COLUMNISTA

Repasos de una aberración

por Luis Leonel León Luis Leonel León

(Cataluña, España, el nacionalismo y Vargas Llosa)

Fue hace dos años y dos días, cuando el escritor peruano Mario Vargas Llosa, premio Nobel de Literatura 2010, conversó con el periodista argentino, radicado en Estados Unidos, Andrés Oppenheimer. Ante cientos de periodistas y ejecutivos de medios de prensa de las Américas, los dos sagaces comunicadores protagonizaron uno de los momentos más atractivos de la asamblea anual de la Sociedad Interamericana de Prensa, en la ciudad de Charleston, Carolina del Sur. Pudiera ser que, entre tantos anzuelos de La civilización del espectáculo, hayas olvidado el video que guarda Youtube. O no vieras la entrevista en CNN en Español o ni siquiera hayas leído el titular de la noticia. Tal vez valga la pena repasar fragmentos el pensamiento antinacionalista de este genial fabulador. Vamos a intentarlo.

Por entonces recuerdo que tanto en entrevistas como en artículos, el también ganador del premio Cervantes y autor de más de sesenta títulos descartaba la posibilidad de que Donald Trump se convirtiera en el presidente número 45 de Estados Unidos. Por ello aquel día, marcando la llegada de una etapa crucial en la campaña electoral, Oppenheimer le preguntó: “¿Cuán asustado estás por el fenómeno de Donald Trump?”. El autor de La guerra del fin del mundo le contestó: “No estoy nada asustado, porque no creo que haya la menor posibilidad de que Trump sea el candidato de los republicanos. Creo que eso está absolutamente descartado”.

Para muchos, que el candidato del rubio peluquín alcanzara la posición más alta en la política estadounidense fue una sorpresa. El inicio de una catástrofe nacional, hemisférica, mundial. Oppenheimer sí tenía sus dudas y lo expresó en sus informes, aunque indiscutiblemente tampoco deseaba que ganara Trump, a quien comparó –desde las variables seudoestructurales del populismo– con el dictador Hugo Chávez y cuyas acciones en la Casa Blanca ha estado milimétricamente midiendo, “y no es para ropa”, como dicen los cubanos.

Vargas Llosa no fue el único premio Nobel o escritor de probada perspicacia que se equivocó al respecto. Un mal cálculo, producto sobre todo del deseo o la esperanza de que el outsider, de campaña y lenguaje más que políticamente incorrectos, no fuera la opción (halada por el vacío político de la coyuntura) que prevaleciera entre los estadounidenses. Hicieron lo suyo la confluencia de otros factores como la ingenuidad ante ciertos entresijos de la sociedad norteamericana actual, las imprecisiones o el timo de las encuestas, la incredulidad ante el peso de la mala reputación de Hillary Clinton y las cruzadas mediáticas en contra del actual presidente. Y no podemos desdeñar el discurso de campaña de un Trump, repetitivo y caótico, desproporcionado a veces y otras tantas archimanipulado, así como el eslogan “Make America Great Again” (Que América vuelva a ser grande), utilizado por primera vez en 1980 por Ronald Reagan, y que no pocos han clasificado como nacionalista y populista.

A la larga (ocurre cuando un verdadero intelectual reflexiona a sus anchas) el desacierto en la victoria electoral de Trump no hace mella a la importancia de los planteamientos que fluyeron en aquel elocuente diálogo entre Vargas Llosa y Oppenheimer (que aunque varios de sus enfoques eran dardos contra el showman y magnate inmobiliario, lo trascendían. Sin lugar a dudas lo trascienden). Vargas Llosa llamó la atención, una vez más, sobre los peligros que corre cualquier sociedad cuando se promueve esa mezcla letal de nacionalismo y populismo que hoy, tristemente, ha contaminado la sociedad catalana y afecta a toda España. Regresé a estas alertas casi como suelo hacer a sus magníficas novelas y lúcidas columnas.

Pero hoy no precisamente con entusiasmo sino con gran preocupación.

Las verdades, y a veces pareciera que hasta las de Perogrullo, necesitan ser repetidas cuando acecha el peligro de que la falacia finalmente consiga institucionalizarse. Que poco no le falta. Por ello Vargas Llosa, nos recuerda que todos los nacionalismos intentan justificarse alegando airadas defensas de los derechos a la libertad, la democracia, la diversidad, la convivencia, pero que estos discursos no son más que fachadas, disfraces, carnadas. Pues “el nacionalismo es una ideología inevitablemente autoritaria y reñida con la libertad”, que termina convirtiendo al individuo en “un mero epifenómeno de esa sacrosanta categoría colectivista que es la nación” y que por ello, “a la corta o a la larga, el nacionalismo siempre significa exclusión, discriminación o violencia”. Ideas muy claras para quien escribió La fiesta del Chivo (novela sobre el dictador dominicano Rafael Leónidas Trujillo)​ y que fuera uno de los primeros intelectuales latinoamericanos en denunciar en los años sesenta el establecimiento en Cuba de la tiránica comandada por Fidel Castro.

Medio siglo después, en 2010, justo el año en que ganó el Nobel, publicó la novela El sueño del celta, que recrea la existencia de Sir Roger Casement, cónsul británico nacido en Dublín, uno de los primeros en denunciar las crueldades del colonialismo en el Congo belga, donde la tortura, la mutilación y el crimen eran prácticas habituales. A propósito de esta simbólica narración, en entrevista con el diario español El País, Vargas Llosa, quien por cierto también posee la nacionalidad española, confesó que siempre ha “tenido terror” del nacionalismo, considerándolo una forma de fanatismo y “la peor construcción del hombre”. Y no exagera.

