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El Aconcagua de los venezolanos: un grito de esperanza

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Foto: AFP

La hazaña de conquistar el Aconcagua, el techo de América Latina es un testimonio de lo que el ser humano puede lograr cuando decide desafiar sus propios límites. Entre el 30 de diciembre de 1982 y el 14 de enero de 1983, cuatro venezolanos, cargados de juventud, sueños y valentía, emprendieron esta gesta: Ramón Blanco, luthier y montañista experimentado, con 49 años; Alberto Cohen, de 26 años; Hugo Arnal, también de 26 años; y Randolph Hulsmeier, a quien cariñosamente llamamos Randy, un muchacho de apenas 16 años.

Imaginar a Randy, con su corta edad, enfrentando el frío glacial, las pendientes interminables y el aire enrarecido de la montaña, es un recordatorio de que la grandeza no depende de la edad, sino del espíritu. Confiado en sus compañeros y armado con una cámara Super 8, no solo escaló el Aconcagua, sino que lo convirtió en un legado al registrar aquella experiencia con la sensibilidad de quien entiende que los momentos más grandes no deben ser olvidados. Su documental, editado más tarde con tijeras y paciencia, no solo inmortalizó la travesía, sino que se convirtió en un símbolo de lo que significa soñar y hacerlo realidad.

El Aconcagua no les regaló nada. Las noches eran heladas, el viento cortaba la piel y los cuerpos exigían rendirse. Pero paso a paso, estos venezolanos avanzaron, desafiando a la naturaleza y al propio miedo. Al llegar a la cima, los 6.962 metros de altitud los envolvieron en un silencio majestuoso, un lugar donde la tierra se encuentra con el cielo, y donde el esfuerzo se transforma en logro. Ese momento de conquista no solo les pertenecía a ellos, sino a todos nosotros, sus compatriotas, que en cada uno de sus pasos vimos reflejado el espíritu indomable de un pueblo. Al llegar a la cima, con su grito único, cada uno dejó una esperanza imborrable en la historia.

El viaje de regreso también tuvo sus propias historias. Desde las alturas del Aconcagua descendieron hacia Mendoza, y luego cruzaron a Santiago de Chile, una ciudad que en ese entonces vivía bajo la sombra de una dictadura. Mientras estos jóvenes celebraban la conquista de una cima física, otros jóvenes chilenos, de edades similares a las de Randy, enfrentaban su propia montaña: un régimen autoritario que oprimía sus sueños de libertad. La imagen de esos caminos cruzados es profundamente simbólica. Los montañistas venezolanos conquistaban las alturas, mientras que, en las calles de Santiago, otros jóvenes luchaban por derribar las cumbres del autoritarismo. Cada uno enfrentaba sus desafíos, y ambos nos recuerdan que las montañas, sean de roca o de poder, requieren del mismo coraje y determinación para ser superadas.

Hoy, Randy, un odontólogo, convertido en teólogo, sigue conquistando montañas. No de piedra, sino del espíritu. Desde su vocación, guía a otros a ascender sus propias cimas internas, ayudándolos a encontrar el coraje necesario para enfrentar los desafíos de la vida. Su historia no solo es la de un montañista, sino la de un hombre que nunca dejó de ascender, incluso cuando el terreno cambió de las montañas de América a los paisajes más profundos del alma humana.

De manera similar, los venezolanos enfrentamos hoy nuestra propia montaña: reconstruir una democracia honesta, justa y libre después de décadas de oscuridad. Este desafío es tan imponente como el Aconcagua, y requiere del mismo espíritu de sacrificio, perseverancia y unión que permitió a aquellos jóvenes llegar a la cima. En 2013, el fraude electoral fue un golpe que no supimos enfrentar con la organización y la preparación necesarias. No se contaba entonces con la estructura ni la cohesión para desafiar el momento histórico. Pero hoy, en 2025, la historia comienza a cambiar. Nuestro pueblo ha decidido no aceptar nuevamente la mentira.

La lucha no es solo contra un régimen, sino contra las cicatrices que este ha dejado: la desconfianza, la pobreza, la emigración masiva, la pérdida de valores. Reconstruir la democracia no será solo una victoria política, sino una conquista del espíritu, una transformación que nos devuelva la dignidad como nación. Como en el Aconcagua, el camino será empinado, el aire se volverá escaso, y habrá momentos de duda y cansancio. Pero cada paso que demos hacia esa cima será un testimonio de lo que somos capaces de lograr como pueblo.

La montaña del Aconcagua, con su majestuosidad imponente, nos recuerda que las grandes alturas no se alcanzan con facilidad, pero que valen cada esfuerzo. La cima no es solo un lugar físico, sino un símbolo de lo que podemos ser. Así como Randy y sus compañeros llevaron a Venezuela a las alturas del continente, nosotros debemos llevar a nuestro país a las alturas de la libertad, la justicia y la esperanza.

El Aconcagua de los venezolanos es más que una metáfora. Es una promesa. Es la convicción de que, aunque el camino sea arduo, la cima nos espera. Y cuando la alcancemos, cuando podamos mirar hacia atrás y ver el sendero recorrido, sabremos que todo valió la pena. Porque las montañas no solo prueban nuestra fuerza, sino que revelan quiénes somos en nuestra esencia más profunda: un pueblo que nunca deja de soñar, de luchar y de ascender, paso a paso, hacia la cima de su destino.

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