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Cuando un pueblo crece

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Cuando un pueblo crece, tiene el poder suficiente para transformar el Estado y mejorar su calidad de vida. Es fundamental que los ciudadanos se desarrollen en áreas como la educación, la conciencia social y política, la capacidad organizativa, la participación activa, la cultura de transparencia, la rendición de cuentas, la resiliencia y la adaptabilidad. En medio de una crisis multifactorial y prolongada como la existente en Venezuela, y aún con todas las posibilidades en contra, la gente se prepara para salir a votar este domingo 28 de julio de 2024. No porque crean en el sistema político actual, sino porque han comprendido, a punta de hambre, sufrimiento y precariedad, el error de mantener la misma fuerza política en el poder por más de un periodo.

Vista nuestra historia de los últimos 25 años, es prioritario ejercer nuestra influencia y hacer escuchar la genuina voluntad de elegir un gobierno eficaz, justo y equitativo. Este derecho no puede amedrentarse con amenazas, chantajes ni balas de fusil, ya que contradice el pacto primigenio establecido en nuestra Constitución. La sociedad venezolana enfrenta un momento decisivo y debe generar vías de acción que ofrezcan alternativas constructivas y realistas, que nos permitan navegar estos tiempos inciertos y que nuestras acciones contribuyan al bienestar del país y no a profundizar su deterioro y destrucción.

Más allá del resultado electoral, se requiere la participación activa y continua de la ciudadanía en todos los niveles, esencial para la construcción de una democracia robusta y funcional. Es importante que esta participación no solo sea reactiva sino proactiva, con propuestas concretas y un compromiso real con la mejora de la gobernanza.

De forma natural y paralela a los Consejos Comunales, se han establecido y fortalecido nuevas redes vecinales que promueven la cooperación y el apoyo mutuo para afrontar el malestar que genera la dependencia gubernamental en el suministro de alimentos y gas, por citar un ejemplo. Este fenómeno ha demostrado que las redes vecinales pueden ofrecer soluciones prácticas a problemas específicos.

El mal que nos agobia se ha ido extirpando de manera silenciosa al tener que enfrentar por cuenta propia los innumerables problemas individuales y colectivos en materia de salud, alimentación, seguridad, transporte, educación y bienestar. Nos hemos reinventado y fortalecido, sin resignarnos ni paralizarnos al recordar nuestra antigua calidad de vida, que no era perfecta, pero sí más placentera y fructífera que la actual.

Ciertamente, deben implementarse abiertamente programas de educación cívica que informen a los ciudadanos sobre sus derechos y responsabilidades, fomentando una cultura de participación y responsabilidad sin alineación política. La creación de asambleas ciudadanas locales que discutan y propongan soluciones a problemas específicos de la comunidad, como la precariedad de servicios públicos y la mala calidad de las bolsas de alimentos, podría ser tendencia en los meses venideros.

En un país polarizado, el diálogo y la reconciliación necesarios para superar divisiones y construir un futuro común no se llevaron a cabo en el extranjero, sino en las juntas parroquiales organizadas para el presente proceso de votación. Cuando un pueblo crece, los ciudadanos de diferentes ideologías se sientan a dialogar de manera constructiva, comparten perspectivas y buscan puntos de encuentro, propiciando actividades que promuevan la reconciliación vecinal e involucren a personas de diferentes sectores y tendencias políticas, como de hecho está sucediendo.

Cuando un pueblo crece, organiza foros de discusión en universidades y gremios donde se abordan temas de interés nacional y se promueve el entendimiento mutuo, como se viene haciendo, sin que nada pueda impedirlo. De forma espontánea, los mecanismos de monitoreo ciudadano que supervisan la gestión pública y denuncian casos de corrupción y abuso de poder se han robustecido, al igual que los medios independientes, que han resistido vientos y mareas, pero continúan promoviendo la libertad de expresión, aunque el gobierno los clausure.

Cuando un pueblo crece, apoya el acceso a la información pública y utiliza plataformas digitales como espacios para informar y disentir, en respuesta a la coacción gubernamental. Algo similar ocurre con las organizaciones de la sociedad civil y las ONG, que juegan un papel crucial en la defensa de los derechos humanos y la promoción del desarrollo social. La población en general ha brindado apoyo a las ONG que trabajan en áreas como derechos humanos, salud, educación y desarrollo comunitario, facilitando su operatividad y acceso a recursos, subsanando la desacreditación impuesta desde los medios gubernamentales.

A todos mis hermanos venezolanos, y en especial a los presos de conciencia, les puedo asegurar que no siempre los más poderosos salen victoriosos, porque hay casos en que, aun declarándose ganador, se pierde más de lo ganado, y estas elecciones podrían ser ejemplo de ello. Como sociedad, tenemos el potencial de enfocarnos en intereses comunes cuando los gobiernos pierden su norte, hacer concesiones estratégicas, desarrollar alternativas sólidas y mejorar las habilidades conductuales para superar las desventajas iniciales de poder y lograr acuerdos beneficiosos para todas las partes involucradas como sucedió por ejemplo en Túnez (2010-2011); Bulgaria (2013-2014); Corea del Sur (2016-2017); Rumania (2017) y algunos casos más.

La sociedad venezolana que votará el 28J tiene el potencial de ser un agente de cambio significativo en medio de la incertidumbre electoral y política. En los últimos años, hemos observado el crecimiento de un pueblo que se percibe con el poder de elegir un cambio de rumbo y contribuir de manera constructiva al desarrollo y bienestar del país, para transitar hacia un futuro más justo, inclusivo y próspero, donde convivamos todos, sin dejarnos manipular por absurdas ideologías.

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