OPINIÓN

Democracia en déficit

por Carlos Ñañez R. Carlos Ñañez R.
Twitter suspendió permanentemente la cuenta de Donald Trump

Foto AFP

La democracia, como creación occidental tiene sólidas bases en la equidad, la justicia y el imperio de las leyes. Tal como la conocemos, la democracia se fundamenta en el principio de una persona un voto, tal premisa se fundamenta en la determinación del voto promedio o el elector promedio, a los fines de garantizar la estabilidad del sistema basado en la confianza, que configuraría a la postre la idea elaborada de la economía del voto o vestigio racional kantiano relacionado con tomar parte, ser parte y participar en la toma de decisiones que desde el poder como mecanismo de acción de intereses comunes, se propenda la resolución de los problemas de índole social.

Así la paradoja del voto y la posterior desilusión del votante, deben de ser consideradas a los fines y medios de lograr el propósito de determinar ese criterio deficitario en la democracia, como institución, votar presupone un coste, existe una economía asociada a los obstáculos a los cuales se enfrenta el votante, que decantan en el criterio de que casi nunca el voto individual resulte fundamental. Muchas teorías políticas y económicas presuponen unos actores racionales que actúan según su propio interés, un interés que trasciende las virtudes ciudadanas y que se fundamentan en que el sistema político a través del cual se decidirá la distribución de la riqueza económica no está amañando. Cuando los individuos advierten que el sistema político se encuentra degenerado, automáticamente se liberan de la responsabilidad ciudadana relacionada a la participación y se abona el terreno para que se derogue el contrato social, fracasando así la confianza entre un gobierno y sus ciudadanos, impactando por añadidura de manera negativa a la gobernanza pública y privada, que posteriormente incidirá en una falta de compromiso o cosas peores.

Para que la democracia funcione se deben lograr consensos basados en la confianza, además los fines de la democracia requieren compromiso, la colaboración y la confianza son esenciales en todas las esferas sociales. Por otro lado, para que la economía funcione se requiere de confianza y para que la sociedad se mantenga unida se requiere de un sólido contrato social, es decir que la ausencia de consecuencia ante los actos trasgresores de las instituciones inciden en que la posibilidad de la fractura social, la entropía y la anarquía están a la vuelta de la esquina.

Una buena economía es el resultado del concurso de la confianza en la construcción de un robusto capital social, a mayor grado de robustez del capital social, la economía será más productiva, dispondrá de manera más inteligente de los recursos del capital físico y humano. Así pues el capital social es un amplísimo concepto que garantiza el funcionamiento efectivo de la sociedad y de la gobernanza, la confianza es un concepto que se asocia a la capacidad de ser tratados por otros, con la misma consideración respeto y valoración, en términos de equidad, de allí que para el funcionamiento de los sistemas políticos y económicos y para que la democracia encuentre un grado de superávit que le permitan seguir funcionando y garantizando el marco de Derechos que le confieren cualidad adjetiva al Estado y le hacen ser definido como Estado de Derecho, requiere el concurso de la confianza y del capital social.

El capital social es la amalgama que mantiene cohesionadas a las sociedades, si existen sospechas de que le sistema político y económico, son injustos, este elemento integrador no funciona y las sociedades se tornan tóxicas y disfuncionales, para que el criterio de trabajo colectivo y progresivo se sustente, debe de existir un sólido capital social, un nivel oportuno de confianza societaria, cuando el capital social es destruido la democracia en pleno entra en déficit y es incapaz de sustentar el buen funcionamiento de las esferas políticas, sociales y económicas.

Con estupor hemos asistido como espectadores a los terribles eventos suscitados a raíz de las elecciones en Estados Unidos, la posibilidad de que la fractura del contrato social se pueda observar en la democracia más longeva y estable del planeta ocurre como el resultado consolidado de una valoración hacia los mensajes de corte populista y su eventual daño ulterior y superlativo, el clientelismo como red de urdimbre que hace metástasis en el cuerpo social del Estado, la violencia como locus de acción y la  capacidad de la sociedad por hacer consecuente y tolerable un lenguaje, disruptivo, un nacionalismo cuando menos censurable y la negación al multilateralismo, como esencia fundamental en lo que a la importancia geopolítica de Estadios Unidos se refiere, terminaron por embridar dudas y sospechas sin fundamento en la calidad del sistema electoral, que culminaron con los censurables actos de la toma del Senado en la capital, Washington D.C.  por seguidores de una opción política, un suceso que en el manejo semiológico, desciende a la democracia más antigua del planeta a las vías de solución propios de sociedades atrasadas.

