Lo que se configura macabramente en Venezuela podría llamarse la industria del hambre. Lo que pudo haber comenzado como otra medida improvisada del gobierno frente a la crisis, se transformó en un perfecto engranaje de premios y castigos que en tiempos de crisis como los que hoy vivimos se han convertido en un asunto de supervivencia.
Sobrevivir es la consigna en un país donde la gente parece resignarse a que de nada sirve exigir calidad de vida cuando apenas puedes vivir. Son otras las necesidades hoy y en la vitrina del socialismo latinoamericano estas se resumen a dos: comer y correr… correrle al hampa para que no te mate. Es como si de un día a otro hubiésemos dado un salto de 300 años atrás, digo esa cifra con temor a equivocarme, porque no es descabellado pensar que nuestros antepasados hayan podido vivir mejor que nosotros.
El gobierno sabe muy bien que controla a quienes en situación vulnerable no pueden escapar del país. Sobre todo en los pueblos y sectores populares donde la dependencia se hace más fuerte. Son miles quienes forman parte de la estructura de la “claptocracia”: quienes anotan, quienes cobran, quienes despachan, quienes venden, no hablemos de quienes importan, ese es otro negocio. Miles de personas que se encargan a nivel micro de detectar lealtades no tan voluntarias y a los que por rebeldes no les tocará parte de la “misericordia” socialista.
Mientras millones esperan el pernil prometido, quizás secuestrado victime de alguna conspiración imperialista, otra gran parte de los venezolanos sigue remando contra la marea, luchando sin bajar el lomo, quién sabe hasta cuándo, quizás hasta el día en que los que se conforman con tan poco entiendan que exigir más no es morir de hambre sino el primer paso para vivir mejor.
@Brianfincheltub
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