OPINIÓN

Del por qué el naufragio de la escuela sustenta el horror nacional

por Carlos Ñañez R. Carlos Ñañez R.

La exigencia de que Auschwitz no se repita es la primera de todas en la educación. Hasta tal punto precede a cualquier otra que no creo deber ni poder fundamentarla. No acierto a entender que se le haya dedicado tan poca atención hasta hoy. Fundamentarla tendría algo de monstruoso ante la monstruosidad de lo sucedido”.

Theodor Adorno

El sistema educativo es la presa más codiciada para todo totalitarismo, pues le permite distorsionar el fenómeno social progresivo de la educación, como bisagra para la transformación social, en un modelo de creación en serie de acólitos, quienes de manera acrítica y bajo los efectos de una adhesión contra natural, en relación a la racionalidad, que propenda a la validación de la verdad, no como hecho cierto, sino como paradigma de acción de la realidad.

Sí el sistema educativo no promueve la crítica, el cuestionamiento necesario y la aproximación a ejercicios de validación de la realidad, el individuo queda abandonado en un entorno en donde el fanatismo destruye a la razón y queda servida la mesa para cualquier atrocidad, este proceso de deconstrucción óntica y de miniaturización del sujeto, parte desde el socavamiento de la lengua, haciendo que esta sea un instrumento incapaz de construir divergencias en los mensajes únicos, haciendo a los logos derivados desde el poder omnímodo en una suerte de imperativo que estabilice y normalice con firmeza el poder, a medida que la lengua se deteriora progresivamente, las interacciones sociales, el fenómeno que nos ocupa a un grupo de académicos venezolanos, entre quienes destacan José Rafael Herrera, Antonio Canova, Javier Pérez y Fredy Millán Borges, entre otros, subyace en la evidente depauperación de las formas del habla, en la incapacidad de usar el énfasis del lenguaje, su capacidad de construcción semántica y sintáctica que vayan en la procura de la verdad y la comprensión; la lengua se ha vaciado, y su capacidad de ser vehículo para la racionalidad, queda mutilada, “generando actos del infortunio de la lengua, que la dejan vaciada” (Austin, 1962).

Hablar mal no solo supone la incorrecta articulación de las formas de la semántica y la sintaxis correcta, el empleo de una paráfrasis apta para describir la realidad, sino que hablar mal es una forma de pensar mal, tal afirmación no es un juicio de valor del autor, ni una postura desde la crítica estéril, se sustenta en la observación evidente de la obra de Francisco Javier Pérez, intitulada “Deterioro de una sociedad, decadencia del lenguaje”, allí textualmente, se expone:  “Hablar mal no es solo hablar mal; sino entender al mundo con torpeza y anquilosar el pensamiento en una pereza de difícil reanimación, es pues un deterioro que delata la pobreza epistemológica, que nos impide pensar y representar al mundo” (Pérez, 1999). Justo esta consecuencia sustenta la justa preocupación del evidente deterioro de la lengua y deviene pobreza del espíritu y deconstrucción de la gnosis, con lo cual se diluye el concepto del carácter óntico del ser humano, se le escinde al humano su condición de ser y su estadio de lo individual, que lo hace indefectiblemente capaz de abordar la realidad con certidumbre, racionalidad y progresividad.

Durante estos terribles veinticinco años se ha borrado la escuela como lugar de significación, discernimiento y expresión, Cuando la escuela deja de existir, desapareciendo como locus de funcionamiento en la trasmisión efectiva de la lengua y los estudiantes no son capaces de comprender lo que leen, no son capaces de escribir, y se acude a la coprolalia como mecanismo de vinculación de camaradería, se fomentan las condiciones para que la presencia de un líder carismático, que pueda transferirse a sí mismo las libertades individuales, mediante lo cual el proceso de totalitarismo ya está andado y en buena parte consolidado.

Los receptores de mensajes desde el habla infortunada adolecen de la capacidad para desmantelar y rechazar a la mentira como política de Estado. Quienes nos dedicamos a la tarea de educar en el espacio universitario, vemos con preocupación cómo se acotan las capacidades de expresión básica, así como las formas correctas de expresión escrita, con angustia observamos como el radio de acción es cada vez más limitado en la capacidad para la comprensión de matices de complejidad.

En un punto común como es la educación es menester presentar la óptica de Mariano Herrera en su obra El fracaso escolar. La obra de Herrera explica teleológicamente como el fracaso escolar supone el fracaso de la escuela.

“Sin educación la incorporación a los fines del desmontaje institucional supone adhesión acrítica, incluso fanática para justificar cualquier tropelía, así el ciudadano abandonado por la escuela solo puede identificarse con modelos y liderazgos carismáticos que vayan de la mano de la demagogia y el clientelismo, se le entrega el poder de la palabra y el ejercicio libre de su derecho a estos líderes políticos”. (Herrera, 2009)

La degeneración de la lengua tiene dos fuentes: la primera es “la degradación de la escuela, que la mutila para operar en la construcción de un contradiscurso” (Herrera, 2009) y obviamente es la argamasa de un poderoso sistema de propaganda política y adoctrinamiento que termina por doblegarla espiritualmente. Sin embargo, existe otra fuente aún más censurable, quizás porque quienes se decantan por esta vía, siendo ciudadanos formados, preparados y educados, no solo demuestran que hay daño del lenguaje, sino que ratifican el extravío de los patrones axiológicos; estos ciudadanos que deciden formar parte de estas tropelías, naufragar en el terreno fangoso de la mentira institucionalizada, a sabiendas de que esta postura no confiere poder a otros que no sea a sí mismos, en el fondo sacan partido de parecerse al opresor, su lenguaje es solo útil para atropellar, para la aventura y la improvisación, generando de manera concomitante una degradación cognitiva de las masas, propiciadas desde sus modelos verbales.

