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Con los lentes de Hayek y Naím

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Por Carlos G. Cálix 

Friedrich Hayek, en su obra Camino de servidumbre, argumenta que la planificación centralizada y la intervención estatal en la economía pueden llevar a la tiranía y a la corrupción. En el contexto hondureño, la corrupción ha sido un problema endémico que ha socavado la confianza en las instituciones. Según un informe de Transparencia Internacional, Honduras ocupa el puesto 154 de 180 en el Índice de Percepción de la Corrupción de 2024. El resultado sitúa a Honduras entre las naciones con mayor corrupción en América, solo superando a Venezuela, Haití y Nicaragua. Este dato revela un panorama desolador donde la corrupción se ha convertido en una norma y ​​no en una excepción. La evidencia es que, previo a las elecciones primarias del 9 de marzo de 2025, solo 36% de los aspirantes a cargos de elección popular acreditaron sus cuentas bancarias ante la Unidad de Financiamiento, Transparencia y Fiscalización a Partidos Políticos y Candidatos (UFTF). Es decir, 2.101 aspirantes de 5.880. Pasadas las cuestionadas elecciones, ¿cuántos presentarán de manera obligada el informe de gastos de campaña electoral ante la UFTF?

Para poner en perspectiva las actividades sospechosas, en 2019 publiqué el libro Pandemia: el fin de la democracia y el último liberal, en donde dejé mis criterios del por qué “dos presidentes deberían ir en el mismo saco”, haciendo alusión al ahora expresidente Hernández y al expresidente Zelaya. Unos años más tarde, ejemplo claro de un gobierno sinvergüenza en Honduras fue el caso de la administración de Juan Orlando Hernández. Durante su mandato, el Consejo Nacional Anticorrupción (CNA) lo vinculó con múltiples actos de corrupción, incluyendo el presunto desvío de fondos públicos y ligaduras con el narcotráfico. En 2019, un tribunal de Nueva York condenó a su hermano, Juan Antonio Hernández, por tráfico de drogas, y durante el juicio se mencionó que el presidente había recibido sobornos de narcotraficantes. Acto extraordinariamente parecido con el video difundido en 2024, en el que Carlos Zelaya, hermano del expresidente Manuel Zelaya, solicitó a un grupo de personas “la mitad para el comandante”. 

Este tipo de comportamientos no solo reflejan una falta de ética, sino también una ausencia de inteligencia en la gestión pública, ya que la corrupción y el crimen organizado socavan las bases del Estado y generan un clima de inseguridad que afecta a todos los ciudadanos. Por ende, al igual que ayer, hoy el crimen organizado tiene una relación muy cercana con el Estado. 

En tal sentido, Moisés Naím, en su libro El fin del poder, argumenta que el poder se ha vuelto más difuso y que las instituciones tradicionales están perdiendo su capacidad de control. En Honduras, esta pérdida de control se manifiesta en la incapacidad del gobierno para enfrentar problemas estructurales como la pobreza, la violencia y la migración. En lugar de abordar estos problemas de manera inteligente y proactiva, el gobierno ha optado por medidas superficiales que no atacan las raíces de la crisis. Mientras el estadio nacional está en reconstrucción, al cruzar la calle el centro de salud Alonso Suazo se cae a pedazos. La improvisación es evidente. Tanto que la sección “Pildoritas” de La Tribuna deja claro que “en vez de gestionar el financiamiento para los nuevos centros de salud que pretender construir, han dispuesto usar fondos internos”, “destapando un hoyo para tapar otro”. En este sentido, el 13 de marzo de 2025, José Manuel Matheu, exministro de Salud de Honduras, expresó a Radio Cadena Voces que hubo una “sobrevaloración de 60 millones de dólares en la construcción de hospitales”, enfatizando que “no tiene nada de temor si lo llaman frente a la justicia porque tiene todos los documentos” sobre los fondos de reconversión de deuda que pretendía proporcionar el gobierno de España.

La falta de inteligencia en la gestión gubernamental también se puede observar en la respuesta a la crisis de la migración. Miles de hondureños han abandonado el país en busca de mejores oportunidades, lo que ha llevado a una “fuga de cerebros” y a una disminución de la fuerza laboral. En 2021, se estimó que más de 100.000 hondureños emigraron, muchos de ellos en caravanas hacia Estados Unidos. Nada distinto unos años después. Puesto que este gobierno y algunos de sus funcionarios como el vicecanciller Gerardo Torres Zelaya estaban convencidos de que Kamala Harris usaría algunas cifras “favorables” con relación al tema migratorio. Y ahora con Trump a la cabeza, dice que esas cifras servirán para negociar con Washington. Particularmente lo pongo muy en duda. 

Un aspecto importante para todo esto es la educación, que en Honduras enfrenta un caos alarmante, exacerbado por la pandemia y la falta de recursos. Desde el cierre de escuelas en 2020, la calidad educativa ha disminuido drásticamente, con un déficit de docentes y reubicaciones que complican aún más la situación. La violencia y el desplazamiento interno han afectado a más de 247.000 personas, incluyendo estudiantes y docentes, lo que ha llevado a una crisis de acceso y calidad en la educación. Según el informe de Unicef (2022), la cobertura educativa se ha estancado en 63%, lo que indica que muchos niños y jóvenes siguen fuera del sistema educativo. En este contexto, Friedrich Hayek advirtió sobre los peligros de la intervención estatal ineficaz, que puede llevar a la desconfianza en las instituciones y a la fragmentación social. Por su parte, Moisés Naím ha señalado que la debilidad de las instituciones en países como Honduras contribuye a la perpetuación de ciclos de pobreza y desigualdad, lo que se traduce en un acceso desigual a la educación. La situación educativa en Honduras es crítica y se ha visto agravada por múltiples factores. La falta de recursos y la ineficiencia en el uso de los fondos educativos han contribuido a esta crisis, donde más de 90% de los estudiantes de séptimo a noveno grado se encuentran en niveles de desempeño “Debe Mejorar» e «Insatisfactorio” en Matemáticas (Informe de la Secretaría de Educación de Honduras, 2022). 

En conclusión, el análisis de la situación en Honduras a través de las lentes de Hayek y Naím revela un panorama desolador donde la corrupción, la falta de inteligencia en la gestión pública y la incapacidad para abordar problemas estructurales han llevado a un gobierno sinvergüenza que no actúa en beneficio de sus ciudadanos. Y si no me creen, como experimento social sugiero que aleatoriamente revisen cualquier diario o noticiario de cualquier día, de cualquier año, de distintas ciudades y se darán cuenta de todo.

Esta experiencia servirá como un recordatorio de la importancia de contar con instituciones sólidas y transparentes, así como de la necesidad de líderes que actúen con ética y responsabilidad. Solo a través de un cambio profundo en la cultura política y en la gestión pública se podrá aspirar a un futuro más prometedor para el pueblo hondureño. No pierdo la esperanza.


Carlos G. Cálix es doctor en ciencias y Socio Fundador de MacroDato y Gobai Ventures. Posee un Posdoctorado en el Instituto de Investigaciones Económicas y Sociales del Sur CONICET-UNS y es pasante del posdoctorado iberoamericano en Retos de Gobernanza Pública por la Universidad de Salamanca.

info@gobai.la

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