Tienen razón los políticos venezolanos y los amigos de Venezuela que trabajan desde el exterior, cuando insisten en la necesidad de dialogar para lograr un arreglo de los entuertos. Solo los irresponsables se quieren ir de bruces hacia una confrontación entre la dictadura y los opositores que fomentará más muertes y más odios. Las lecciones de tratos anteriores, que han sucedido fuera de nuestras fronteras y que han dado frutos satisfactorios, aconsejan que sigamos el mismo derrotero. Pero el itinerario del acercamiento entre las partes en pugna parece más arduo, si se compara con los de afuera, quizá por las razones que se sugerirán a continuación.
En los casos de diálogos fructíferos, las dos partes no tenían otro remedio. En especial la parte que estaba en el poder y buscaba su conservación. Los regímenes opresivos o dictatoriales sentían de cerca serias amenazas y no tuvieron otro camino que el de la mesa de las negociaciones. Se estaban jugando la vida ante las fuerzas que se les oponían y, por consiguiente, estaban en la necesidad de salvar el pellejo y los muebles. Buscaron salidas de emergencias, puertas que les dieran oxígeno, rendijas que les permitieran respirar, pero de pronto fue tan grande su asfixia que resolvieron alivios y armisticios, porque la presencia del cementerio era demasiado cercana. Especialmente, porque tras los políticos que se sentaban a su frente en la mesa estaba un pueblo aguerrido que estaba harto de concederles plazos a sus dominadores.
De lo cual surgen unas preguntas vitales en nuestro caso. ¿La usurpación siente la proximidad de la asfixia? ¿Considera que está frente a un antagonista poderoso que lo tiene contra las cuerdas, y que lo obliga a parlamentos de emergencia antes de caer tendido en la lona? Manejan cifras a través de las cuales están en conocimiento de una catástrofe de vastas proporciones, pero sienten que pueden correr la arruga de los problemas como han hecho en ocasiones anteriores sin sentirse amenazados de verdad. No tienen dudas sobre el malestar de las grandes masas que padecen los rigores del mal gobierno, pero están seguros de que pueden sortear el valladar, por grande que sea. Pero, especialmente, no le tienen miedo a la oposición. Consideran que el rival amaga, pero no golpea con contundencia.
Solo una real posición de fuerza desde la parcela de la oposición puede conducir a un diálogo que desemboque en desenlaces concretos y deseables. La usurpación puede prolongar su continuidad hasta un futuro lejano, si no se les mueve de veras la alfombra para que sientan que después del tambaleo viene la estrepitosa caída. La fortaleza de las fuerzas que ahora encabeza Guaidó es imprescindible para que el diálogo con los usurpadores deje de ser un teatro sin consecuencias.
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