El contexto político condiciona la pobreza de la lengua, la depauperación del logo y se yuxtapone con el fracaso escolar denunciado por Mariano Herrera; al desaparecer la escuela como centro de significación, no hay consensos, ni lugares para blindar el lenguaje, el cual se aleja de su rol democrático y conciliador.

En nuestro país, la crisis de nuevo traspasa los límites netamente económicos, este es el resultado de la entrega de las libertades individuales a los liderazgos clientelares y demagógicos, el daño en la gnosis colectiva comporta una suerte de rigidez lingüística  peligrosísima que coadyuva a la irascibilidad como política de Estado y propende a la eclosión de bipolaridades, que desde el marco de la espiritualidad puedan justificar cualquier clase de atropello, vejación y deshumanización del adversario.

El daño en el lenguaje lo aceleró el régimen actual cuando usó los códigos de comunicación como arma arrojadiza para insultar, calumniar, descalificar y deshumanizar al adversario, así son calificados quienes se oponían en primera instancia a un modelo de autoritarismo competitivo en sus inicios, a ser calificados como “escuálidos”, la degeneración regresiva en las formas políticas del régimen también incorporaba un daño visible en los procesos del lenguaje, “la procacidad y la deshumanización, pasó a calificar ahora al enemigo del proceso como “gusano”, “traidor”, “pitiyanqui”, “cachorro del imperialismo” o “cipayo” etc.”. (Barrera Linares, 2009).

El naufragio de la escuela es la condena de la patria; para lograr ese colapso, no se acudieron a patrones de violencia tangible, por el contrario, se auspicia la violencia simbólica, asignando presupuestos absurdamente bajos, descuidando al abandono a las infraestructuras y sometiendo a su personal académico a salarios de subsistencia miserables, con ello el desmontaje de la escuela se acomete con un bajísimo coste político, transfiriendo la responsabilidad del fracaso escolar al personal educativo, logrando torcer las justas reivindicaciones salariales en mecanismos de proyección de responsabilidades, con ello  se demuestra la esencia connatural del régimen con el fascismo, la responsabilidad reside en un tercero, externo o interno.

El terreno queda abonado para la instalación de un modelo de corte totalitario cuya presa fundamental es el sistema educativo, mutado en una fabrica en serie de adeptos y acólitos, entre quienes solo importa el adoctrinamiento a ultranza, con la adhesión subordinada y fanática de un modelo en el cual cualquier aberración contra quienes piensen distinto queda justificada, así la tropelía, la irascibilidad, la rabia y la soberbia son potables y tolerables, lográndose el avieso fin de ser actitudes empleadas como mecanismo para ingresar y escalar en la hegemonía que capitaliza el poder.

Al ser eliminada la escuela se borran los espacios de libertad y encuentro de un lenguaje que contenga las formas del consenso democrático, el respeto y la alteridad, por lo que es necesario reconocer el rol que Habermas le confiere al lenguaje en la construcción comunicativa y dialógica de la sociedad.

Habermas destaca la dimensión pragmática del lenguaje porque es a través de esta dimensión que se construye la relación comunicativa y dialógica en la sociedad. Las representaciones y simbolizaciones contenidas en los códigos lingüísticos se exponen a un proceso fáctico de comprensión que se logra por medio de la palabra y los diferentes discursos que se generan en las relaciones sociales. Y es a través de estos que el lenguaje alcanza su sentido, la condición pragmática que lo orienta hacia un entendimiento que debe ser discutido, reflexionado y consensuado. (Habermas, 2013)

La acción comunicativa del lenguaje es un acto pragmático que se refiere a las competencias lingüísticas para hacer del lenguaje un fin eficiente de comunicación, entendiendo que para Habermas “el lenguaje es un medio de entendimiento” (Habermas, 2013), colocando al habla en primer plano, es por ello que el rol del lenguaje cumple una función de vinculación con la democracia, la libertad y se fundamente en su génesis desde la escuela.

Como conclusión debemos colectivamente asumir la máxima de Theodor Adorno, en relación con el vínculo binomial educación y libertad, “sí la educación tiene sentido es evitar que Auschwitz se repita” (Adorno, 1998). En nuestro caso, haciendo paráfrasis de nuestro drama orgánico y complejo, sí la educación tiene sentido, es evitar que el chavismo se repita en nuestro desarrollo histórico y social, que sea este el sentido de todos quienes nos dedicamos a enseñar, educar para, con y por la libertad y la democracia, desintoxicando a la lengua de cualquier atavismo totalitario.

Referencias

Adorno, T. (1998). Educación para la emancipación. Madrid: Morata.

Austin, J. (1962). Cómo hacer cosas con palabras. Massachusetts: Universidad Harvard.

Barrera Linares, L. (2009). Habla pública. Caracas: Equinoccio.

Habermas, J. (2013). Teoría de la acción comunicativa. Madrid: Alianza.

Herrera, M. (2009). El valor de la Escuela y el fracaso Escolar. Madrid: Universidad Autonoma de Madrid UAM.

Pérez, J. (1999). Deterioro de una sociedad , decadencia de un lenguaje. Caracas: IESA.

 

IG: @nanezc

X: @carlosnanezr