La historia la ven o interpretan diferente quienes participan como actores contemporáneos de los hechos que la nutren, de como la ven ellos mismos u otros con el paso de los años y mayores elementos de análisis. La sabiduría popular dice lo mismo cuando afirma que “una cosa es como la ve el burro y otra quien lo monta”.
A la hora en que estas líneas se escriben apenas si está por comenzar la segunda etapa del diálogo político en República Dominicana entre oficialismo y oposición. En esta misma columna, hace apenas dos semanas, expresamos nuestra opinión diciendo que no creíamos ni una palabra acerca de lo que en aquel primer encuentro ni en cualquier otra reunión se pudiera concertar. Nada ha cambiado desde entonces, sino que más bien la actitud de este columnista –y de millones de venezolanos más– se afirma en la creencia de que estamos ante una maniobra destinada a proveer oxígeno al gobierno que –además– se presentará exhibiendo un barniz de legitimación que nadie se traga pero que, por el momento, es el credo oficial cuyos postulados son ley en una Venezuela donde el Estado de Derecho ya ni siquiera mantiene la máscara puesta.
Nos imaginamos la sesión de ayer en la que los hermanos Rodríguez, maestros del cinismo y la mentira, junto con los otros “negociadores” oficialistas se habrán pavoneado ante amigos y menos amigos en su condición de representantes de un gobierno que exhibe el milagro de tener un promedio de 80% de rechazo en todos los estratos y, sin embargo, es capaz de alzarse con 92% de las alcaldías del país, incluyendo aquellas jurisdicciones en las que en elecciones hace apenas 45 días perdió pese a todo el ventajismo y posible fraude que pusieron en acción. Frente a ellos, unos señores cuya buena voluntad este columnista avala pero que –lamentablemente– ya no representan a la oposición, ni aun cuando cosméticamente hayan querido dar sensación de amplitud incorporando a otros actores en la delegación (sociedad civil, expertos, etc.). Entendemos y aceptamos que para la oposición la opción era dejarse violar por el chingo o por el sin nariz toda vez que era imposible no sentarse a cumplir con el ritual dialoguista de la gente civilizada mientras que sentándose se prestaban a ser víctimas de quienes no creen en esas “pendejadas” del honor, la palabra empeñada y demás códigos de la vida “burguesa” que ellos afirman desdeñar, aun cuando en los hechos aprovechan sus exclusivos beneficios (colegios privados, vivienda en el este, vacaciones de lujo, etc.).
Volviendo al punto inicial de la perspectiva histórica y la interpretación de los acontecimientos según el lado del que se los mire, no descartamos la posibilidad de que en una próxima generación esos hechos lamentables que hoy vivimos se analicen y expliquen como necesarios para el aprendizaje del civismo que para entonces se pueda haber impuesto. Pero… visto todo con el prisma de este 2017 tan dramático y sufriente, es difícil concluir –como es el lugar común– que la gripe o el acné juvenil son etapas indispensables de un ciclo vital. ¿Se imagina usted, lector, explicándoles eso a quienes sufrieron el salvajismo de Boves desde 1812 hasta su muerte en Urica, o a la Venezuela que vio literalmente diezmada su población en la Guerra Federal desde 1859 hasta 1863? Difícil.
Mientras tanto, lo bizarro se ha constituido en normal, la hiperinflación se llama guerra económica, una empresa estatal china (Sinopec) demanda en tribunales norteamericanos a Pdvsa, y esta rápidamente tira la toalla; el carnet de la patria (con minúscula) se convierte en credencial indispensable para acceder a pensión, jubilación, comida, salud, etc.; el odio se convierte en un delito cuya definición queda al arbitrio de quien lo interprete; la crisis humanitaria no existe, sino que es un invento de Trump para quitarnos un petróleo cuya importancia estratégica decrece diariamente; los pranes disfrutan de piscinas y discotecas en sus lugares de reclusión, al mismo tiempo que los ladrones de gallinas mueren por desnutrición o tuberculosis en los calabozos policiales, mientras el gobierno adjudica divisas para festivales musicales, encuentros ideológicos y viajes a Turquía sin propósito conocido con claridad ni siquiera por quienes se montaron en el avión (de Cubana) etc.
¿Será humor negro después de decir todo lo anterior terminar esta columna deseando feliz Navidad y próspero año 2018?
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