El tema de las sanciones internacionales que se imponen o amenazan contra Venezuela está tomando cada vez mayor importancia o actualidad y –como es de suponer– existen interpretaciones encontradas sobre el asunto empezando por la discusión acerca de si algunos Estados tienen o no el derecho de sancionar a otros en un mundo donde el concepto de soberanía –otrora intocable– viene cediendo ante la realidad de la interdependencia y la globalización.
Otra forma de verlo es tratando de analizar quién resulta perjudicado, si el gobierno o el pueblo. Es desde esta perspectiva que se desprenden las interpretaciones contradictorias que permiten al gobierno proclamar que es víctima de una agresión desatada por la comunidad internacional que se le opone.
Lo cierto es que la primera ronda de sanciones que apuntaba exclusivamente a la designación de personas individuales para afectarlas con medidas sobre sus bienes y/o su libertad de ingreso a algunos países no pasaba de ser un saludo a la bandera que por un tiempo sirvió para disfrazar o disimular las graves carencias que la sociedad ha venido sufriendo por causa de las estrafalarias decisiones políticas y la insólita conducción económica llevada a cabo desde el gobierno.
Ahora, desde hace algún tiempo ya, la comunidad internacional ha venido asumiendo una actitud mucho más concreta que se evidencia en un mayor impacto que a su vez se traduce inevitablemente en las dificultades que causa al nivel de vida de la población en general. Es en este ámbito donde se genera el dilema moral que tiene escasa posibilidad de solución práctica toda vez que el concepto mismo de sanción implica necesariamente causar un perjuicio a alguien. Ocurre aquí que el sancionado es el gobierno y el perjudicado es el pueblo.
Poniendo el asunto en perspectiva doméstica el mismo dilema se presentaría cuando el jefe de una familia incurriera en la comisión de delitos. Una vez juzgado y condenado a prisión ello seguramente resultará en consecuencias negativas para su familia que se verá privada de ingresos, mal vista por los vecinos y deslizada a la disminución del nivel de vida que llevaba. Quien tiene conductores que se portan mal sufren las consecuencias aun cuando poco o nada hayan tenido que ver con los delitos cometidos.
El razonamiento anterior –duro pero real– es igualmente aplicable en un colectivo nacional donde la conducción ha sido confiada a un grupo como consecuencia de una o varias elecciones en las que la mayoría eligió el camino a seguir y por tanto han de cargar con las consecuencias, tal como resulta de la organización democrática. Si eligen como gobernante, por ejemplo, a un Konrad Adenauer verán una sociedad en ruinas encaminarse hacia la prosperidad. Si en cambio eligen a un Maduro, experimentarán lo contrario. En resumen: las sociedades son libres para elegir su camino y responsables de las consecuencias.
El objetivo final de las sanciones internacionales obviamente no es el de causar sufrimiento al pueblo venezolano, sino el de promover que a través de ellas el colectivo genere la presión suficiente que exija un cambio de rumbo o un cambio de gobierno que en definitiva resulte en la mejoría general. Lo que está ocurriendo en la Venezuela de hoy es que está en medio del sufrimiento más intenso sin que aún se haya producido la reacción popular en cadena que generará los cambios ni tampoco la rectificación de rumbo que permita derogar las sanciones. Por eso dicen que el momento más oscuro de la noche es justamente antes del amanecer. Pero siempre amanece porque así es como funciona el ciclo planetario y también el de la historia. La incógnita está en la determinación de los tiempos que en épocas de crisis siempre lucen más lentos que las expectativas.
Lo que sí luce evidente es que el pos-20-M ha causado conmoción en Miraflores y alrededores según se evidencia por las tímidas concesiones que se asoman en estos últimos días: liberación del norteamericano Joshua Holt, liberación por goteo de presos políticos, insistente llamado a un diálogo que no hace sino dividir más a la oposición, búsqueda de un personaje con quien conversar (Falcón, Pedro Pablo Fernández, etc.), pero si se quisiera dar alguna señal verdadera que alivie al pueblo lo que procedería de manera inmediata es la aceptación de la ayuda humanitaria que está lista y esperando tan solo a que quienes detentan el poder abran las puertas para que la misma fluya y permita que el pueblo coma y tenga medicinas para no morirse. Eso sería lo más fácil e inmediato.