“Never forget 3 types of people in your life: those who helped you in your difficult times, those who left you in your difficult times and those who put you in difficult times«[1] (Anon.)
Muchos argentinos, americanos, europeos, asiáticos y africanos recordarán el día 25 de noviembre de este año maldito como la fecha marcada en el calendario con una cruz porque ahí moría el Pelusa, el 10, Maradona, dios. A veces, sus leales ponían gesto serio y se deleitaban saboreando lentos las tres palabras de su nombre: Diego – Armando- Maradona. Esta fue una prueba más de fe.
Quien firma esta columna para El Nacional humilde confiesa entender poco o nada de fútbol. Lo poco que sabe de este deporte universal de locos se lo debe a la admiración que le supusieron las filigranas virgueras de Cruyff, Johan Cruyff (suena a película de Bond). El holandés es el mejor jugador de fútbol de todos los tiempos. Reconozco también a Cristiano Ronaldo –un atleta soberbio y un soberbio jugador, no sé si me entiende– y a Zinedine Zidane, solo después de haber descubierto un paralelismo entre sus giros medidos en el césped y los pasos de baile de Fred Astaire. El bailarín americano precedió al francés y fue milagrosa la simetría de movimientos de ambos.
Volviendo al argentino, todos ven en él a un grandísimo jugador y –que lo expliquen ellos– un líder carismático que merece todo el respeto por la pasión y fascinación que arrastra a miles y miles de fieles. («Murió Diego Armando Maradona y ya es leyenda» Clarín, 25.11.2020). Maradona no deja indiferente a casi nadie. Su vida privada, no obstante, difuminada en momentos de exposición pública por el seguimiento de los medios de comunicación, las redes sociales –estas últimas populares y fácilmente asequibles–, y el carácter expansivo del personaje, fue lo menos parecido a un camino de rosas: no pudo dominar las drogas. Tampoco fue un hombre tranquilo en el trato con la gente. Hay sombras en su relación con las mujeres. El caso es que hace apenas un mes moría Maradona a causa de un edema pulmonar a la edad de 60 años.
De unos años acá había cambiado. Estaba muy desmejorado.
He abierto los ojos mientras pensaba en esta sensación repetida en ambientes hostiles y consistente en herir al prójimo a través de un gesto de desprecio tangencial, injustificado y fuera de tono.
La misma semana de la muerte del futbolista se rindieron homenajes de respeto en todos los terrenos de juego, grandes y pequeños a lo largo y ancho del mundo. Los deportistas guardaron un minuto de silencio por el ídolo caído. En el otro confín de la tierra, justo en mi tierra gallega, un equipo de fútbol femenino pontevedrés cumplía el ritual de este homenaje cuando una de las jugadoras decidió sentarse de espaldas a la tribuna en señal de desacuerdo. La razón expuesta por la jugadora de 24 años fue que Maradona era un maltratador. (Paula Dapena: «Me quedo con los gestos de apoyo. Volvería a oponerme al minuto de silencio por Maradona» Serxio Barral, La Voz de Galicia, 1.12.2020).
La joven aún hoy declara que volvería a realizar este gesto. El mundo entero se hizo eco de su desplante. Luego, todo vino rodado: hubo quien apoyaba a la chica, hubo insultos e incluso amenazas de muerte, lo cual parece inconcebible.
El gesto de la futbolista me hizo abrir los ojos ante las situaciones absurdas que vivimos por culpa de los que mezclan todo sin sentido. No puedo evitar recordar el artículo leído recientemente «Crisis de autoestima» («Aprobado en autoestima», Manuel Toscano. VozPopuli, 2.12.2020) en el cual el profesor de filosofía trata sobre el valor de los elogios dados en justa medida entre otras muchas cosas. El gesto de desdén de la joven no pasó desapercibido porque hoy todos somos espectadores ávidos de imágenes, fotografías y videos. Las cámaras de televisión o simplemente un teléfono celular son nuestra mejor arma, pero también resultan ser la peor de las armas. Hoy en día si no guardamos la imagen de algo, parecemos entender que no existe.
La futbolista ha caído en el postureo realizando un gesto de desprecio a un futbolista a quien no debe juzgarse por su vida personal sino por su juego; más aún tratándose de un deportista.
Qué bien nos vendría hacer a todos examen de conciencia a menudo en lugar de buscar culpables fuera de nosotros mismos cuando muchas veces –no todas–, nosotros tenemos la culpa de lo que nos pasa y de lo que sentimos.
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[1] «Nunca olvides a tres tipos de personas en tu vida: aquellos que te ayudaron en los malos momentos, aquellos que te dejaron solo en los momentos duros y a quienes te lo hicieron pasar mal» (ANÓNIMO)