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Darién, 28.789

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Ilustración: Juan Diego Avendaño Rondón

Cada día se hace más difícil la migración de los venezolanos al exterior. Pocos pueden hacerlo por medios de transporte seguros: en buses de líneas establecidas, vuelos internacionales o buques que atracan en puertos del Caribe. Quedan pocas puertas abiertas para escapar y se cierran las fronteras de los destinos preferidos. Por eso, se toman caminos tortuosos y llenos de peligros: veredas, ríos fronterizos, el golfo de Paria, Darién. La mayoría emprende la travesía a pie o en pequeñas embarcaciones. Es sólo el comienzo de rutas largas para bordear, casi siempre ilegalmente, los puntos de control colocados para impedirles avanzar.

Nada parece detener a los venezolanos en su huida. Porque las condiciones de vida en su país – el de mayor crecimiento continuo (siete décadas) durante el siglo pasado– no mejoran. Más bien empeoran. La economía no despega con la apertura de bodegones. No se toman las medidas que permitirían poner en marcha el aparato productivo (como liberar de trabas a la iniciativa privada y atraer inversiones). Los salarios son los más bajos de la región, escasean los productos básicos, no funcionan los servicios fundamentales (educación y salud). Tampoco existen ya las instituciones democráticas y se desconocen los derechos y libertades que se proclaman en leyes y tratados. El régimen –una autocracia partidista y corrupta que se apoya en la fuerza armada– no tiene reconocimiento general y está acusado de colaborar con redes poderosas del narcotráfico, así como de guarecer a grupos violentos opuestos a la paz en Colombia.

Después de ser la cuarta economía de América Latina (en 2014 muy cerca del tamaño de la de Argentina) y de recibir enormes ingresos (cerca de 1,110 billones de dólares desde 1999 por ventas de petróleo), el PIB se desplomó como consecuencia de las políticas de la autocracia: según el Fondo Monetario Internacional  entre 2013-2021 se contrajo en 87% (pasó a ser el 13° de la región, un octavo del de Colombia o Chile, la mitad del de Ecuador). Se estima un ligerísimo rebote (1,5%) para 2022, pero nadie prevé altos índices de crecimiento en la próxima década. Por eso, millones piensan en emigrar (como ya lo han hecho 6,15 millones, según cifras de la ONU). Distintos organismos han advertido un incremento en el movimiento de personas en los últimos meses y sobre la decisión de muchas de correr riesgos extremos para encontrar lugar donde tener mejores oportunidades para sus vidas.

Entre enero y junio de 2022 el gobierno de Panamá registró el paso por la selva o tapón de Darién (unos 5.000 km2 de jungla) de 28.789 venezolanos y también la muerte de al menos otros 14 (aunque posiblemente fueron más porque algunos son sepultados sin informar o sin identificar). Se trata de una de las rutas de emigración más peligrosas del planeta (el “infierno verde” de los aventureros). Se debe caminar por largos trechos que cruzan ríos caudalosos, a través de selvas o montañas. Quienes se atreven se arriesgan a robos, violaciones y asesinatos, pues allí operan carteles del narcotráfico o bandas de delincuentes. Y también deben enfrentar enfermedades y animales salvajes. El año anterior habían sido 2.819, muy por debajo de los haitianos y los cubanos. La salida de la jungla no es el final sino el comienzo del camino hacia Estados Unidos, objetivo programado.

Para los habitantes de Oriente y Guayana la isla de Trinidad – y otras del Caribe – fueron tradicionalmente base comercial y lugar de refugio de opositores. Actualmente viven allá 40.000, la mitad indocumentados. Por su parte, muchos trinitarios se asentaron en tierra firme. Pero ahora, los migrantes venezolanos son rechazados, aún por la fuerza. El 9 de febrero un niño murió en brazos de su madre cuando el guardacostas TT Scarborough atacó a balazos el peñero en el que intentaban llegar a aquella isla. Antes, en noviembre de 2020, una embarcación con migrantes en su mayoría menores fue obligada a retornar al lugar de salida. No tuvieron igual suerte los pasajeros del bote Mi Recuerdo que naufragó luego de ser devuelto por la guardia trinitaria: 19 cuerpos fueron recuperados de las aguas y en la playas. Fue un acto de “crueldad pura”, contrario a las normas del derecho internacional.

