El socialismo quiere que los cubanos coman roedores
Cualquiera que haya vivido el comunismo, o de verdad conozca sus estructuras, su diversidad de crímenes, e incluso tan solo 3 o 4 escalones de su incontable escalera de miserias, sabrá que se trata de un sistema –o de versiones de un sistema– donde la realidad, por muy surreal que pudiera parecernos, siempre podrá superar el impacto de cualquier invención, cualquier quimera. Cualquier enajenación transformada en terrible realidad. Oficialmente proyectada. Indiscutible según sus arquitectos.
Y no solo pensemos en mi país (más se perdió en Cuba). También ocurre en Venezuela, Nicaragua, Corea del Norte. Sucedió en la –por suerte extinta– Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) y por supuesto es una constante en China, que como sabemos (o deberíamos saber) este año lanzó al mundo el covid-19, que ha causado la muerte de casi 2 millones de seres humanos y ha hecho naufragar la economía mundial. Y sigue avanzando en esta destrucción a modo de tercera neoguerra mundial. No lo perdamos de vista, que a la vista está.
Mientras viví en Cuba muchas veces sentí tan certera y punzante aquella idea de que el surrealismo era un invento nacional. Era nuestra vida cotidiana. Y sigue siendo cierto que allí, donde la obsesión de poder y control del régimen mueve sin cortapisas –como un ejército de títeres cansados– los hilos del subconsciente colectivo. El surrealismo se queda muy corto. Lo más terrible es que hablamos de un teatro real.
Si no me crees, si después de más de seis décadas en las que los cubanos han vivido –más bien sufrido– el verdadero realismo socialista y pones en duda algo de lo anterior (apenas síntesis de un afligido laberinto), te invito a que intentes comprender la verdadera naturaleza de los sucesos que a continuación te relataré. De antemano, sé que no lo dudarás. O en su defecto, no te quedará más remedio que aceptarlo, así sea con el viejo recurso del silencio. Ese cruel silencio que tanto daño nos ha hecho. Y que continúa. No lo olvides.
¿Qué decir de esta noticia donde el más roedor no es el pobre animal en cuestión sino el cinismo del régimen? Según informó la televisora provincial Tele Mayabeque, en un evento de la Asociación Cubana de Producción Animal y otras entidades afines, se defendieron las cualidades nutricionales del curiel –también conocido como cuy o conejillo de indias–, con el propósito de sumarlo muy tranquilamente a la mesa familiar de los cubanos, a quienes imagino estupefactos escuchando en el Noticiero que se trata de una muy buena idea, ya que la carne del curiel supera en proteínas casi en un 20% a la de cerdo e incluso a la de res. Y no es broma, aunque sí una muestra del –muchas veces subestimado– humor negro del Estado.
En consecuencia, la señora Bárbara Rodríguez, presidenta de la Sociedad de Cunicultores y Cuycultores de Mayabeque, exhortó a la capacitación para la cría de dichos roedores, pues según los ideólogos del socialismo caribeño, su carne será “clave” para evitar “la anemia y la desnutrición” en estos tiempos de nueva crisis, donde estas proposiciones afloran con humillante naturalidad.
Y ojo, que en el fantástico evento informaron haber diseñado varios platos que pueden contribuir a “elevar la cultura alimentaria e incorporar al cuy como una opción más de la oferta gastronómica de la provincia”, destacó Tele Mayabeque, creándonos la duda de si realmente trata de un reportaje o de una telenovela revolucionaria.
“Llegamos a elaborar 11 platos. Queríamos hacer muchos más, pero se nos dificultó. Queríamos deshuesar el animal y moler su carne para hacer albóndigas y hamburguesas. A lo mejor con dos cuys hacemos seis albóndigas, y es otro tipo de preparación que puede llegar a las casas y restaurantes”, dijo el chef Ismael Arjona, quien –como el cantautor guatemalteco– ha terminado siendo víctima de una tropología que, por ser postiza, se desarma.
Bien sabemos que los cubanos no comemos roedores, a pesar de que en la isla ya existan cientos de productores de curieles y que el Estado incentive una práctica que no asumimos como parte de nuestra cultura.
El hambre puede hacer que el cubano coma ratas –que ojalá no suceda–, pero una cosa es la penuria y otra la verdadera cultura. Aunque los publicistas del comunismo no sólo han distorcionado la historia, sino que también han devastado la cultura. Hay que reconocer que en destruir son expertos.
De cualquier modo, sabemos que esta campaña para que los cubanos coman curieles es una maniobra cuyo objetivo evidente es intentar paliar otro periodo en el que el hambre aumenta peligrosamente en la isla. Si Fidel Castro estuviera vivo no se hubiera perdido el aparecer en la televisión explicando tanto la cría como los delicosos platos de curiel. Él se habría deleitado utilizar a la gente como eternos conejillos de indias, como durante medio siglo lo hizo.
Los gendarmes de la dictadura insisten en entretener los dañados estómagos de la nación con escenas como esta. Buscan maquillar otra vez un sistema que a todas luces es un total fracaso. Una trampa infinita. Una muerte lenta para la humanidad.
Hace unos años en China fueron detenidas varias personas por haber estafado a los clientes de un restaurante haciéndoles creer que estaban comiendo cordero cuando en realidad lo que les habían servido era carne de rata. No me asombraría que en Cuba sucediera algo similar. En tal caso, vale aclarar que, a diferencia de los chinos, a pesar de vivir bajo un régimen comunista, los cubanos no solemos comer roedores. Y mira que el hambre ha sido una constante en el último medio siglo.
Y ahora el castrismo se empeña en que en la isla se coma curiel, para que los isleños maten el hambre y que algunos turistas lo vean como una emergente y folclórica atracción. Ya lo veremos. Y no te asombres. Aunque, por favor, no te permitas no horrorizarte. Eso no. Y no porque de pronto comer curiel sea la moda contra el hambre, sino por el horror que constituye esta falacia, por el horror que es capaz de generar, con cualquier disfraz, la verdadera cara del socialismo real. Eso es lo más terrible en todo esto.
No olvides que bajo el telón de acero que edifica el comunismo –o el socialismo real, como quieras en general llamarle–, esa increíble articulación entre realidad y ficción es y será siempre un escenario profundamente trágico. Aunque la sociedad, atrapada en muros muy difíciles de derribar, haya resuelto transpirar, consolarse, autodefinirse en los ambiguos marcos de la tragicomedia. Mecanismo de defensa. Ceremonia de enfermos delfines. Único remedio avizorado por no pocos de los que no encuentran otro escape posible.
Porque, sin duda alguna, una de las soluciones más básicas y constantes –la expresen o se la callen– de la mayoría de quienes habitan en estos abismos totalitarios, sigue y seguirá siendo el anhelo de escapar. Las cifras de exiliados, conscientes o no de su esencial exilio, son apabullantes. Y no acabará porque es inevitable en estos sistema, en sus implosiones y efectos. Tanto así como el consabido miedo a hablar, bajar la cabeza, cerrar los ojos o mirar a otra parte. Como la impotencia trastocada en conformismo, en escudo y haraquiri revolucionarios. Otra triste escena. A pesar de que algunos sonrían. Que también es parte del cruel teatro cubano. Delirando, ahora, entre muchos más roedores.
Cuba es nuevamente la isla de los conejillos de indias.