que, en la vieja Europa, el comportamiento es notablemente parecido. Guardando, claro está, las debidas diferencias que idiosincrasia y cultura política imponen.
Me llama a reflexión el debate sobre los debates, quien anteriormente en el no muy lejano 2019 rehuía los encuentros face to face, y además los condicionaba a la presencia de un padrino, que le sirviera como escudero y apuntador, ahora los exige con exacerbante empeño.
Observar, con ojos latinos, las obsesivas propuestas de debates, me han hecho recordar las apasionantes asambleas que vivimos en las universidades venezolanas en la época de las reformas, influenciados por el Mayo francés y la pasión comunista que despertó en nuestro continente el triunfo de la Revolución cubana.
Las asambleas, que se daban diariamente, sirvieron para que los que habían sentido el llamado de los dioses para convertirse en rectores de la historia, y de los procesos de cambio que las desesperadas masas reclamaban, salieran a la luz pública y dieran sus primeros pasos redentores, para que las bases pudieran gozar la bendición de su dirección mesiánica.
De esas asambleas surgieron los grandes agitadores, entrenados en el debate diario, los “picos de plata” les llamamos en Venezuela, que después eran utilizados para “mover a las masas”.
En Venezuela, estos partos de la verborrea y el ardid político son cíclicos, así los tuvimos en la llamada Generación del 28, la del 48, la del 58 y la de 2007, esta última creada en gran medida por la beligerancia que le dieron los ductores del programa La Entrevista de RCTV.
Los líderes de estas asambleas, convertidos en agitadores, monopolizaban las intervenciones, transformándolas en debates, donde ellos lucían como los expertos en los diversos temas, tan solo porque se atrevían a decir cualquier disparate, cuya veracidad solo estaba amparada por la elocuencia y temeridad del discursante.
De esas asambleas aprendieron que en las discusiones triunfan los más vehementes, los más audaces, los patibularios, los mentirosos, los que no guardan ningún compromiso con su palabra, los de la promesa fácil e imposible, los carentes de principios.
El político serio, comprometido con sus ideas y sujeto a la palabra empeñada, debe medir lo que dice, debe guardar la coherencia entre discurso y ejemplo, tiene pocas opciones de ganar las discusiones ante los vendedores de espejismos.
El agitador tiene actitudes políticas variables que se ajustan al momento para poder mover las fibras, las emociones, las vísceras de los oyentes, tiene que adaptar su discurso para poder mover a las masas, los principios pueden esperar siempre y cuando logre conmover, agitar a sus oyentes
Los sociópatas son los mejores candidatos para los debates, cuantos menos escrúpulos, más fácil le resulta la práctica de los encantamientos sociales.
Usan el lenguaje con tanto descaro que terminan destruyéndolo, en Venezuela el buen hablar se sustituyó por el lenguaje cuartelario y el argot hablado en las cárceles.
Recuerdo la expresión de un líder del sector educativo, que supo mantenerse en funciones, durante todos los gobiernos del período democrático y lo que le tocó vivir del “proceso revolucionario”, murió como ministro de Educación. Solía decir el Negro, como cariñosamente le llamábamos: “Si me dejan hablar se jodieron”. Mostraba una sorprendente habilidad verbal para acomodarse con todos, sin siquiera tener que lavarse las manos.
El agitador es narciso, exhibicionista, conoce sus encantos y sus habilidades, cree, por narciso que su verbo es más importante que su palabra, sabe que puede mentir mintiendo, lo que tautológicamente, cree él, convertirá sus mentiras en verdades.
Observando el acelerado proceso electoral que vive España, he descubierto con asombro que a la mentira reiterada se le puede llamar rectificación.
Me da la impresión de que el retador a los debates diarios, a primera sangre, con o sin padrinos, no con pistolas de un tiro sino de seis, olvida la primera regla de los duelistas: un noble no debe retar a un plebeyo, a menos que las encuestas le demuestren que las cosas cambiaron y el plebeyo es él.
El que logre creerle buen rectificador será.
@wilvelasquez
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