La matemática y la política no congenian. La exactitud que caracteriza a la primera no se le puede pedir a la otra, que depende de las peripecias humanas y de las sorpresas que deparan. Sin embargo, esa curiosa actividad sometida a los vaivenes no ha de ser azarosa del todo, tiene que sujetarse a previsiones de cuya atención depende el éxito de lo que pretenden sus protagonistas.
No solo porque la atención de los negocios públicos debe partir de unas previsiones razonables, sino también porque hay millones de personas pendientes de ellas. El político, si lleva la esencia de su oficio metida en la piel, tiene la obligación de pensar sus pasos con cautela para que no tomen rumbos equivocados o perjudiciales. Lo sabemos desde cuando Maquiavelo ofreció lecciones basadas en la experiencia, para que el sentido común nacido de la observación de los fenómenos sociales y de la posibilidad de pensar en cómo se desenvolverán en el futuro obligara a análisis serios de las circunstancias para no caer en despeñaderos.
Suponemos desde aquí que la sabia pedagogía fue seguida por los promotores de los hechos sucedidos el pasado 30 de abril, pero es evidente que no fueron alumnos sobresalientes del ponderado maestro sobre cuyas enseñanzas nadie en sano juicio discute en la actualidad. La politología, ciencia del presente, bebió en la fuente del sagaz renacentista para formar generaciones de líderes que tratan de no salirse de su cauce, con las peculiaridades de cada predicamento que enfrentan, aunque en ocasiones se les pierda la brújula. Estamos ante el caso de un extravío monumental.
Desde aquí hemos apoyado sin reservas los movimientos de la oposición y los movimientos llevados a cabo desde enero por el presidente Guaidó. Lo hacemos por vocación republicana y por la obligación que corresponde a un medio de comunicación independiente que ha sido víctima de la saña de la dictadura. Por consiguiente, los reproches de hoy no significan un alejamiento de la orientación que ha predominado en la lucha contra la usurpación, sino la sola manifestación de una alarma a través de la cual se llama la atención sobre la necesidad de evitar nuevos traspiés que pueden tener graves consecuencias.
Pese a que no son matemáticos, ni profesantes de las ciencias exactas, el presidente Guaidó y sus compañeros de ruta tienen el compromiso de llevar el barco por ruta adecuada, sin permitirse extravíos que pueden ser terribles. Deben reflexionar con pausa profunda sobre los movimientos que hacen y sobre los caminos que transitan, sin conceder espacio a la improvisación ni a aventuras que parecen inexplicables, o salidas de una chistera que no estaba en la utilería del espectáculo. O quizá estaba, tal vez formaba parte de un programa preconcebido que no han conocido los espectadores, que ha sorprendido a los simples mortales que contemplaron las vicisitudes del 30 de abril sin llegar a comprenderlas del todo. En cualquier caso, deben conducir,no solo a una explicación digna de quienes la requieren, sino también a la necesidad de evitar la sensación de haber protagonizado un salto de mata que no puede llevarnos a buen puerto.
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