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Cómo vivió

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Pocas veces he sentido verdaderamente un luto, hoy recibo la prematura e injusta partida de Ronald envuelto en varias capas; frustración, tristeza, desespero, miedo y debates inútiles de por qué a los buenos, por qué a los puros, por qué los malos a veces parece que no pierden, no sangran ni sudan.

Con el asesinato de Ronald a manos de un escuadrón de la muerte que ya no tiene fronteras, queda una gruesa línea roja que marca un antes y un después. No es el primer acto de violación de leyes internacionales o extracción de «enemigos de la revolución» en otros países, no hay más de 4 casos. Yo soy uno de ellos. Uno que vive, literalmente, para contarlo, porque los sobrevivientes tenemos deber y responsabilidad, somos los que por desagradables muecas del destino, atravesamos infiernos y estamos comprometidos con decirle a los incrédulos que es verdad, que las dictaduras muerden, queman, hieren y matan.

Pero las letras que hoy dedico a Ronald no pueden ser para resentir cómo murió, yo quiero hacerle saber a todos cómo vivió. Ronald vivió plenamente, con pólvora en las venas, con un humor extraordinario que iluminaba la celda de aislamiento con ratas en la que tuve el honor de conocerlo. Ronald es el mejor militar que he conocido, de esos que hasta que no retorne la democracia no podrán volver a verse en el país. Ronald fue un tipo que trascendió el uniforme y se formó políticamente, un demócrata a carta cabal, de tomo y lomo, un fiel creyente en las leyes y amante de lo justo.

Muchos me preguntan si lo conocí, en los últimos días me cuesta indescriptiblemente aceptarlo, pues hablar de él desde su desaparición me quema en algún lugar del pecho, me va cuarteando los ojos, porque es de esa gente que valía por 5, por 10, por 100. Ronald, mi amigo, mi compañero, fue un tipo integral, de esos que por más esfuerzo que uno hiciera, no se le llegaba a la altura de las rodillas. Siempre fue mejor amigo, mejor atleta, mejor ciudadano, siempre fue más rápido, más inteligente, más valiente, más capaz, más intrépido. Ese fue Ronald, ese siempre será.

Hoy, a los que lo conocimos se nos mezclan muchos sentimientos y pensamientos, la mayoría de ellos responden al mensaje que hizo llegar la dictadura, pero hay que pasar por encima de está tristeza que desola, hay que trascender ante el miedo. La muerte de Ronald debe, tiene que ser combustible para impulsar nuestra lucha, nuestros valores y virtudes cívicas. Debemos cultivarnos, es tiempo de parar y reformular las tradicionales opciones de libertad que tanto fracaso y luto han causado. Eso intentó hacer Ronald, en eso trabajó incansablemente los últimos años. Ese su legado, el pensar sin lastres emocionales.

Hermano, hoy te unes con Rafael Arreaza y con Acosta Arévalo, sé que sus tertulias llegarán a nuestros corazones, sé que su fuego nos mantendrá a resguardo, se que sus chistes nos harán superar esta tristeza.

Te quiero siempre hermano, siempre.

Tu amigo Eduardo.

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