Viendo las tristes imágenes en las que los mozos de escuadra (policía autonómica de Cataluña) arremetían contra la Constitución y los ciudadanos de España, en clarísima manifestación de intento de golpe de Estado, apoyándose en los andamios del nacionalismo, es casi imposible no regresar al inventor de La ciudad y los perros, cuando detalla que hay “ficciones benignas y ficciones malignas. Las primeras pertenecen a la literatura. Las segundas son las de la ideología. Y el nacionalismo es una de las ficciones malignas que ha causado más sangre y más muertos de la historia”. Para el marqués de Vargas Llosa, la expresión más peligrosa del nacionalismo es “cuando se convierte en una ideología”. En ese momento el nacionalismo “significa violencia, prejuicios, distorsión de valores”. Lo que ahora mismo vemos en Cataluña y que no deben permitir, de ningún modo, ni el Estado ni la sociedad civil en ese país.

Hace más de una década, en El Cultural, de España, Vargas Llosa declaró que “el nacionalismo es siempre fuente de crispación, de confrontación y de violencia, y eso no excluye al nacionalismo que juega a la democracia al mismo tiempo que a la exclusión. Es, y sigue siendo, el gran desafío”. Vale acotar, defender, reiterar: desafío de los catalanes y de los españoles.

En 2012, al recibir en Madrid el premio FAES a la Libertad, de manos del ex presidente español José María Aznar, el creador de Historia de Mayta, criticó con fuerza el nacionalismo, definiéndolo como “la cultura de los incultos”. (Y agregaría: uno de los más poderosos artefactos de los manipuladores de masas contemporáneos, desde Joseph Goebbels hasta Fidel Castro, de los separatistas catalanes a los “antisistema” de Podemos, que solo buscan imponer su sistema, marcado por el odio, el desconcierto, la estafa del igualitarismo que es el fin del progreso y el umbral del totalitarismo. Y pillos otros más).

Allí mismo, el más celebre fabulador peruano cargó otra vez contra la droga del nacionalismo al aseverar que es “el gran enemigo de la libertad en nuestro tiempo”, consciente de que se trata de un “viejo colectivismo que atrae como un imán en nuestra época a los nostálgicos del fascismo y el comunismo”. Sin duda dos ideologías, dos cárceles, dos sistemas tiránicos de naturaleza criminal, cuyas raíces están sembradas en el más burdo y resbaladizo nacionalismo.

El autor de El héroe discreto insiste en que “el gran desafío de España en la actualidad no es la crisis económica sino el nacionalismo”. Algo que corrobora la realidad inmediata.

El novelista describe el nacionalismo como una “entelequia ideológica construida de manera tan obtusa y primaria como el racismo (y su correlato inevitable), que hace de la pertenencia a una abstracción colectivista –la nación– el valor supremo y la credencial privilegiada de un individuo”. Tales necedades y antivalores, avivados por intereses autocráticos y sentimientos separatistas (no independistas) han fracturado a Cataluña.

Vargas Llosa descubre otro aspecto clave de esta desastrosa ficción que hiere a Cataluña: los nacionalismos no han aportado ensayos ni tratados filosóficos, políticos o jurídicos que gocen de lucidez y trascendencia. Sus simulacros de argumentos se han quedado en “propaganda, panfletos, diatribas y catecismo político sin ideas”, pues se trata de meras “ideologías construidas no a partir de la razón sino de “pasiones e instintos”. De estas contradicciones viven los nacionalistas. Los populistas. Los enemigos de la libertad y la democracia que, a nombre de los pueblos y sus aspiraciones y necesidades más elementales, prometen crear y terminan siempre destruyendo las naciones.

En una entrevista en el rotativo español ABC, el autor de los ensayos La verdad de las mentiras y La utopía arcaica manifestó, una vez más, que “el nacionalismo está reñido con la democracia”, pues si se escarba en sus raíces ideológicas se llegará a la conclusión de que “rechaza la coexistencia en la diversidad, que es la esencia de la democracia. Por eso yo combato el nacionalismo en todas sus manifestaciones”, enfatizó.

Doce años atrás, cuando aún no había ganado el Nobel, en la Feria del Libro de Guadalajara, México, expresó que el nacionalismo “es una ideología colectivista que convierte en un valor el accidente más banal, que es el lugar de nacimiento de una persona, y hace de eso un valor y, en alguna forma, un privilegio”. Y propuso atacar frontalmente al nacionalismo como lo que es: “una aberración ideológica, una forma de religión laica nacida apenas en el siglo XIX, pues comienza en el XVIII pero nace en el XIX, y que solo nace para producir catástrofes en la humanidad”. Un año después, en 2006, en la Universidad de Comillas, Madrid, Vargas Llosa señaló que el nacionalismo “debe de ser combatido intelectualmente para defender la democracia y la libertad, que son incompatibles con esa ideología”.

Quizás la frase más punzante y perturbadora de aquella conversación en Charleston, el 3 de octubre de 2015, sea en la que el autor de La orgía perpetua y La tentación de lo imposible, avisa que “el populismo no lo erradicas nunca. El populismo siempre está allí”. No quiero terminar con ella. No me gusta. Pero lo hago. Sé que tengo que hacerlo. También lo saben Vargas Llosa y Oppenheimer.

Tal vez no exista una mejor alarma. El eterno llamado. El arma primigenia contra una aberración es saber que está allí.