Nunca sabremos con exactitud cuándo el ágora se instaló en los estudios de televisión y el meeting  se convirtió en imagen congelada para el cierre de cuñas. Lo cierto es que, por estos lares, a finales de los años 60 del siglo pasado las campañas electorales degeneraron en cruzadas publicitarias, los símbolos y slogans usurparon identidades y programas, los political consultants reemplazaron a las secretarías de propaganda de los partidos y el jingle sustituyó al discurso. Embobados por Joel McGinnis –The selling of the President, 1968– los publicistas locales recomendaron al liderazgo vernáculo la contratación de asesores con pedigree, de manera que la contienda presidencial se redujo a dos modos de mercadear a los candidatos: el de Joe Napolitan y el de David Garth.

Esa práctica fue denostada por el chavismo, más por la nacionalidad de los consejeros que por el know how; sin embargo, no vaciló Hugo en aceptar los consejos de un vivián dominicano que le recomendó Leonel Fernández para que se ocupara de su estrategia comunicacional para unos comicios que, gracias a la abúlica abstención de la mitad del electorado, y el oportunismo o  resentimiento de los ¡ahora me toca a mí!, lo catapultaron for ever a la jefatura del país.

Céspedes (así se llamaba el quisqueyano) aún anda por allí, como abogado de ficción tras ambulancias, persiguiendo gobernadores y aspirantes a serlo, pero ya no juega en las grandes ligas porque el chavismo fue “lulificado” para mayor gloria de Odebrecht, el “gigante brasileño de la construcción” –¡y de la corrupción!–.

João Cerqueira de Santana Filho, publicista estrella del país mais bonito do mundo le fue endilgado a Chávez por Lula da Silva en un entramado de negociaciones que supuso contratos multimillonarios para la empresa más poderosa del Brasil. En febrero de 2016, João, y Mônica Moura (su esposa y socia) fueron detenidos en el país vecino a su regreso de República Dominicana donde asesoraban al presidente y candidato a la reelección, Danilo Medina; y, claro, trascendió que el gobierno de Chávez le había contratado, por la friolera de 35.000.000 de dólares, para ponerle “corazón de patria” a su campaña. Lo que podía ser sospecha, ahora es certeza.

Ahora se sabe, porque así lo asentó la Moura en el expediente abierto por la Fiscalía brasileña, que “Maduro la recibía en su despacho, le entregaba maletines de dinero y le proporcionaba una escolta para brindarle seguridad”. También se ha sabido que el “tapadito” adelantó, sin factura alguna, 11 millones de dólares a los publicistas canarinhos y que dos empresas –Andrade Gutierrez y la citada Odebrecht– abonaron 9 millones en una cuenta de Suiza para la campaña, más allá del efectivo entregado por Maduro.

Moura afirma que “se les deben otros 15 millones de dólares acordados por los servicios prestados”, y señala al ex embajador de Venezuela en Brasil, Maximilien Arvelaiz, como intermediario entre las constructoras brasileñas y la campaña de Chávez. Apesta esta olla con samba cuyo destape debería precipitar la renuncia de Nicolás. No hay desodorante para tanta fetidez, ni political consultants que, a punta de dólares, puedan escamotear lo ocurrido.


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