OPINIÓN

Cuidar tres frentes

por Ovidio Pérez Morales Ovidio Pérez Morales

No solo de pan vive el hombre. Esta respuesta de Jesús al tentador (Mt 4, 4) indica que aparte de las materiales hay otras necesidades a las cuales el ser humano ha de atender, dada su complejidad antropológica.

Cuando cayó el Muro de Berlín hubo quienes imaginaron una pronta plenitud de la historia mediante la conjugación del libre mercado con una convivencia democrática. Aparte de los obstáculos reales para el logro de un tal binomio, no se tenía presente en modo debido otro elemento societario fundamental, el cultural, cuya importancia habían subrayado ya en perspectiva marxista la Escuela de Frankfurt y el italiano Gramsci. En la experiencia de países desarrollados aparecen crisis, que no son simplemente de pan y de participación del poder.

En la conformación y marcha de la sociedad se identifican tres campos o ámbitos: el económico, el político y el cultural (o, más precisamente, ético-cultural, ya que cultura en su sentido amplio engloba todo lo social). Los elementos de esta tríada guardan estrecha interrelación por la integralidad del ser humano y se acentúan según la circunstancia histórica y la concreta jerarquización de valores. Lo económico corresponde básicamente al orden de los medios (tener), el político al de los fines intermedios (poder) y el ético-cultural al de los penúltimos y últimos como realización más específica de lo humano (“ser”).

El término “nueva sociedad” se usa para denominar la “sociedad deseable”, la cual, por ser histórica, se manifiesta siempre perfectible. Uno de los documentos primeros del Concilio Plenario de Venezuela (2000-2006) adoptó precisamente como título La contribución de la Iglesia a la gestación de una nueva sociedad y ofrece lineamentos básicos para ésta en la línea de los valores humano-cristianos del Evangelio. Tarea a la cual se endereza la así llamada Doctrina Social de la Iglesia (DSI).

Con respecto a la referida tríada, puede señalarse sendos objetivos claves para la construcción de una “nueva sociedad”, a saber: comunicación de bienes en lo económico, democracia en lo político, calidad espiritual de vida en lo ético-cultural.

Con respecto a lo primero, una enseñanza bastante antigua y generadora es la de la destinación universal de los bienes, creados para el desarrollo de todos los seres humanos (personas, pueblos). Objetivo este nada sencillo, pero obligante, hacia el cual la DSI no propone un modelo determinado, pero si algunos principios, criterios y orientaciones; en este sentido rechaza tanto el capitalismo liberal (“salvaje”) como el colectivismo marxista (de facto estatizante), subraya la opción preferencial por los más necesitados, defiende la propiedad privada (pero con “hipoteca” social” según Juan Pablo II) en función de la libertad y promueve con una economía solidaria, de comunión.

Sobre la democracia, el No. 46 de la encíclica Centesimus Annus del mismo Papa, a raíz de la Revolución del 89, puede considerarse un texto clásico. Manifiesta la predilección por dicho sistema en cuanto asegura la participación ciudadana y el control del poder, entraña el Estado de Derecho y garantiza la práctica de los derechos humanos. Resulta obvio que la democracia postula la educación del pueblo en el conocimiento y práctica de sus derechos y deberes civiles, así como el estar en guardia frente a su vaciamiento de valores, a dictaduras de mayorías y a imposición de intereses grupales.

En relación con lo ético-cultural vale la pena recordar lo que en Edipo Rey pone Sófocles en labios del sacerdote: “Nada son los castillos, nada los barcos, si ninguna persona hay en ellos”. La condición espiritual y la vocación trascendente del ser humano, exigen a este su cultivo prioritario en un orden que va más allá de lo puramente económico y lo político. Es el concerniente a lo ecológico y artístico, a lo amistoso y lúdico, a lo moral y religioso. A la cultura de la vida y del amor. Al cuidado del “ser” en su significado personal más profundo.

Construir y perfeccionar la “nueva sociedad” implica un compromiso tridimensional: de justicia y solidaridad en lo económico, de verdad y libertad en lo político, de calidad espiritual en lo ético-cultural. Todo lo cual requiere una educación ad hoc seria y persistente de la ciudadanía.