OPINIÓN

Cónchale, Pedro

por Ignacio Ávalos Ignacio Ávalos

En Venezuela, el diálogo sigue siendo imprescindible, como nunca antes lo fue. Es volver a la política, según lo han señalado muchos, luego de haberla temerariamente ignorado desde hace demasiados años. Es entender que ejercer el poder en una cultura democrática implica, en primer lugar, promover la convivencia en medio de desacuerdos y contradicciones, sin ignorarlos ni suprimirlos.  En suma, confiar en que para eso sirve la palabra.

I.

Imprescindible, así pues, para intentar ser un país más cohesionado, mejor cosido. Que sepa convivir en medio de diferencias y conflictos, que sepa tragarlos y digerirlos, convertirlos en nutrientes democráticos. Que sea capaz de acordar los pactos básicos que le den a todos sus habitantes la imprescindible convicción de vivir en una misma sociedad, de ser parte de un nosotros perdurable, ligado a un futuro compartido.

En suma, es urgente echar mano del entendimiento para dejar de ser el país políticamente roto que ahora somos. En otras palabras, reivindicar a la política como esperanza de convivencia para lograr un acuerdo nacional. Y quienes tienen la principal responsabilidad de trabajar con ese propósito no pueden convertir la negociación en una lucha por el poder. Qué habrá que esperar, entonces, nos preguntamos todos, para construir el espacio en el que quepamos todos, sin sucumbir a la ficción política de que el otro no existe ni cuenta. Seguramente el costo será muy alto (ya lo es) si nuestras élites políticas continúan ignorando la aspiración de 90% de los venezolanos.

II.

La crisis nacional no se puede tratar de resolver de cualquier manera. Los acuerdos necesarios para superarla solo pueden nacer del diálogo, que, según lo indica el sentido común político (escaso, por cierto, en el país de estos tiempos), supone la identificación de los límites del espacio común, reconociendo al otro y regulando las diferencias que separan. El fracaso en el diálogo es derrota para todos. Hay, pues, que recuperar la conversación política tras dos décadas sin tenerla y sin creer que la necesitábamos. Regresar a la palabra, sabiendo que no hay otro invento a la vista para coser la vida nacional. Y, plagiando a Perogrullo –algunos dirán que en su versión más ingenua–, su trasfondo no debe ser la disputa por el poder, sino el drama que vive la mayoría de la población.

III.

Tal como se encuentra planteada la ecuación política venezolana, no pareciera haber solución si no se opta por la vía electoral. Hay, así pues, que realizar unas elecciones cumpliendo con los requisitos debidos y bajo la responsabilidad de un arbitraje institucional confiable que, es bueno advertirlo, incluye la imparcialidad de otras instituciones públicas, más allá de la del CNE.

Acordando unas votaciones se habrá cumplido, entonces, con una condición necesaria, mas no suficiente para encarar la crisis política y comenzar a despejar el camino que permita irla desenredando en sus otras múltiples y espinosas dimensiones. Es así porque la democracia no se fundamenta solo en la agregación aritmética de preferencias traducidas en sufragios, sino en una cadena interminable de eventos que implican la deliberación necesaria a fin de aterrizar en consensos que sustenten el entendimiento social.

IV.

Me paseo por el país y sus apuros, lamentando el fallecimiento, hace unos días, de Pedro Nikken. Lo hago pensando en que en el actual contexto venezolano hará mucha falta por su por su larga y exitosa experiencia en procesos de negociación llevados a cabo en otros países y por su formación jurídica, especialmente en el campo de los derechos humanos. Que hará falta por su casi infinita capacidad de conciliar y por su incansable aguante para trabajo, no obstante su estado de salud. Por haber sido un militante obsesivo y efectivo en la búsqueda de una salida pacífica que pusiera fin a los serios aprietos en los que se encuentra nuestro país. En fin, lo hago pensando en que hará mucha falta para enderezar esta sociedad tan embrollada,  cada vez más áspera, regida por la disputa en casi todos sus ámbitos.

Además de los anteriores, Pedro Nikken dejó muchos motivos para recordarlo, entre ellos su lucidez y su dignidad, su talante bondadoso y generoso, cualidades de las que podemos dar testimonio quienes en distintas circunstancias y por diferentes motivos trabajamos con él.

Cónchale, Pedro, que mal momento escogiste para irte.