El mensaje de Navidad de Felipe VI, rey de España, es de esas piezas oratorias que tienen la virtud de lo breve, apenas un poco más de 15 minutos, y, a la vez, de lo sustancial, aquello sobre lo que deberían sostenerse las sociedades democráticas de hoy en día, como lo es, precisamente, la española desde hace medio siglo.
Felipe VI lo expresa, además, con sobriedad, con soltura, con apenas formalidades para que su mensaje sea próximo, no la de un rey ajeno a las preocupaciones del ciudadano común, y con sutilezas, para que el oyente atento reconozca el valor de la institucionalidad de quien funge como jefe de Estado de esa nación tan importante para las comunidades de esta parte del Atlántico que compartimos lengua, tradiciones, gustos y valores.
Comenzó el rey sus palabras dirigiéndose a los cientos de miles españoles afectados por la DANA que arrasó con viviendas y calles en el sur y este de la península y se llevó tantas vidas, resaltando, por encima de las fallas que no olvidó, la “fuerza abrumadora de la solidaridad y de la humanidad”. Felipe VI destacó sobre el dolor y la impaciencia, sobre el justo reclamo, “la conciencia del bien común, la expresión del bien común o la exigencia del bien común” como la raíz de todas esas emociones, lo que debe ser protegido y reforzado.
“Es responsabilidad de todas las instituciones, de todas las administraciones públicas que esa noción del bien común se siga reflejando con claridad en cualquier discurso o cualquier decisión política; el consenso en torno a lo esencial, no solo como resultado, sino como práctica que debe orientar siempre la esfera de lo público», dijo el monarca español.
Es un párrafo, el anterior, para volver a leer, saborear y reflexionar sobre cada palabra dicha. Lo expresa Felipe VI en un momento complejo, agrio, de la política española. El rey reafirma conceptos fundacionales de la España democrática surgida de la Constitución de 1978 para que quien escuche haga el trabajo mental de establecer una conexión con su realidad actual, en la cual aquellos conceptos parecen sucumbir. Pero también es un mensaje que va más allá de las fronteras españolas, porque en nuestra Venezuela adolorida, las instituciones, las administraciones públicas y el discurso oficial circulan por la vía contraria a la del bien común.
El discurso del rey provoca, o debería provocar en nosotros, una sana, y estimulante, envidia sobre el significado de la política y de la democracia, de la existencia de una Jefatura de Estado que en tono ponderado pone el acento en lo positivo y advierte y precisa que la clave del progreso —que para España supuso un avance extraordinario— reside en tener claro, siempre y en todo momento, el acuerdo esencial del bien común.
Aunque Felipe VI le hablaba a los españoles, también es útil el mensaje para nosotros los venezolanos, en la víspera de acontecimientos que deseamos para cambiar el rumbo de nuestro país y restablecer el bien común como el centro del esfuerzo público, de todas la autoridades, de cada una de las instituciones nacionales y estadales y para impregnar el discurso político por encima de las diferencias políticas. Nunca para acabar con la diversidad de miradas pero, como remarca el monarca, para que haya un espacio compartido. Si lo pensamos con detenimiento y serenidad, nos daremos cuenta que de lo que se trata es de hacer lo más sensato con cada momento. Ni más, ni menos.
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