Entre las varias palabras que causan disgusto en los venezolanos seguramente encontraremos a los términos “Comisión de la Verdad”. Esta molestia, tal como todo “en revolución”, proviene de la contradicción entre fondo y forma, realidad y propaganda. En tal sentido, nosotros estamos más que acostumbrados a entender que mucho de lo que se dice en la esfera pública, y más aún si proviene del régimen, es exactamente lo contrario de lo que se ha afirmado. Si se habla de prosperidad, en realidad lo que hay es la más abyecta miseria; si se habla de unión, en realidad lo que hay es el fraccionamiento total del poder; y así sucesivamente. Sobre la base de esto es que nos resulta obvio que cuando ellos hablan de verdad y transparencia es porque encubrirán falsedad y opacidad.
Así es que hemos entendido que el régimen que impera en Venezuela, a pesar de que su discurso se agotó en gran medida, vive comunicacionalmente de las grandes narrativas. Por tal razón, los acólitos de totalitarismo siempre usarán expresiones rimbombantes: “La Venezuela potencia”, “Gobierno cívico-militar”, “los hijos de Chávez”, “socialismo bolivariano”, entre otras. Este ejercicio retórico busca activamente la suplantación de la realidad para afianzar una sensación de control sobre la nación y su gente, cosa que, nuevamente en contradicción con el supuesto talante “democrático” del “gobierno”, tiene su inspiración en las tácticas propagandísticas de los regímenes fascistas y comunistas del siglo XX hasta nuestros días.
Ahora bien, la forma de palear la referida situación yace en ese adagio resultante de la Biblia, específicamente Juan 8:32, “la verdad os hará libres”, pues no hay cosa que le genere más pavor a los tiranos que verse desprovistos de la ilusión de que ostentan poder ilimitado. Por ello, incluso en estos instantes en que el régimen pareciese estar “en control”, es esencial que no nos dejemos intimidar y que recordemos la importancia de que la realidad prive sobre lo aparente.
En Venezuela han ocurrido y siguen ocurriendo muchas cosas, situaciones que no podemos darnos jamás el lujo de olvidar por cuanto su memoria son la base del futuro próximo. Esto lo digo porque en la actualidad, debido a la vigencia de la opresión, podemos llegar a pensar que la sola fuerza coercitiva descarta el valor transcendental de la verdad. Tal clase de pensamiento es la que le quita peso a cualquier tipo de revelación, sea el descubrimiento del narcoestado venezolano, la nacionalidad del usurpador en la Presidencia, el fraude sobre el cual se basó la asamblea nacional constituyente, o la mismísima fecha de muerte del mayor traidor de nuestra patria, aunque tristemente presidente electo, Hugo Rafael Chávez Frías.
Es curioso decirlo de esta manera, pero el mayor motivo que tenemos para reivindicar el rol de la verdad en nuestra tragedia es porque la misma es bastante insidiosa. Digo esto en el sentido de que la verdad es una fuerza que se manifiesta sin dar lugar a síntomas obvios y que busca imponerse sin dar advertencia. Podemos pensar cuanto queramos que las verdades reveladas no hacen mella en la consciencia nacional, tanto en el ámbito civil como en lo gubernamental y militar, y eso no evitará que terminemos viendo el decaimiento y la disolución de las estructuras de poder y paradigmas de la época chavista. Simplemente, una vez todo haya sido dicho y hecho, no hay mal que pueda eternizarse tal como no hay cuerpo que no sea halado por la gravedad.
En el día en que podamos decir entre sonrisas y lágrimas que la pesadilla por fin terminó debemos garantizar dos cosas. La primera es que se haga una cadena nacional, una de las pocas necesitadas en una nueva democracia, en la que se exponga con lujo de detalle los crímenes y mentiras del régimen, como por ejemplo el desfalco, la cantidad de muertes y torturas, el empobrecimiento global de la nación, los participantes en el narcotráfico, la extensión de la intervención cubana en el país y cuanto más horrores haya que revelar. La segunda es garantizar la memoria histórica de lo que aquí ocurrió, esto puede hacerse a través de monumentos de toda clase y un instituto dedicado al estudio y divulgación de la tragedia venezolana.
Hasta que el referido instante llegue, el monumento a la verdad debe estar en nuestros corazones y en nuestro accionar. Sé que no es fácil o sencillo, no obstante, debemos ser conscientes de que gran parte de la presunta invencibilidad del régimen está en el reino de la psicología. Si hacemos caso a la falsedad y los consideramos invulnerables, entonces eso es lo que parecerán. Por esto, recordemos a ese famoso cuento de hadas de Hans Christian Andersen, El traje nuevo del emperador, en el que el regente con el poder absoluto fue desarmado cuando un niño se atrevió a gritar la verdad:
“¡El emperador no tiene ropa!”
@jrvizca
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