El mundo civilizado y democrático inicia el cuarto de siglo con una tarea inmensa: dar respuesta a los millones de habitantes de este planeta que se encuentra sometidos a las violaciones de sus derechos fundamentales bajo regímenes autoritarios. No solo el hambre, las catástrofes naturales y las guerras, injustas siempre cuando muere un inocente, merecen atención y reparación, sino también el castigo a aquellos que se autodenominan “líderes” que infligen a su población una condena sin alivio.
A falta de respuesta de la gobernanza global, evidenciada desde su cúspide que es el Consejo de Seguridad, organismos especializados, cortes internacionales y hasta los entes multilaterales Ad-Hoc, noticiosos todos los años por sus cumbres, no hay mayores esperanzas a la grave situación de demandas en el mundo: el cese de la opresión, persecución y violación de sus derechos. La Declaración Universal de París de 1948 es letra muerta, así como la evolución política occidental originada en Grecia del poder del pueblo para más de la mitad del mundo.
Como lo refleja en su informe 2024 Amnistía Internacional: “Gobiernos poderosos arrastran a la humanidad hacia una era carente de Estado de derecho de ámbito internacional y efectivo, en la que es la población civil la que más alto precio paga en los conflictos. Se deja que la rápida evolución de la inteligencia artificial cree terreno fértil para el racismo, la discriminación y la división en un año clave de elecciones públicas. Frente a estos abusos, la gente se moviliza en todo el mundo en multitud sin precedente para pedir protección para los derechos humanos y respeto por nuestra humanidad común”.
Las grandes preguntas son: ¿Pueden y están dispuestas las democracias del orbe a tener un papel activo en la resolución de estos asuntos? ¿Perciben sus sociedades que hay humanos igual a ellos, probablemente en un país vecino, sufriendo calamidades y atropellos como las que se denuncian diariamente por la sociedad civil mundial? ¿Consideran los líderes que se precian de virtudes en sus gestiones, sentirse satisfechos después de declaraciones que abonan esperanzas a los que sufren, olvidarlas al día siguiente porque “otros asuntos emergen en el ámbito internacional”?
La subordinación de la legislación internacional a los intereses políticos particulares es una realidad en este caso. La impunidad es la norma a pesar de los avances que hubo en la materia. Nuevos conceptos como la Responsabilidad de Proteger o la de Asistencia son objeto de grupos de trabajo, mas no de aplicación. ¿Qué podemos esperar de reformas del sistema internacional si los que lo van a ejecutar son los mismos que han contribuido a su destrucción?
Este panorama de preguntas sin respuestas ni caminos con salida, en donde la “solución” propuesta es convocar “negociaciones de buena fe”, “llamados al respeto de la institucionalidad”, “plena observancia de las instituciones democráticas” y “cese de la represión a la población” ya ni siquiera genera esperanzas en las víctimas que cada día aumentan mientras no cesa el clamor sin eco de sus dolientes.
Hobbes planteó que para que los hombres puedan vivir juntos sin caer en la anarquía y la guerra, es necesario un Estado fuerte y autoritario. Lo que no consideró en su obra es que hoy precisamente esos Estados están cuestionados por establecer una relación de soberanos y súbditos entre los hombres que no garantiza el respeto ni la supervivencia de la comunidad y por tanto dichos soberanos deben, no solo ser cuestionados, sino depuestos cuando van en contra del propio pueblo.
Entonces es válido afirmar que tal como lo define la filosofía política el derecho de rebelión, derecho de revolución o derecho de resistencia a la opresión es un derecho reconocido a los pueblos frente a gobernantes de origen ilegítimo, o que teniendo origen legítimo han devenido en ilegítimos durante su ejercicio, lo que autoriza la desobediencia civil.
La deconstrucción de los valores occidentales, los avances del autoritarismo y la poca utilidad de la gobernanza global nos hará retrotraernos a salidas que también van a ir en contra de un orden jurídico sin observancia en donde eventos como la primavera árabe y la deposición del dictador sirio sean las únicas respuestas para los inocentes que sufren en este mundo producto de la maldad de sus semejantes.
El amparo internacional, lamentablemente, seguirá siendo una utopía en la mente de los cada vez más escépticos y sufridos habitantes de este planeta.
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