OPINIÓN

¿Cuáles eran las opciones de Nicolás Maduro el 28J?

por Pedro Mario Burelli Pedro Mario Burelli

Nicolás Maduro en campaña / Foto EFE

Cuando se maneja el Estado como botín y el poder como aplanadora, se genera impopularidad que hay que contrarrestar con represión y mentiras; mentiras de esas que hay que repetir mil veces y que solo se las terminan creyendo quienes las inventan y propagan.

Maduro llegó a las elecciones del domingo mal parado y con pocas opciones, ninguna de ellas buena para él. No tener buenas opciones es también consecuencia de errores de estimación o cálculo y de autogoles producto del desprecio glacial hacia sus contrincantes y, de hecho, hacia quienes una vez fueron chavistas.

El domingo, Venezuela amaneció presta a confirmar lo que ya venía demostrando en la calle en una de las más fáciles de palpar palizas electorales en la historia. Al no haber hecho nada para impedir que abrieran las mesas, sus opciones el domingo eran estas:

  1. No intervenir en la votación y en su escrutinio.
  2. Crear una excusa para interrumpir de forma súbita el acto
  3. Generar un evento para sabotear el escrutinio una vez cerrados los centros de votación.
  4. Robarse los votos sin vergüenza.

Sabiendo ya que optó por la opción 4, veamos por qué no optó por comportarse como el demócrata que jamás ha sido.

Si el CNE hubiese anunciado un resultado que coincidiera con las últimas encuestas serias y los “exit polls” de ese día, Maduro y su abusiva y detestada cuadrilla hubiesen caído por eso que se llama “la fuerza de gravedad política”. No había lugar para una larga transición, pues el efecto sería el de un revocatorio. El país no iba a aceptar un triunfo seguido por meses de continuo caos, corrupción y violaciones de derechos humanos. Maduro y los suyos entendían que, anunciado ese resultado, solo les quedaba correr hacia los puntos de extracción ya establecidos, con el riesgo de no llegar y sufrir quién sabe qué suerte.

Al escoger la opción 4, sabían el costo, pero lo calcularon menor que el de la opción 1. Era entre un fin súbito y riesgoso, y uno en cámara lenta con posibilidad de maniobra y, en última instancia, una negociación en donde la única palanca es la de evitar el cacareado “baño de sangre”.

La mente criminal, la lógica del secuestrador, es siempre ganar tiempo. No mucho tiempo exactamente, solo más tiempo. Van jugando hora a hora, a sabiendas de que cada hora de secuestro es una hora menos de cárcel o más de vida. Esa es la locura de un criminal arrinconado. Y eso es lo que los venezolanos enfrentamos el domingo con civismo, aplomo y un liderazgo rayando en lo perfecto.

Maduro no tenía otra opción y su lógica lo llevó a un chapucero robo de una elección en las narices del mundo, dando cero margen para aquellos de sus aliados que se venden como demócratas cabales. Lo que sí logró, como hubiese sido en cualquiera de las opciones, fue la solidaridad a ciegas de Rusia, China, Cuba y Nicaragua, que no tienen un miligramo de democracia en sus sistemas y apoyan todo lo que pueda molestar a los demócratas del mundo.

Maduro ha ganado días al optar por la opción 4. Pero no muchos días. Las protestas, que son espontáneas, solo las puede parar con represión; la represión exacerbada lo lleva a otro terreno donde es incierto el apoyo de sus huestes y cierta la presión del mundo, incluidos sus vecinos más directos.

Ojalá Maduro entienda que, a estas alturas, escogida la opción 4, tiene tres opciones, las tres comienzan con C:

China, si Xi lo acepta; cárcel tras juicio en La Haya; o como su tocayo Ceaușescu. Ojalá entienda que los holandeses no abusan de los presos bajo su custodia, sirven comidas sanas y puede recibir visitas de cualquier familiar que no esté preso por sus propias fechorías.

La gente habla de puentes de plata y salidas con garantías para quienes no han tenido clemencia, se han burlado de toda negociación y, para rematar, optaron por robarle la voluntad a millones de venezolanos.

Maduro en cada oportunidad ha optado por reducir sus opciones. Que no se queje de la mala mano que tiene.