OPINIÓN

Desarrollo sostenible y capital social

por Francisco González Cruz Francisco González Cruz

Singapur

Son muchos los estudios realizados sobre la riqueza de las naciones, su progreso y bienestar, su desarrollo humano, integral, sostenible, sustentable y tantos nombres que recibe ese proceso mediante el cual las sociedades avanzan hacia el bienestar o hacia una forma más decente de vivir. Unos ponen en énfasis en el Estado, otros en el mercado, o el modelo político, o la geografía y el clima, su posición en el planeta. Otros en la capacidad emprendedora, en las instituciones, en la confianza, el nivel educativo, la dotación de recursos, el manejo de la economía, la religión predominante y muchos otros factores.

Por supuesto que todo eso influye, pero la pregunta poderosa sería: ¿hay algún factor más profundo que determina que unas sociedades tengan mejor calidad de vida que otras? Se puede constatar que la mayoría de las sociedades prósperas están en el hemisferio norte, lo que no quiere decir que solo en el norte está el bienestar, pues hay países pobres en el norte y los hay prósperos en el sur. Y así podríamos reflexionar en el caso de su tamaño, su historia, dotación de recursos, clima y demás características. Hay países o sociedades prósperas grandes y pequeñas; antiguas y recientes; de gente blanca, negra o amarilla; creyentes o no creyentes; de clima con estaciones o sin estaciones, en fin, nada de esos factores condiciona la posibilidad de ser desarrollado o subdesarrollado. Nadie está condenado a ser pobre o a ser rico.

Incluso hay países gemelos y uno es muy pobre y el otro muy rico, como Corea del Norte y Corea del Sur. O regiones pobres en países ricos, o regiones ricas en países pobres. ¿Entonces? Gunnar Myrdal,  premio Nobel de Economía –su esposa Raíza fue Nobel de la Paz–, acuñó una frase: «La retrocausación circular acumulativa» para referirse a que los procesos de avance o de retroceso de una sociedad se retroalimentan. Las sociedades que caminan sobre rutas virtuosas refuerzan su bienestar, las que caminan sobre la corrupción, por ejemplo, robustecen su pobreza.

En la famosa novela de Irving Stone La agonía y el éxtasis se cuenta que Florencia, la capital del Renacimiento en el Cinquecento, sufría un proceso de pérdida de la autoestima y el gobierno de la ciudad convocó a lo mejor que tenían –sus artistas– a ver quién presentaba el mejor proyecto para realizar una escultura en un gran bloque de mármol de sus cercanas canteras de Carrara. Lo ganó el joven Miguel Ángel Buonarroti, quien esculpió el David; viéndolo la gente en la plaza se convenció del talento que tenían y a Florencia volvió el optimismo y la autoestima y llegó a ser una de las ciudades más importantes del mundo.

Y así están los ejemplos de Singapur, donde el disparador fue una decisión de su liderazgo, o Japón con las estrategias de reconstrucción luego de ser uno de los perdedores en la II Guerra Mundial, o Suráfrica con Mandela, o Costa Rica, Uruguay, Botsuana y otros casos. Singapur es la tercera ciudad más competitiva del mundo después de Nueva York y Londres y hace apenas 50 años ni figuraba en el mapa. Medellín en Colombia era una ciudad fracasada muy violenta y hoy es la más competitiva de América Latina; allí todo comenzó en 2004 cuando su alcalde Sergio Fajardo se involucró en su innovación en conjunto con universidades, industrias de la región y el gobierno local. Podemos citar ejemplos como Loja y Cuenca en Ecuador, Córdoba en Argentina, Mérida en México, Curitiba en Brasil.  Son cientos de casos de países, regiones y ciudades que han cambiado su historia. También los que se han equivocado y a pesar de sus riquezas descienden al abismo. ¿Ponemos ejemplos cercanos? Hay casos como el de Choroní, ordenado y limpio, frente a Ocumare de la Costa. O Venezuela entera, un país bien dotado de recursos naturales, con una posición envidiable en el planeta, con todos los climas, una población mayoritariamente joven e inteligente, y ya vemos la situación de pobreza generalizada que sufrimos.

Volvemos a la pregunta sustantiva ¿Qué han hecho esos países, regiones o ciudades para gozar de una elevada calidad de vida?  Son diversos y complejos los factores, sin embargo, existen algunos que son los verdaderos desencadenantes de todos los procesos virtuosos y el primero de ellos es la decisión que toma una comunidad de cambiar. De esta manera una fuerza espiritual superior une a la gente en torno a un sueño y los impulsa a construirlo, a pesar de todas las dificultades. Se trata de una voluntad enorme que mueve las más intensas energías creadoras para disciplinadamente trabajar hacia la construcción del sueño posible. Cada experiencia será distinta, cada proceso diferente, cada caso es único, pero en el fondo de cada uno está la recia voluntad de mejorar. Es necesario encontrar esa emocionalidad que impulse a ser mejores, en todo. Un estímulo poderoso que sea capaz de reunir toda ese energía potencial que se tiene para encontrar un rumbo y alinearse hacia un mejor destino, que no sea glorioso sino exitoso. No que no recoja la gigantesca epopeya militar de la Independencia, sino cotidianidad sabia, humilde, heroica y generosa de un José Gregorio Hernández.

La construcción de confianza es una de las estrategias fundamentales y pasa porque cada uno le dé el valor que la palabra debe tener. “De la abundancia del corazón habla la boca” dice la Biblia. Ese es un cambio personal, sobre todo de las madres y padres de familia, de los líderes, los maestros, los periodistas que son los maestros de hoy, los sacerdotes y todos los que tengan amplias audiencias. De la palabra sana que edifica vienen las conversaciones positivas que construyen nuevas realidades. Y la escucha atenta que respeta al otro. Y así lentamente, pero con seguridad auténtica, se construye una comunidad de familias decentes, comunidades sanas y países exitosos, que ofrecen calidad de vida a sus habitantes.

Si la interacción está marcada por la aceptación, el respeto, la confianza, la cooperación e incluso la admiración por el otro, especialmente en las diferencias, entonces nos encontramos con una comunidad con alto capital social, con enormes posibilidades de ser y hacer, desde el punto de vista material, espiritual, cultural, político y social. La calidad de las relaciones entre las personas determina muy centralmente la eficacia, eficiencia, la capacidad de evolucionar y el bienestar de toda organización humana.

No es la economía el motor del desarrollo humano, no es la codicia su fundamento. Es la calidad de las relaciones entre las personas, y entre estas y el ambiente donde mora. No es un proceso que se mide en crecimiento, sino en armonía. El desarrollo es fruto de la confianza entre las personas, entre estas y las instituciones. Y entre estas y el ambiente natural. Eso es capital social.