Estas líneas se están escribiendo en la noche del jueves 22 a poco de haber finalizado el último debate Trump-Biden con el objeto de compartir algunas impresiones con quienes nos leen en Venezuela, toda vez que –según entendemos– el acceso a estas transmisiones no es fácil para el común de la ciudadanía como consecuencia de la “hegemonía comunicacional”.
Somos conscientes de que el resultado del proceso eleccionario norteamericano no traerá como resultado la disminución del precio de la harina de maíz precocida ni multiplicará las cajas CLAP, cuya distribución se realiza con fines políticos más que sociales. Sin embargo, sí podemos prever que el desenlace del evento que ocurrirá dentro de dos semanas va a tener alguna consecuencia –buena o mala, ya se verá– en la vida del venezolano de a pie.
En Estados Unidos se habla con insistencia acerca del peso que puede tener el voto latino y especialmente el venezolano en el evento que se aproxima. Es cierto que los latinos/hispanos son la minoría étnica más grande en la nación del norte (30%) y es cierto también que los venezolanos superan o se acercan a las 300.000 almas. Sin embargo, es menester tomar nota de algunas cifras que replantean la percepción del peso de estas comunidades.
En primer lugar, existen alrededor de 11 millones de inmigrantes ilegales indocumentados, de los cuales una determinante mayoría son mexicanos y centroamericanos. Por su misma condición ilegal ellos no votan, aun cuando su presencia e influencia en el tejido social es visible.
De los 300.000 venezolanos que habitan en Estados Unidos hay algunos ilegales, al menos un tercio son menores de edad, la gran mayoría no son ciudadanos norteamericanos y por tanto tampoco votan. Estimaciones prudentes señalan que pudiera haber cerca de 30.000 compatriotas venezolanos habilitados para votar, fundamentalmente en el estado de Florida, donde la matriz de opinión parece indicar que la mayoría favorecería la opción Trump como agradecimiento por el decidido –aunque hasta ahora fracasado– empeño del actual ocupante de la Casa Blanca por desplazar del poder a la camarilla usurpadora. Esos venezolanos, junto con otros latinoamericanos ya nacionalizados y la importante comunidad cubana (ya habilitados casi todos para votar) bien pudieran inclinar la balanza en favor de Mr. Trump en Florida, otorgándole de esa forma los indispensables veintinueve delegados que ese estado aporta al Colegio Electoral, que es el que en definitiva elije como mandatario al que obtenga al menos 270 de los votos de los delegados que conforman ese cuerpo. No obstante, también radican en Florida y el resto del país muchos puertorriqueños, que en su mayoría están disgustados con el presidente por el maltrato que dio a la isla con ocasión del huracán Irma de mediados de 2017. Ellos son norteamericanos y son centenares de miles que se mudaron hacia el continente como consecuencia de la destrucción y escasa asistencia que estiman el gobierno federal prestó a Puerto Rico en esa triste emergencia.
Sin embargo, existen otros factores en Florida donde la muy alta proporción de personas de mayor edad y otros que son beneficiarios de los programas de seguro de salud subsidiados (Obamacare) cobran una relevancia para su interés personal que bien puede influir para que voten por el candidato que les promete continuar ese programa (Biden) y no por el que aspira a quitarlo (Trump).
El desarrollo de la campaña que ya llega a su final ha sido de pésimo gusto, por decir lo menos. En el manejo politizado del tema de la pandemia y otros la verdad, la decencia y la altura han sido gravemente golpeadas, tal vez como nunca antes pero existe la esperanza de que culminado el torneo la gran democracia norteamericana retomará su cariz más civilizado, siempre que no se produzca alguna refriega por causa de la repetida insinuación del presidente en ejercicio de que el sistema de votación por correo –ya aprovechado hasta la fecha por casi 40 millones de ciudadanos– ofrece la posibilidad de irregularidades que sería a él a quien más afectarían. ¡Menos mal que quien cuenta los votos no es Tibisay!
La mala impresión dejada en los televidentes/votantes durante el primer debate presencial entre los candidatos, en cuyo transcurso Trump perdió la compostura y se comportó de manera inapropiada, pareció ser minimizada en el encuentro de la noche del pasado jueves cuando el presidente realizó con éxito –y a lo mejor alguna pastillita de valeriana– un enorme esfuerzo por dominar su ego desbocado y su personalidad soberbia para por fin ofrecer a quienes lo presenciaron un duelo con al menos una comparación general de proyectos, planes y estilos personales que ayuden a que se decidan los que aún no votaron por correo y a los que lo harán en persona el 3N.
Los sondeos efectuados por las diferentes televisoras –todas ellas altamente politizadas hacia uno u otro candidato– y desnudadas diligentemente todas las mentiras y mentirillas que se dijeron, tienden a coincidir en que luego de lo visto no serán muchos quienes vayan a cambiar la decisión ya tomada.
En lo que sí coincidimos todos los que hemos seguido con atención este proceso es en la necesidad de buscar alguna forma que permita al común de los mortales la manera de distinguir y separar las noticias verdaderas de las falsas (fake news) que han convertido a este y a todos los grandes procesos de competencia electoral en torneos de mercadeo de mentiras y construcción de imágenes que poco tienen que ver con los proyectos y necesidades de los pueblos. Lo del 6D es harina de otro costal.