OPINIÓN

Doctrina Social de la Iglesia

por Ovidio Pérez Morales Ovidio Pérez Morales

En el hoy venezolano, pletórico de crisis y expectativas, la Doctrina Social de la Iglesia ofrece un oportuno y consistente aporte para la recuperación y el ulterior desarrollo del país.

La Doctrina Social de la Iglesia es un conjunto orgánico de principios, criterios y orientaciones para la acción, ofrecido por el magisterio eclesiástico católico, con miras a la gestación de una nueva sociedad, es decir, de una convivencia que responda, del mejor modo posible, a la dignidad y los derechos fundamentales del ser humano.

De entrada, es preciso señalar que dicha doctrina no se propone como enseñanza confesional, destinada solo a los católicos, sino dialogal, abierta también a no creyentes, pero que coinciden en imperativos básicos de un genuino humanismo. No se circunscribe igualmente a ninguna área geográfica o cultural, ni puede ser monopolizada por un determinado partido o movimiento. Tampoco se presenta como algo ya hecho, sino en continuo hacerse, pues intenta responder a los desafíos cambiantes de la dinámica social. Es, como la historia, herencia y creación.

Elemento capital y punto de partida de la Doctrina Social de la Iglesia es la centralidad de la persona humana –relacional por naturaleza– como el sujeto y fin de todas las instituciones sociales. Esa dignidad, razón y fuente de derechos inalienables, el creyente la encuentra fundada en la realidad del hombre, creado por Dios “a su imagen y semejanza”. Por un Dios único que, para el cristiano, es Trinidad, comunión, amor, lo cual explica en su raíz toda verdadera socialidad.

Los derechos humanos, individuales, sociales y de las naciones, en los varios ámbitos, económico, político y cultural, constituyen, hoy por hoy, el eje central de toda actividad de defensa y promoción del ser humano. Esos derechos, irrenunciables y siempre en progresión, son anteriores a toda organización de la convivencia, incluido el Estado; se contraponen así a todo totalitarismo, estatismo, colectivización y masificación. La persona no debe ser función, medio o instrumento de ninguna estructura societaria. Sin olvidar, por supuesto, que la otra cara de los derechos son los deberes, cosa particularmente necesaria cuando se acentúan la irresponsabilidad social y el asistencialismo estatal.

El bien común emerge como núcleo rector y ordenador de los bienes particulares; consiste en el conjunto de condiciones societarias, que posibilitan a individuos y asociaciones el logro más pleno y fácil de su desarrollo y perfección.

La Doctrina Social de la Iglesia destaca la tríada de componentes de una auténtica nueva sociedad: comunicación participativa de bienes, democracia y calidad ético-cultural. El primero, económico, responde a la destinación universal de los bienes, exigencia de equidad y razón de la función social de la propiedad. El segundo, político, es la convivencia democrática, que ha de conjugar libertad, participación, pluralismo y corresponsabilidad.

La calidad ético-cultural implica los valores estéticos y ecológicos, morales y espirituales, que apuntan a lo más íntimo, al tiempo que global y trascendente, del ser humano. El tema ecológico, interpretado en su sentido integral, socioambiental, ha entrado de lleno recientemente en la Doctrina Social de la Iglesia. Otra tríada, sumamente generadora, es la de solidaridad, participación y subsidiaridad, que impulsa una dinámica social fraterna, proactiva y corresponsable.

El desarrollo (latín progressio) es otro tema resaltante. La persona humana, histórica, ser-para-desarrollarse, plantea un progreso, que ha de ser multiforme, integral y solidario, en correspondencia a su condición corpóreo-espiritual y social. Ha de implicar todo el hombre y todos los hombres, también en el escenario de la globalización.

Puesto especial en la Doctrina Social de la Iglesia ocupa el trabajo, que es una actividad propiamente humana y reclama ser considerada primariamente en su subjetividad. No es la escoba la que califica el barrer, sino quien lo hace, que es persona y, por lo tanto, de dignidad y derechos inalienables. Ello funda la primacía del trabajo sobre el capital.

En la cercanía del 130º aniversario de la encíclica Rerum Novarum de León XIII, la Doctrina Social de la Iglesia se muestra particularmente útil, especialmente para nuestro crucificado país.