En Venezuela los inmigrantes gozaron siempre de la acogida del pueblo que no conocía sentimientos de xenofobia. Se obviaron trámites para recibirlos. En febrero de 1939 se autorizó, por exigirlo la opinión pública, el desembarco de 251 judíos de los buques Caribia (en Puerto Cabello) y Koeniggstein (en La Guaira), luego de intentos fallidos en las entonces colonias del Caribe, en Brasil y en la República Dominicana. Sus gobiernos temían la reacción del Reich. Se les otorgó pasaporte y estadía indefinida. Lo mismo ocurrió con los 16 tripulantes vascos de las 2 pequeñas sardineras que en agosto de 1939 cruzaron el Atlántico para huir de la persecución franquista. Sin papeles, al llegar a La Guaira, luego de breve conversación con las autoridades, se les permitió ingresar y permanecer en el país, donde prosperaron. “Ser extranjero en Venezuela era ser amigo» decía A. J. Pertiñez, un andaluz que fue presidente de Corpa Publicidad.

Contrasta la actitud de algunos pueblos hacia los emigrantes venezolanos con la acogida ofrecida a sus gentes por el nuestro. Al producirse el derrocamiento de Salvador Allende (1973) el gobierno de Caracas (de signo distinto a aquel) auxilió a quienes buscaron su protección. Su embajada albergó a cientos de perseguidos que fueron trasladados al exterior. Isabel Allende recuerda que el país les mostró “gran solidaridad”. En septiembre de 2021, en Iquique luego de una marcha contra la llegada masiva de venezolanos, exaltados invadieron el campamento donde vivían y quemaron las carpas y los escasos enseres que les pertenecían. Un hecho similar había ocurrido en septiembre de 2018 en Paracaima (Roraima). Vecinos con palos y piedras atacaron y destruyeron la instalación donde dormían familias llegadas de Venezuela y obligaron a muchas retornar a su tierra. Ignoraban que parte del liderazgo civil brasileño encontró refugio en nuestro país durante la dictadura militar.

Conviene aclarar que Venezuela dio acogida no sólo a quienes se sentían perseguidos conforme al Convenio de Ginebra (1951). En realidad, recibió en mayor número a quienes buscaban un lugar para vivir mejor y prosperar o desarrollar su personalidad. No tomó en cuenta, por supuesto, el origen: latinoamericanos y caribeños, europeos y árabes del Medio Oriente y aún lejanos chinos o japoneses. Del sur, además de rescatados de las dictaduras, llegaron muchos que pretendían progresar económicamente. Huían de las crisis: de Argentina, Uruguay, Perú, Ecuador. Entre 1973 y 1990 cerca de 22.100 chilenos se establecieron en el país (aunque sólo cerca de un millar eran perseguidos políticos). Desde que comenzó el derrumbe del viejo imperio otomano, a finales del siglo XIX, miles de sirios y libaneses (al comienzo cristianos, drusos y judíos) llegaron a Venezuela. Después de la II Guerra Mundial lo hicieron gentes de otros lugares del Medio Oriente.

En general, el mundo actual es poco solidario con los migrantes económicos. Asimismo con los que proceden de grupos diferentes (por el origen, la religión, la cultura). Se siente temor ante la diferencia. Esa actitud se observa, incluso, en naciones que son resultado de la mezcla de aportes humanos distintos. Y es antigua: contra ella advirtió Jesús de Nazaret en la parábola del buen samaritano. Pero, los venezolanos sufren discriminación y rechazo en sociedades con las cuales comparten muchos rasgos comunes, sentimientos que son alentados por intereses circunstanciales, fundamentalmente políticos o económicos. Lamentablemente, no existen planes (de información, educación, asistencia) para enfrentar esos peligros porque ni el régimen de Caracas ni el llamado gobierno interino se ocupan de los problemas de los migrantes. Apenas en casos extremos se ha formulado alguna queja. Por fortuna, algunos gobiernos (como los de Colombia, Estados Unidos o España) les han dado protección efectiva.

La emigración marca en forma diversa a sus protagonistas. Pero, empobrece al país que se abandona porque la población constituye su mayor riqueza. Causa efectos terribles, como las guerras. Se traduce en pérdida de seres humanos (muchos de gran preparación) y abandono de iniciativas. Ha ocurrido  a lo largo de la historia, y recientemente en Europa Oriental y América Latina y ahora en África. Se enriquecen quienes los reciben, como ha hecho Estados Unidos. La provocada por el gobierno en Venezuela ha ocasionado ruina general, sin que hasta ahora se haya exigido reparación a los responsables.

@JesusRondonN

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