El destino le ha deparado a Edmundo González Urrutia una posición inesperada. Así es el destino o la Providencia. Gracias a ello, el país ha tenido la oportunidad de conocer a un hombre bueno y decente. Familiar, en unión de su esposa Mercedes y su familia. Un diplomático de carrera con amplia trayectoria al servicio de la República.

Se considera que Edmundo es una revelación; que no se preveía lo bien que está desempeñando su delicada posición. Me permito disentir.

Edmundo no es un político de activismo y experiencia burocrática. Ciertamente. Pero conoce de política por su vida pública. Fue embajador en Argelia, en medio de las intensas convulsiones políticas en aquel país. Fue embajador en Argentina, es decir en la turbamulta de esa gran nación. Fue diplomático durante varios gobiernos venezolanos, incluido los primeros tiempos de Chávez.

Compartí con él funciones gubernamentales cuando el presidente Caldera me nombró ministro. Hicimos amistad. Sus responsabilidades oficiales en la Cancillería y Miraflores las llevó a cabo con impecable esmero.

Algunos piensan que Edmundo no tiene suficiente temple. ¡Qué equivocados están! En su caso, como dicen en Colombia, no se debe confundir el carácter con el mal carácter.

La hegemonía ha desatado una campaña de infamias en su contra. Pero él se mantiene tranquilo, con la madurez de una vida limpia y fructífera.

No se sabe con certeza lo que puede pasar. El pueblo quiere cambio, tal como María Corina lo demuestra a lo largo y ancho del país. La hegemonía se aferra al continuismo y ya se sabe lo qué eso puede significar.

Pase lo que pase, Edmundo, vayan unas palabras de reconocimiento y de respaldo. Un granito de arena te puedo ofrecer. Y la firmeza de la amistad sincera. Juan Pablo II dijo que la Providencia es la presencia misteriosa de Dios en la historia. Tú eres ahora, Edmundo, protagonista de la historia en movimiento. Te proteja e ilumine la Providencia y a toda Venezuela.


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