Los radicalismos permitidos desde la intoxicación del discurso allanaron al camino para que los Estados Unidos se embarcase en la destrucción del contrato social, cuando no menos en los del conflicto social. La alternativa democrática implica confianza y un pacto social sólido, acerca de las responsabilidades de cada uno de los individuos, asumir que la crisis de la verdad es más extensa que un simple telurismo tropical, implica que las democracias requieren de manera urgente abrazar la verdad, decirla y sentir placer al hacerlo, pues es lo correcto y moral, y porque se debe sobreentender el coste de mentir, mismo que se traduce en la fractura del sistema de confianza. La erosión de la confianza perjudica  a la economía, pero lo que se fragua a nivel político puede ser aún peor, la quiebra del pacto social, tiene efectos más repudiables en el funcionamiento de la democracia como concepto extendido y amplio, como creación propia del mundo occidental.

Lo acaecido en los Estados Unidos es la concreción de una idea vaga de que el sistema político esta amañado, y esa idea es más contundente que los fallos derivados de las iniquidades económicas, la idea de que el sistema político en los Estados Unidos es débil, debilita también a su contraparte económica. El síntoma más emergente y evidente es la desilusión, que embrida reserva en la participación política, lo que le confiere fuerza a la idea de que los votantes o los seguidores de una opción política se vean atraídos por mensajes populistas y extremistas que ataquen al statu quo y que ofrezcan soluciones y cambios poco realistas.

En esta propensión patológica por el populismo, se puede afirmar que el temor que ha conducido la conducta de los republicanos,  mismo que reside en la posibilidad de que los electores no cumplan con el perfil para el ejercicio electoral, es decir un error casi de corte estadístico, se hizo patente frente a los sucesos del seis de enero de 2021, una turba incontenible de individuos absolutamente desilusionados y movilizados por el sesgo en el manejo de la información, que dejan en claro que la democracia como insumo occidental se encuentra en déficit.

Un proceso de vaciamiento, que hace su máxima expresión en la idea de un sistema político amañado, sin contar con la carga de la prueba, en sustitución del incontrovertible efecto probatorio, se acude a una fraseología absolutamente estéril, pletórica de juicios de valores, que terminaron generando este terrible suceso, cuyo efecto simbólico aún no se ha evaluado y que podría abonar el camino, para que los enemigos de la democracia construyan un relato que les permita justificar la presencia de sus estados policiacos basados en incentivos de premio-castigo, en sustitución de los sistemas democráticos basados en confianza y el amplio concepto de capital social.

Finalmente, el reto para los Estados Unidos reside en fortalecer su semiología democrática, muy afectada por los hechos de violencia suscitados el seis de enero, el populismo y el extremismo que son las grandes amenazas para el contrato social y la confianza, mismos que son en fin último los pilares de la sociedad.

No me parecería oportuno culminar este articulo sin asumir que igualmente la libertad y en especial la de expresión debe ser respetada y defendida, a los fines de promover la eficiencia que la confianza propugna sobre la racionalidad. Censurar a Donald Trump en las redes sociales, es un acto absolutamente reprochable, pues la decisión no se fundamenta en criterios de equidad, referir que sus mensajes son los causantes de la violencia en el Senado, es desconocer un proceso de perversión y regresión institucional en el pacto social, es más, censurarlo de las redes sociales, podría justificarse si esta decisión también fuese aplicable a otros políticos y jefes de Estado, que medran sus discursos de odio y apología del delito en los efluvios líquidos de los predios virtuales, esta aclaratoria final, la hago sin ningún interés ni simpatía hacia el presidente Trump, pues su discurso e irrupción desde los medos masivos, desde su postura de farandulero y bravucón, me parecieron y me parecen un error, cuyas consecuencias espero se terminen de evidenciar en los bochornosos actos de la toma del Senado en el corazón de la democracia más longeva y estable del planeta.

Huelga cualquier comparación con nuestro país, pues el grado de degeneración, retrotracción y fractura en la confianza y en el pacto social, nos hacen ser deshonrosamente incomparables con ningún país normal y muy próximo a catástrofes humanitarias, en las cuales nada funciona bien.

“Los intolerantes pueden sr vistos como personas que buscan las ventajas de instituciones justas sin hacer su parte para defenderlas”. John Rawls.