La obsesión por perpetuarse en el poder ha conducido a Maduro y a su camarilla a un nivel absoluto de irracionalidad. Pretenden arrastrar, en su caída, a la precariedad, a la miseria y a la muerte a toda la sociedad venezolana. La nación les ha ordenado, a través del voto, de forma pacífica, jugando con sus tramposas reglas, que se retiren del poder. Ellos han desconocido de forma burda y arbitraria el mandato popular.
Prevalidos del control absoluto sobre los poderes del Estado y del manejo de una violenta estructura armada pretenden continuar instalados en los espacios de poder. Saben que no pueden gobernar, que no tienen, ni tendrán capacidad alguna para gobernar; pero enfermizamente se empeñan en continuar destruyendo a nuestra amada Venezuela.
El fraude perpetuado por el Estado-PSUV ha sido rechazado por el mundo democrático. Las organizaciones internacionales y los gobiernos de las naciones democráticas han exigido a Maduro deponer su actitud y reconocer la clara y contundente victoria de Edmundo González Urrutia. La soberbia y la grosera respuesta del dictador y su camarilla nos presagian días muy duros para todos. Al repudio diplomático y político sobrevienen sanciones individuales a los jefes y operadores de la camarilla y también sanciones al Estado venezolano. Por supuesto que todo ese cuadro impacta nuestra calidad de vida. Por supuesto que nosotros, los ciudadanos venezolanos, deseamos vivir en un país libre de sanciones, pero entendemos que para lograrlo debemos tener un país donde el Estado de derecho sea una realidad.
A Maduro no le importa para nada si nosotros sufrimos los rigores de la gigantesca incapacidad, corrupción y perversión de su gobierno, de sus socios y aliados. La presencia de Maduro en Miraflores ha significado la estampida humanitaria más gigante de este siglo en América. Más de 4 millones de compatriotas han tenido que emigrar. Cada día que pasa Maduro en el poder representa una sangría diaria de miles de compatriotas huyendo del infierno socialista. La responsabilidad es de quienes allí lo sostienen y de quienes buscan justificar y normalizar su presencia en el poder.
Maduro está creyendo que los venezolanos del siglo XXI somos los numantinos, es decir los habitantes de la antigua población de Numancia, un pueblo que existió en lo que hoy es la provincia de Soria en España, y que se inmoló ante el asedio y el cerco del Imperio Romano bajo las órdenes de Publio Cornelio Escipión
Los numantinos se inmolaron para no ceder ante el asedio romano. Los venezolanos no podemos y no vamos a inmolarnos ante la irracional postura de Maduro. De hecho, son miles los que cada día salen de nuestro territorio para buscar las oportunidades que el madurismo les niega como sociedad. Pero no todos pueden salir. Hay millones que están por razones culturales, físicas o económicas obligadas a permanecer en nuestro territorio y en consecuencia son víctimas de la perversa obsesión de estar en el poder, pero Maduro debe entender que no nos vamos a inmolar para que él y su camarilla continúen en el poder.
Hoy en día Venezuela, como nación está en el territorio, pero también está dispersa en cada lugar donde está un compatriota. Venezuela no será la Numancia del siglo IV. Nadie se va a inmolar por defender a Maduro. Lo sensato, lo racional, lo ético, lo verdaderamente patriótico es entender que el poder en pleno siglo XXI debe ser democrático, es decir alternativo.
Maduro y su camarilla no tienen ningún derecho a someternos a la situación de aislamiento y precariedad en la que estamos inmersos. Para nada pueden seguir pretendiendo continuar ilegalmente en el poder. 25 años de ejercicio del mismo son ya demasiados. Estamos en el siglo XXI. No en el XVI donde los monarcas se consideraban ungidos por los dioses para ejercer el gobierno. Esas cosmovisiones ya pasaron a la historia y no pueden pretender continuarlas recreando. Venezuela no es la hacienda particular de la camarilla roja. Nosotros sus ciudadanos mantenemos firmes nuestra determinación de rescatar la democracia y dedicar nuestras energías y talentos a reconstruirla.